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Mendez, Claudia. ÒLas voces de Pedro Grillo: poŽtica y recepci—n en una colecci—n de cuentos tradicionales argentinosÓ. Culturas Populares. Revista Electr—nica 2 (mayo-agosto 2006).

http://www.culturaspopulares.org/textos2/articulos/mendez.htm

ISSN: 1886-5623

 

 

 

 

Las voces de Pedro Grillo: poŽtica y recepci—n

en una colecci—n de cuentos tradicionales argentinos

 

Claudia Mendez

University of Pennsylvania

 

ÒEn ocasiones se menciona como literatura popular cualquier libro que tenga mucha difusi—n. Para evitar confusiones, llamamos aqu’ literatura popular a la que es an—nima, de transmisi—n oral, la que recorre el idioma y a veces el mundo pasando de boca en boca sin que nadie sepa de donde sali—.Ó 

Ana Mar’a Shua: Como agua de manantial.[1]  

 

Oral narrative, or what we call storytelling is everyday speech, is as much around us as the air  we breathÉ John D. Niles Hommo Narrans  [2]

 

Resumen

El prop—sito de este trabajo es investigar una serie de relatos tradicionales argentinos recibidos oralmente y reflexionar sobre las condiciones en las que fueron recibidos, la poŽtica y formaci—n del narrador tradicional. Pedro Grillo es uno de los personajes m‡s interesantes de este corpus, sus caracter’sticas y evoluci—n son analizadas. TambiŽn se comenta una versi—n de La flor de la higuera y otras composiciones de tradici—n oral.

Palabras clave

Cuentos tradicionales. Pedro Grillo. PoŽticas de la literatura oral. Animales. Folclore infantil. Argentina.

 

 

Abstract

The purpose of this paper is to examine a series of Argentinean traditional stories of oral transmition, and to concentrate on the conditions in which they were received, the poetics and the formation of the traditional narrator.  Pedro Grillo is one of the most interesting characters of this corpus; its characteristics and evolution are analyzed. A version of La flor de la higuera and other popular productions are also commented.

Key Words

Folktales. Pedro Grillo. Oral Literature Poetics. Animals. ChildrenÕs Folklore. Argentina.

 

 

Tal como es v‡lida la opci—n de alejarse del objeto de estudio para lograr mayor objetividad, es igualmente leg’timo estudiar a partir de la propia experiencia y conexi—n con el material estudiado. La posibilidad de estudiar el fen—meno desde su interior es particularmente enriquecedora cuando se trata de profundizar en terrenos tales como los de la cultura tradicional y la letrada, sus mœltiples influencias, la superposici—n de ambas, las leyes que rigen la creaci—n y la transmisi—n de los discursos orales o escritos. El prop—sito de este trabajo es recopilar una serie de cuentos y tradiciones que asocio con mi infancia, que recib’ por v’a oral y teorizar sobre estos materiales, someramente. Me propongo convertirme a la vez en recopiladora y recopilada, es decir, partir de mi propia experiencia de oralidad para reflexionar sobre lo vivido por escrito.

Quiero empezar con los antecedentes de esta recopilaci—n. Fue en 1997, en la Universidad de Alcal‡ de Henares, donde tomŽ un curso que se llamaba ÒLiteratura Popular en el Siglo de OroÓ y fue all’ donde adem‡s de recibir informaci—n sobre una producci—n art’stica que me era desconocida en su mayor parte, me contaron los mismos cuentos que me contaba mi abuelo, en la infancia, en Buenos Aires, Argentina hace muchos, muchos a–os. Por lo general,  la literatura que estudio y la m‡gica y legendaria que me llev— a enamorarme de la literatura no se tocan pero esa vez los caminos se cruzaron, as’ como en los cuentos.

El prodigio empez— en la primera clase, la profesora: Mar’a Cruz Garc’a de Enterr’a nos reparti— un cuento fotocopiado donde reconoc’ una frase: Ò... y con palabra santa lo asŽ y me lo com’...Ó M‡s tarde, mientras mis compa–eras segu’an con la lectura recordŽ algo que ven’a antes: Ò...yo tirŽ al que vi y matŽ al que no vi, y con palabra santa lo asŽ y me lo com’... Ó La voz de mi abuelo contando la misma historia, algunas palabras distintas, otras iguales. El texto que la profesora hab’a fotocopiado para nosotros hab’a sido recopilado del repertorio oral espa–ol y era casi igual a uno que yo hab’a escuchado en la cocina de mis abuelos a–os antes.

En otras clases del mismo curso, JosŽ Manuel Pedrosa, a cargo de la segunda parte del seminario que se dedicaba a la narrativa tradicional, me vino a contar c—mo terminaba otro cuento que el abuelo dejaba con un final abierto que yo detestaba porque la pobre princesa quedaba sin rescatar, mientras el pobre pr’ncipe, despuŽs de haber matado al toro y de abrirle la panza, hab’a tenido que perseguir a un conejo que se escapaba corriendo; cuando llegaba al conejo, le abr’a la panza tambiŽn, y de la panza sal’a una paloma, y la paloma se iba volando... Ese fin que yo odiaba no era el final, s—lo que la œltima vez que me lo cont— lo hab’a dejado ah’, quiŽn sabe por quŽ raz—n, y tuve que esperar 25 a–os para enterarme de c—mo terminaba ese mismo cuento. Finalmente, la paciencia y el tes—n que ense–an los cuentos tradicionales se ve’an recompensados en la vida real. Pedrosa explic— que en el relato tradicional de la paloma se extrae un huevo, el huevo es arrojado a la cara del gigante que resulta vencido por este gesto (AT 302A). [3]

            Esto del huevo, elemento que sirve como met‡fora de la vida, el comienzo, el principio,  me hizo recordar inmediatamente unos versos que se dec’an mi mam‡ con sus hermanas, tambiŽn ense–ados por mi abuelo:

 - ÀY  el agua?

            - Se la tomaron los patos 

            - ÀY los patos?

            - Se fueron a poner huevos.

            - ÀY los huevos?

            - Se los comieron los frailes.

            - ÀY los frailes?

            - Se fueron a dar la misa.

            -ÀY la misa?

            - Se hizo carb—n y ceniza.

             - Tiro tres bolitas al aire,

            una para Juan,

             una para Pedro

y otra para....

SILENCIO RANA

QUE EL SAPO ESTç EN LA VENTANA.[4]

 

            Era un juego que consist’a en decir este poemita y cuando terminaban nadie pod’a hablar. El que hablaba ten’a un castigo: en general, hacer algo que no quer’an hacer los dem‡s; por ejemplo, lavar los platos o barrer la cocina. Habitualmente se propon’a el juego cuando hab’a una discusi—n sobre quien estaba encargado de alguna obligaci—n. La competencia empezaba poniendo los pu–os uno sobre otro en una pila; cuando todos los participantes hab’an puesto las dos manos alguien preguntaba:

            - ÀDe quiŽn es ese pu–ito?

            - M’o - respond’a el due–o.

- ÁS‡quelo!

Y as’, hasta terminar la pila; y entonces empezaba el recitado. Supongo que poner los pu–os unos sobre otro ser’a para dejar en claro quiŽnes participaban en el juego; algo as’ como la representaci—n de una jura; se compromet’an los que pon’an sus pu–os a cumplir con la penitencia que sufrir’a el que cometiera la torpeza de hablar primero. DespuŽs de la jura, ven’a el  Òsilencio rana que el sapo est‡ en la ventanaÓ. Quien cometiera la trasgresi—n deber’a asumir las consecuencias. Este modo divertido de terminar con pleito que podr’an hacerse interminables de otro modo, era un ritual que se respetaba religiosamente.

            Alguna vez yo he participado del juego con mis primos. No se me hab’a ocurrido pensar en aquel tiempo que lo que presenciaba en la cocina de la casa de mis abuelos era el tesoro cultural de siglos pasados y que esta resoluci—n de conflictos infantiles era propia del conocimiento tradicional, funcional, transmitido oralmente por generaciones. Sospechaba que estas palabras eran antiguas pero supuse que ven’an de su propia infancia (la de mi abuelo) nunca pensŽ que los relatos tradicionales con los que me entreten’a eran el producto de la colaboraci—n de millones de voces an—nimas, recreadas para ense–arnos a cumplir con lo pactado, a buscar acuerdos, a aceptar las consecuencias de las transgresiones, a buscar la soluci—n poŽtica de los conflictos cotidianos.  Precisamente esta es una de las sensaciones que tiene todo el receptor de los productos folkl—ricos, que el cuento, el poema, el ritual le es profundamente propio, compartido por la unidad familiar, original, su verdadero patrimonio que recibe sin cuestionar con todos sus componentes y unas circunstancias que cree œnicas para las transmisi—n de estos bienes culturales. Sin olvidar que lo verdaderamente m‡gico es la repetici—n de estos juegos, relatos, cantares que nos hermanan con la especie humana a travŽs de los milenios.

 

ÀSe puede hablar de una poŽtica de lo popular? [5]

 Yo creo que s’ hay un estilo, unos recursos, unos objetivos que son propios de los saberes populares. Comunicarse, ense–ar, transmitir informaci—n abstracta o concreta no ha sido nunca f‡cil y el interŽs por el juego y la belleza son inherentes a la condici—n humana; por eso las producciones populares se han transmitido de generaci—n en generaci—n, con esos contenidos misteriosos que se necesitan para la vida cotidiana, en forma de relatos llenos de significados, entretenidos y bellos que van pasando de padres a hijos, de vecino en vecino, de pueblo en pueblo. Los que cumplen con el objetivo de entretener, de sugerir y de problematizar la realidad, que aparecen repetidos pero siempre con variaciones.

            En su libro, El cuento popular en los Siglos de Oro, Pedrosa puntualiza que ÒTodo cuento tradicional es tambiŽn oral y popularÓ (18). Y declara que todo cuento tradicional adem‡s de la transmisi—n oral, presenta caracter’sticas tales como la variabilidad (cada versi—n es diferente) la migratoriedad, la funci—n de entretenimiento y la funci—n endoculturadora y socializadora. (19) Todos los relatos aqu’ recopilados presentan estas caracter’sticas.

            Los cuentos, los poemas y canciones de producci—n tradicional tienen una serie de leyes para su transmisi—n que deben observarse para saber algo m‡s sobre sus contenidos y sus funciones, muchas veces inconscientes para los mismos participantes. Estos contenidos ocultos deben buscarse no s—lo en los discursos en s’ mismos, sino en las condiciones de producci—n y transmisi—n de los relatos tradicionales. Siempre teniendo en cuenta que estas leyes, no escritas, de la transmisi—n oral, deben ser deducidas por la observaci—n. Para encontrar constantes en estas pr‡cticas de transmisi—n y producci—n, hay que describirlas primero para estudiarlas mejor. Sin embargo esta sistematizaci—n es dif’cil, dada la versatilidad que le es propia. Pero si suponemos que se pueden se–alar ciertas caracter’sticas generales que se encuentran presentes en el proceso repetid’simo y  vasto, podremos intentar un esquematizaci—n para cotejar casos y ver si se puede hablar de elementos comunes en las producciones tradicionales y sus formas de transmisi—n.[6]

            La cultura letrada ha tomado materiales y los ha adaptado a sus propios esquemas de producci—n; al mismo tiempo, la cultura tradicional y oral tambiŽn ha tomado de las producciones letradas diferentes recursos y argumentos. El tema de las influencias mutuas no es el punto de este trabajo. Lo importante en estas p‡ginas ser‡ tratar de responder a las siguientes preguntas: para quŽ folklore, c—mo, cu‡ndo, para quiŽn, entre quiŽnes segœn mi propia experiencia de receptora. Tomar el esquema que simplifica el circuito de la comunicaci—n en: emisor, mensaje y receptor, puede servir para organizar esta aproximaci—n, s—lo tentativa, al campo de la producci—n tradicional. Dicho de otro modo, se propone estudiar el fen—meno folkl—rico como un todo y a la misma vez recopilar observando las circunstancias de la recreaci—n de los discursos y sus funciones. Pero es necesario estudiar al sujeto folkl—rico no como otro sino como uno mismo. Reconocer en las propias pr‡cticas culturales la presencia de lo tradicional, popular, œnico y repetido.

 

El autor, los emisores, el mensaje

En muchas de las sociedades que cuentan parece subyacer la idea siguiente u otras similares: Creador, s—lo Dios. Los hombres y mujeres cuentan los que les contaron, lo que vieron o escucharon. Las historias son del viento o de todos. No obstante, cada vez que cuentan, crean, inventan, completan con su imaginaci—n lo que necesitan. Saber para los narradores tradicionales es recordar, noci—n con resonancias plat—nicas pero perfectamente aplicables a este modo de producir. Para recordar, adem‡s, hay que escuchar, resumir, captar la esencia para adaptarla en cada ocasi—n y reemplazar lo que ya no es pertinente. Se recuerda la estructura b‡sica, el argumento, los personajes centrales; para contarla se usan f—rmulas que sirven para cualquier tipo de relato y avisan al oyente quŽ tipo de historia va a escuchar. Pero tambiŽn se recuerdan con forma de verso o peque–os fragmentos rimados algunas partes, esenciales de cada historia, lo que la hace diferente de las dem‡s. Tal es el caso de Òy con palabra santa lo asŽ y me lo com’Ó, la sola menci—n del acertijo me hac’a pensar en todo el cuento. Un cuento no se puede recordar palabra por palabra como se suele recordar una poes’a o un romance, dentro de la estructura narrativa hay partes variables y partes invariables, que ayudan al reconocimiento y la reproducci—n de estos relatos tradicionales. Parad—jicamente, es necesaria en la recopilaci—n y recreaci—n de los relatos tradicionales la bœsqueda de los tipos y los motivos que acercan a cada cuento con sus versiones y la aceptaci—n de las diferencias de cada relato que dependen de esas circunstancias de enunciaci—n.

Simplificando extremamente, hay dos tipos de relatos b‡sicos que puedo reconocer entre los que he recibido por v’a oral: los que desde el principio se reconocen como cuentos y los que pretenden ser historias verdaderas. Los primeros eran, por lo tanto ficticios, comenzaban con f—rmulas como Òhab’a una vez... en un pa’s muy lejanoÓ, Òen tiempos muy antiguos cuando Dios andaba por la tierraÓ o simplemente Òhace muchos a–os...Ó  Lo que tienen en comœn estas f—rmulas es que ubican la acci—n en un lugar indeterminado pero lejano y en un tiempo pasado pero remoto. Este distanciamiento espacio-temporal sirve para que el receptor o los receptores sepan que el relato es una ficci—n y que su discurso ser‡ simb—lico.

Entre los cuentos que me contaba mi abuelo de esta especie, hab’a otros dos subgrupos bien diferenciados (el ciclo de Don Juan, el zorro: es decir, los cuentos de animales, con algunas caracter’sticas de f‡bulas pero m‡s para divertir que para ense–ar), y los de Grillo (Pedro Grillo)[7]; Žstos eran los maravillosos, con pr’ncipes y princesas, encantamientos, pruebas y dificultades que el hŽroe venc’a. Muchas veces el hŽroe era Grillo y estos cuentos que podr’a reconocer como maravillosos conten’an adivinanzas, acertijos y juegos de ingenio. Todos estos eran cuentos para ni–os, sin intenci—n de verosimilitud y se opon’an a otro tipo de relatos que empezaban con f—rmulas como: ÒEsto no es cuentoÓ  ÒÀSe acuerdan de Fulano, hijo de Mengano o vecino de tal lugar?Ó  Aunque estas referencias no eran para nosotros, los chicos, que no conoc’amos ni objet‡bamos nada. Se constru’an esos relatos en base a referentes que los mayores conoc’an, y con tales caracter’sticas se contaban ÒsucedidosÓ[8]: cosas que le hab’an pasado a alguien a quien ellos conoc’an o que hab’a recibido de Òbuena fuenteÓ. Muchos de estos relatos podr’a asimilarlos con los que se conocen comœnmente como cuentos fant‡sticos, realistas o policiales de horror. Pero como aparec’an en conversaciones familiares y ten’an referencias concretas parec’an cre’bles o veros’miles. Supongo que muchas veces eran un modo solapado de contarnos cosas del campo a los chicos que nos est‡bamos criando en los suburbios de Buenos Aires, en una cultura que sent’amos ajena algunas veces.

Muchos cuentos de los que recuerdo eran relatos dentro de otros relatos, en los cuales el primer plano de ficci—n tiene como objetivo para contar de d—nde se recogi— el suceso y la segunda parte se dedica a la historia propiamente dicha. La voz oral narrativa pone muchas veces en duda lo que est‡ relatando. Este recurso, tambiŽn usado en la literatura letrada y prestigiosa, sirve para que el lector que desconf’a del contenido del relato, se sienta emp‡tico con la voz narrativa. Algunas veces, el hecho contado se presenta para cuestionar la credulidad y pretende re’rse de los que creen cualquier cosa. Esa ambigŸedad del relato muestra la versatilidad del narrador tradicional, capaz de integrar la incredulidad del receptor y de incluirla en el relato para crear un interesante juego narrativo de ocultamientos y negaciones.

Algunas veces, los cuentos se contaban como cosa seria, para asustar o intrigar;  y otras, relatos muy parecidos se usaban para ense–ar a no creer en todo lo que se o’a. TambiŽn pod’a darse que despuŽs del relato se intentara dar una explicaci—n l—gica al hecho, pero la vacilaci—n propia del cuento fant‡stico cl‡sico estaba presente casi siempre. Los relatos se agrupan por temas o por personajes en comœn, y se pueden mezclar los de miedo con los c—micos o los de Òfantas’aÓ.  Estos œltimos eran los que se conocen como maravillosos. 

            La complejidad de los recursos usados para contar prueba que emisores y receptores tienen una sofisticaci—n que muchas veces escapa a los investigadores que esperan encontrar relatos ingenuos y unilineales, simples por prevenir de mentes simples. Pero en mi experiencia, ni la voz narrativa pretende que se crea todo, ni los receptores aceptan pasivamente todo lo que escuchan. Recordemos que se produce el juego narrativo en presencia de un grupo que puede cuestionar, rebatir o corregir, porque se crea o recrea en presencia de los receptores. El esquema del circuito de comunicaci—n cl‡sico es particularmente œtil en este caso, porque todos los elementos est‡n presentes sincr—nicamente e interactœan de tal modo que un mensaje puede modificarse sobre la marcha, cosa que no ocurre con las producciones letradas, en las que el autor produce en soledad y salvo en el caso del teatro no tiene ocasi—n de ver las reacciones que su creaci—n produce. Y aun en el caso de recibir las reacciones los autores no pueden inmediatamente cambiar el mensaje, sino que deben posponer cualquier adaptaci—n posible hasta la pr—xima presentaci—n o representaci—n de la historia. El narrador tradicional es cualquiera, o todos, o cada cual en su  turno.  No obstante se destacan algunos por sus dotes naturales y adquieren fama entre sus iguales que incluso trascienden sus c’rculos habituales.

Todos los relatos que forman parte de este trabajo me fueron contados por mi abuelo materno o Žl se lo cont— a alguien cercano que me lo transmiti—. Los recuerdo muchos a–os despuŽs, sin la ayuda de otras personas en mi familia que pudieran completar los relatos que escribo. Mi abuelo hab’a nacido en Entre R’os (Argentina) a finales del siglo XIX. Era hijo de una india charrœa. Muri— en Buenos Aires en 1973; fue un gaucho hasta el final; la rastra[9] la llev— siempre y el reloj de bolsillo, tambiŽn. Con Žl se fueron un modo de vida y un mont—n de historias que recordamos fragmentariamente, algunos de sus nietos. Nunca fue a la escuela pero ayud— a levantar varias. El abuelo era un gran conversador y mejor cuentista; es el modelo del que hablo, porque es el que m‡s me impresion— en mi infancia, pero creo que, como Žl, hay muchos narradores tradicionales que merecen el mismo respeto que los grandes creadores letrados. Aprendi— a leer y a escribir solo y fue un ‡vido lector toda su vida. Sus lecturas preferidas eran los diarios y los libros de historia. No le gustaba leer ficci—n, en su casa atesoraba tres libros, la Biblia, el Mart’n Fierro y la novela Amalia de JosŽ M‡rmol, lo dem‡s, supongo, ven’a por v’a oral, y es lo que aqu’ se detalla.

 

 Formaci—n del narrador tradicional

Para empezar se puede decir que un narrador tradicional se hace, principalmente. Hay que agregar que ciertas condiciones, como una prodigiosa memoria o un don para elegir la palabra precisa, son virtudes importantes, pero se aprende a narrar oralmente del mismo modo que se aprende a escribir cuentos o sonetos, con la pr‡ctica. La oportunidad de estar expuesto a los modelos y el entrenamiento son los que completan la formaci—n de un narrador tradicional.

Hace un par de a–os volv’ a Argentina en uno de mis viajes y pude ser testigo del momento preciso en que mi sobrino, en ese momento de siete a–os, comenzaba a narrar. Lo suyo eran los chistes, creo que aprendidos en el colegio, pero que empezaba por el medio, se olvidaba del final o se saltaba un detalle muy importante para que tuviesen gracia. Una de mis hermanas, la menor, lo invitaba a contar pero con preguntas iba guiando el relato: Òy entonces, ÀquŽ pas—? ... Y despuŽs ÀquŽ dijo? ÀY con quiŽn estaba el chico?Ó En fin, le hac’a repetir partes, le dec’a al o’do c—mo segu’a, le festejaba los aciertos y lo ayudaba cuando se quedaba en blanco. Algo parecido hab’amos hecho con ella cuando ten’a 4 o 5 a–os que fue cuando ella empez— a contar y ten’a tres hermanas mayores para que le ayuden. Los resultados fueron desiguales, ella sigue siendo una maravillosa narradora, mi sobrino disfruta de las buenas historias pero le sigue costando transmitirlas.

            Los chicos son graciosos contando, aœn cuando se equivoquen; pero, para que aprendan a contar, hay que dejarlos participar en las conversaciones, escucharlos con atenci—n, y pedirles que repitan sus ÒŽxitosÓ m‡s sonados para que vayan ganando confianza.  Todo esto se hace con completa naturalidad: es para que sepan c—mo organizar la informaci—n que quieren transmitir, para que disfruten de la atenci—n que es uno de los principales incentivos para contar. Las ruedas de primos o de amigas son un buen lugar para practicar cuentos; sobre todo los de miedo o los chistes.  Se puede conservar el turno s—lo si mantiene la atenci—n de la audiencia; cuando lo contado deja de tener interŽs, el turno termin—. Los que saben cuentan, los que no, escuchan hasta que se les ocurra algo.

            En las ruedas de cuentos entre chicos, rara vez los relatos son muy largos; es m‡s f‡cil mantener el interŽs por un per’odo de tiempo m‡s breve. Se cuenta con palabras, con las manos, con el cuerpo, se dramatiza, se muestra c—mo y quŽ tan alto y cu‡n gordo. Se hace referencia a lo que todos conocen, se mantiene el contacto con los que escuchan. Se cuenta para presumir o para entender, para que otro complete el relato, o para que te digan que no es posible. No solamente se cuenta frente a otros: se cuenta con otros. El relato se modifica, completa, se compara en sus versiones. El cuento, como el juego, para los chicos es experimentaci—n, adem‡s de entretenimiento. Contar entre los grandes ya requiere otras cualidades pero cada instancia sirve como pr‡ctica.

            Otra oportunidad eran los domingos o alguna fiesta familiar. Entonces, nos junt‡bamos en la cocina, y los grandes charlaban por su lado y nosotros los chicos por el nuestro, pero hab’a que prestar atenci—n porque, a veces, de una conversaci—n aburrida e intranscendente pod’an surgir los cuentos; de la lectura del diario donde se cuenta que hubo inundaciones en tal lugar, alguno pod’a recordar alguna inundaci—n que hab’a vivido y ah’ se encadenaban los sucedidos unos tras otros, y de ah’ se pasaba al chiste o a las exageraciones (que eran como chistes, pero iban progresando de lo veros’mil hasta lo disparatado).

            Los cuentos de don Juan o los de Grillo hab’a que pedirlos y esperar el momento en que el narrador quisiera contarlos. Cuando eso suced’a, chicos y grandes particip‡bamos del mismo interŽs y los adultos que sab’an las historias, a veces, ayudaban con comentarios que serv’an de pausa. Habitualmente los cuentos se pagaban con mate y tortas fritas o bu–uelos. El narrador en particular del que estoy hablando, sin comida, no contaba. Recuerdo algunas historias, fragmentariamente, podr’a recordarlas mejor si estuviera con m‡s gente de esas ruedas, porque siempre detr‡s de una palabra est‡n las otras esperando que se las llame.

 

1.1  ÒGrillo y la princesaÓ (AT 300A).[10]       

   Dec’a que un rey se estaba haciendo viejo, y s—lo ten’a una hija; y el problema es que la hija no quer’a a ningœn pretendiente: entonces, el padre, cansado de traerle a todos los pr’ncipes vecinos y de lejos, mand— a decir un d’a, que a cualquiera que conquistara a la princesa, se la iba a dar, as’ fuera pr’ncipe o no. Entonces la mand— a la princesa a que se pasease con la carroza por todo el reino, a ver si ve’a a uno que le gustara, y nada. Pero en una de esas estaba Grillo, y la vio a la princesa, y se enamor— de ella, y pens—: Òquiero que la princesa se quede embarazada de m’Ó. Y tanto lo quiso que fue as’ y la princesa no hab’a estado con Žl ni nada.[11]

Es que cuando uno quiere algo, y lo quiere de veras, no sŽ c—mo, pero se hace, as’ que hay que tener cuidado con lo que uno quiere. El asunto es que la princesa apareci— embarazada, y el rey, que quer’a saber que quiŽn era el padre, y la princesa que no ten’a ni idea, y que ella no hab’a estado con nadie: y que siempre iban las damas con ella y que ella no sab’a. As’ que vino a tener un ni–o muy bonito, y el rey estaba contento con su nieto, pero que ten’a que saber quiŽn era el padre, porque la princesa no pod’a quedar soltera o casarse con otro. Pero vino a pasar que el bebŽ naci— con un pu–ito cerrado, y todos quer’an abrirle la mano, y nada, Žl con su pu–ito cerrado, y entonces un sabio que ten’a el rey le dijo que ah’ estaba el misterio, que el hijo de la princesa le iba a abrir el pu–o s—lo al padre, as’ que Žse era un buen modo de saber quiŽn era. Entonces el rey, que era lo que necesitaba escuchar, mand— decir que viniera el padre del bebŽ, que Žl no le iba a hacer nada si se casaba con la princesa y lo iba a hacer rey, pero que se presentara. Ah’ salieron un mont—n a hacerse pasar por el padre del bebŽ,  pero ninguno pod’a hacerle abrir la mano, hasta que el rey se cans— y dijo: ÒBasta, el que se quiera hacer pasar por el padre y no le pueda abrir el pu–o, lo mando matarÓ. Entonces a todos les dio miedo, porque sab’an que no eran los padres, solamente Grillo que no tuvo miedo y fue hasta el palacio del Rey y pidi— ver a la criatura y nada m‡s lo vio, el bebŽ abri— la mano y le dej— sacar lo que ten’a, un anillo de oro. Bueno, entonces el rey ten’a un problema, porque aunque Grillo parec’a el padre del bebŽ (un poco parecido era) al rey le dio miedo que hubiera embarazado a la hija con magia y le dijo que para ser el rey ten’a que probar que sab’a muchas cosas y le puso unas adivinanzas. [12]

   La primera fue ponerle delante una fuente de plata y oro reluciente de esas que pueden cubrir un pavo entero con papas y todo. Grillo caminaba alrededor y no pod’a imaginarse quŽ hab’a adentro y como era un poco bruto dijo:

- ÁLa mierda que est‡s tapada!

- S’, se–or, mierda es - le dijo el ayudante del rey. Y as’  pas— la primera prueba.

   La segunda  era una cajita chiquita de oro y plata tambiŽn, como una caja de f—sforos, muy decorada. Ah’ Grillo estaba m‡s perdido que con la primera, que  sac— de casualidad. Empez— a pensar que si no adivinaba Žsa, seguro que lo mataban y que a Žl le gustaba la princesa, y el pobre guricito[13]  se iba a criar sin padre, y que mejor no hubiera hecho lo que hizo, porque ahora se ve’a en semejante l’o, y sin darse cuenta que lo dec’a, dijo, quej‡ndose de su suerte:

- Ay, Grillo, Áen quŽ apreturas te ves!

   - Efectivamente, se–or, se trata de un grillo.[14]

   Y pasa esa prueba tambiŽn, pero el rey, al que no le gustaba mucho Grillo, porque parec’a un poco tonto y pod’a haber acertado de casualidad y le pide que le dŽ acertijos a los sabios de la corte y entonces Grillo les dice ¬ Yo tirŽ a la que vi. y matŽ a la que no vi y con palabra santa lo asŽ y me lo com’.Ó Nadie pudo explicarle quŽ quer’a  decir y Žl tuvo que explicarÉ su madre le hab’a dado antes de salir una Biblia y una ondaÉ con la onda le hab’a tirado a un perdiz, pero como ten’a mala punter’a, le peg— a otra que estaba escondida, y despuŽs para hacer fuego hab’a tenido que usar la Biblia y con palabra santa la as— y se la comi—.[15]

   Al final se queda con la princesa, que lo acepta porque hab’a pasado las pruebas que le hab’an puesto, y al cabo de los a–os, es rey, y viven felices, y tienen otros chicos,  pero no por el pensamiento.

 

            Hab’a muchos cuentos de Grillo; Žl siempre empezaba siendo pobre, un poco tonto, pastor a veces o campesino, pero llegaba a ser rey porque era bueno, y adem‡s ten’a mucha suerte. Siempre encontraba quien lo ayudara. Unas veces eran unos animales que se estaban peleando por una presa y el les ayudaba y en agradecimiento le daban un pelo o una antena y diciendo ÒDios y le—nÓÉ se transformaba, o Dios y hormiga.  A veces era Grillo y a veces era un pr’ncipe, depende que las circunstancias en las que se contara el relato.

 

1.2 ÒLa flor de la higueraÓ (AT 402)

Un cuento que nunca inclu’a a Grillo era el de ÒLa flor de la higueraÓ[16]. ƒste fue el primero de una serie, y los detalles eran especialmente sorprendentes. Para empezar no era como los cuentos de hadas que me le’an porque mezclaba lo que me parec’a real con lo que era por completo literario.

   Estaba el rey tomando mate en la puerta del castillo. (Risas generales porque no sab’amos de reyes que tomaran mate; por lo menos Žsos no estaban en los libros, mi abuelo dec’a y resolv’a la objeci—n:) ƒste, tomaba mate... Cuando vio una polvareda en el camino. Alguien ven’a a caballo por el camino hacia las casas, pero hasta que no lo tuvo enfrente no lo conoci— a su hijo, el menor, el preferido. Aunque era la tardecita (el atardecer) se dio cuenta de que se estaba quedando ciego y se preocup—. Mand— a llamar a los sabios del reino, y aunque lo revisaron todos, los mŽdicos y curanderos de por ah’, nadie lo pudo curar, pero uno le dijo, Òde esto, lo œnico que lo puede salvar es que le traigan la flor de la higueraÓ.

 

La higuera no tiene flor, nos explicaban los mayores; nosotros los chicos ya Žramos de ciudad y no sab’amos nada de animales o plantas, igual el abuelo se tomaba un respiro mientras la t’a Rosa nos dec’a:

- ÀSaben cu‡l es la higuera?

- ÁEh! La que da higos, Átan brutos no somos!

- ÀLe vieron flor alguna vez?

- No. Y segu’a tras esta breve interrupci—n el cuento:

Bueno, el rey mand— a llamar a los tres hijos que ten’a y les dice:

- Me quedo ciego, lo œnico que me puede curar es la flor de la higuera: al que me la traiga le dejo el reino.

   Y primero fue el mayor, y la busc—; pero, enseguida le dijeron:

- No existe la flor de la higuera.

Y se volvi— para la casa de lo m‡s desilusionado. Sale el segundo y lo mismo: tambiŽn se vuelve, y le dice al padre:

-No existe la flor de la higuera.

Entonces, el menor le pide la bendici—n al padre para ir, pero el rey tiene miedo de dejarlo ir; primero, porque es muy chico y despuŽs, porque ya tiene pocas esperanzas de curarse. Pero el chico insiste, y va y pasa por un mont—n de lugares, y encuentra gente que le ayuda (un enano creo, o un duende). Al final consigue la flor de la higuera, y vuelve trayŽndola. Cuando ya ven’a llegando, salen a recibirlo los hermanos, y lo matan y le sacan la flor, y lo entierran en un ca–averal, y le llevan la flor al padre y le dicen que la encontraron ellos. Claro el rey estaba contento porque pod’a ver, y reparti— el reino entre sus dos hijos; pero estaba triste al mismo tiempo porque no volv’a el hermano menor. Un d’a, un pastor que era medio mœsico, fue y se hizo una flauta de ah’ de donde hab’an enterrado al pr’ncipe chico, con una ca–a; y cuando la arm—, se qued— muy asombrado de que la flauta no sonase: cantaba. Y se hizo famoso,  todos quer’an o’r la flauta que cantaba, y as’ lleg— al rey, y cuando el rey la oy—, reconoci— la voz del hijo y la canci—n contaba la historia de lo que le hab’a pasado. Entonces, el rey se hizo llevar al lugar de donde hab’a sacado la flauta, y excavaron por todos lados hasta que sali— el esqueleto del pr’ncipe, y un sabio mand— al pastor que tocara, y los huesos se fueron pegando unos con otros, y despuŽs se llenaron de carne, y despuŽs le salieron los pelos, y volvi— a la vida el pr’ncipe, que de tan contento que estaba de ver al rey su padre, los perdon— a sus hermanos;  pero el rey no los perdon— y los ech— de la tierra, y no los quiso matar porque era el padre, y le dio todo el reino al hijo m‡s chico, que vivi— un mont—n de a–os hasta que se muri—, y fue un buen rey. Y los hermanos no volvieron m‡s de la vergŸenza que les daba haber sido tan malos y tan tontos.

 

No sŽ de quŽ partes me acuerdo y quŽ partes son las que completa mi imaginaci—n; recuerdo con claridad que mi abuelo cambiaba los cuentos y que a veces agrandaba una parte y achicaba otra; y aunque yo trataba de escuchar y de recordar todo, palabra por palabra, me quedaba distra’da detr‡s de algœn detalle, y me perd’a partes enteras del cuento por eso. Otro que contaba era:

El padre que se iba a morir y llam— a todos los hijos y los hizo llevar una vara finita de para’so (un ‡rbol que conoc’amos bien porque crec’a en el frente de la casa). Y as’, cuando se las trajeron, una por una se las hizo quebrar al menor de los hijos. Cuando termin—, los mand— a traer otra vara cada uno, las junt—, las at— y se dio al mayor para que las quebrara todas juntas; Žl no pudo.

   -Ven - les dijo. - La uni—n hace a la fuerza, si se mantienen juntos son fuertes, si se separan, cualquiera los quiebra. 

 

             Lo que sol’a pasar es que, despuŽs de un cuento serio y sentencioso, como Žste œltimo, viniera algœn gracioso y dijera:

            -ƒse s’ que estuvo muriŽndose un buen rato; peor fue lo que le pas— al estanciero, que cuando se iba a morir llam— a todos los herederos y les dijo:

-En el ‡rbol m‡s alto...

 

            Ah’ nosotros, los chicos, totalmente olvidados de que Òla uni—n hace a la fuerzaÓ, nos interes‡bamos por el nuevo relato, y ante la pausa, ’bamos a preguntar quŽ hab’a en el ‡rbol m‡s alto, y el narrador que fuera dec’a que nunca se supo, que se muri— antes de decirlo, y que si ten’a oro enterrado, que si hab’a tesoros y de ah’ a las historias de tesoros y de misterio, no hab’a m‡s que un paso. [17]

            Lo que era evidente es que se pasaba de un tipo de relato a otro y cada uno de nosotros ten’amos un grupo de cuentos que nos gustaban y que ped’amos una y otra vez. Por lo cual hab’a un repertorio que se repet’a, pero siempre sal’an historias nuevas, y el estilo variaba de una vez a otra. Los emisores de relatos eran distintos, y entre los grandes hab’a unos que merec’an m‡s atenci—n que otros. Los chicos, en estas ruedas, nos limit‡bamos generalmente a hacer preguntas o comentarios, y a pedir los cuentos que nos gustaban. Si cont‡bamos algo, se nos escuchaba generalmente, pero el acuerdo t‡cito era que para tener el uso de la palabra hab’a que merecerlo. Quiero decir, que deb’an darse las tres condiciones que podr’an llamar reglas de oro de la transmisi—n oral:

*tener algo que contar,

*saber contarlo,

*dejar el uso de la palabra despuŽs de contarlo.

Si la historia era demasiado aburrida, o si el contador se enredaba en sus detalles, el castigo generalmente consist’a en la pŽrdida del turno, porque s’ val’a interrumpir cuando el cuento no ten’a interŽs, o estaba mal presentado. En el caso de que fuera del repertorio del abuelo, se le ped’a a Žl que lo contara, si no, simplemente se cambiaba de tema.

 

1.3 ÒEl cuento de la gallinaÓ[18]

Recuerdo pocos cuentos de animales, porque no me gustaban; particularmente, las f‡bulas me sonaban muy escolares, y no conoc’a a muchos de los animales que nombraban, por lo cual perd’a parte del contenido. En cambio, la generaci—n de mis padres y t’os, criados en el campo, prefer’an estas historias a ningœn otro tipo. SŽ que de los cuentos de animales hab’a muchos en los que el personaje principal era Don Juan, el zorro;  eran Žstos de enga–os en los que Don Juan venc’a con astucia ante la ferocidad, torpeza o ingenuidad de sus adversarios, los otros animales. TambiŽn algunas veces, el zorro era burlado por tratar de sacar ventaja y en esa l’nea est‡n los relatos del zorro y el quirquincho. Mi madre recuerda que una vez estaba el zorro y vio al quirquincho que se tiraba en el camino y cuando le pasaban por arriba los carros tambaleaban y algo se ca’a que el pod’a comer, por ejemplo un pan, cuando el zorro quiso hacer lo mismo y se tir— en el camino sin pensar que el chirchincho ten’a el cuero duro y Žl no, pas— un carro y lo aplast— y se le salieron los soretesÉ(AT 1)[19] Otra vez el zorro se qued— un mont—n de d’as esperando que se le cayeran los huevos al toro porque el quirquincho le habia dicho que se le estaban a punto de caer. En otra ocasi—n se asociaron para sembrar y el zorro le dijo que como Žl iba a poner la semilla y el quirquincho el trabajo quer’a todo lo que saliera encima de la tierra y que todo lo que estuviera debajo de la tierra era suyo, entonces el quirquincho sembr— papas, y se qued— con toda la cosecha y al zorro le tocaron las hojas que no sirven para nada por harag‡n. Al a–o siguiente el zorro dijo que quer’a lo que saliera debajo de la tierra y el chirquincho sembr— trigo, y al tercer a–o le pidi— que quedarse con lo que saliera debajo de la tierra y arriba, y como no le quer’a ayudar a sembrar ni a cosechar, el quirquincho sembr— ma’z y se qued— con todo porque el ma’z sale en el medio (AT 9).[20]

De entre los cuentos de animales, m‡s tengo presentes hay dos que me contaba mam‡ y que eran mis preferidos: uno, el de las luciŽrnagas y el otro, el de la gallina.

El de las luciŽrnagas empezaba con la pregunta: ÒÀSabŽs por quŽ las luciŽrnagas tienen luz?Ó Como yo nunca sab’a, me dec’a: ÒPor que una vez ayudaron a una estrellaÓ. ƒsta era la introducci—n y aunque supiera la respuesta, ten’a que decir que no, para que tuviera m‡s sentido que se me contara la historia, una vez m‡s.

Resulta que hab’a una estrella chiquita que andaba en el borde del cielo y se met’a en todos lados y no se estaba quieta. Un d’a, baj— tanto que se cay— al monte, y se perdi— porque era muy chiquita y no ten’a mucha luz para alumbrar. Entonces, las luciŽrnagas, que eran unos bichitos negros que andaban de noche y no ten’an luz, se la encontraron llorando y les dio l‡stima, y la rodearon, y le preguntaron quŽ le pasaba, y cuando supieron que no pod’a encontrar el camino para volver al cielo, se la llevaron volando a donde la madre estrella estaba desesperada buscando a su hijita. Claro que el cielo quedaba lejos, y los bichitos de luz son muy chiquitos; pero tanto hicieron, que al final se la llevaron a la estrellita con su madre, y la estrella vieja, de tan agradecida que estaba, se sacudi— un poco, y le cay— un poco de luz a cada una, y as’ encontraron el camino para volver al monte. Desde esa noche, las luciŽrnagas tienen luz, y salen de noche cuando andan sus amigas, las estrellas.

 

Las luciŽrnagas no eran animales abstractos para m’. Turdera estaba llena de bald’os, y en los pastos altos siempre aparec’an en el verano. La m‡s joven de mis t’as me ayudaba a agarrarlas y meterlas en un frasco con la boca ancha, que cerr‡bamos con un trapo para que pudieran respirar, y nos hac’amos unas linternas si encontr‡bamos muchas, que nos duraban un par de horas, y despuŽs las solt‡bamos. 

            Junto con Žste, hab’a otro cuento que me gustaba mucho, que era el de la gallina. TambiŽn ten’a varias versiones, pero ya fuera el proceso m‡s largo o m‡s corto,  respond’a aproximadamente al siguiente argumento:

Resulta que hab’a una gallina que ten’a muchos pollos que alimentar, por eso, un d’a se le ocurri— sembrar trigo, y le pregunt— a sus amigos del corral:

-ÀQuiŽn me va a ayudar a sembrar este triguito?

- Yo, no -dijo el pato.

- Yo, no -dijo el ganso.

- Yo, no -dijo el pavo. Y as’ todos.

- Pues entonces, lo sembrarŽ yo,- dijo la gallina.

Y cuando lleg— el tiempo de cosechar, otra vez pregunt— a la gallina:

- ÀQuiŽn me va a ayudar a cosechar este triguito?

- Yo no - dijo el ganso.

- Yo no - dijo el pavo.

- Yo no - dijo el pato.

- Pues entonces, lo cosecharŽ yo - dijo la gallina.

Y despuŽs que lo cosech— hac’a falta desgranarlo, y despuŽs molerlo para hacer la harina. Siempre igual.

- ÀQuiŽn me va a  ayudar a desgranar?

- Yo no, yo no, yo no - respond’an todos, y ella volv’a a decir:

- Pues entonces, lo desgranarŽ yo...  pues entonces, lo molerŽ yo.

- ÀQuiŽn me va a ayudar a amasar...  y a hornear, el pan?

- Yo no, yo no, yo no.

- Pues entonces, lo amasarŽ yo...  lo hornearŽ yo.

Y cuando el pan estuvo hecho pregunt—:

- ÀQuiŽn me va a ayudar a comer este pancito?

- ÁYo, yo, yo! - dijeron todos juntos y la gallina les dijo: Òcomo no me ayudaron cuando se los ped’, pues entonces me lo comerŽ yoÓ. Y se lo comi— y les dio solamente a los pollitos, que un poco le hab’a ayudado, a los dem‡s, nada.

 

 

Estos no son cuentos

Los relatos de sucedidos eran muy otra cosa, y ven’an un poco en serio y un poco en broma. Ah’ hab’a mezclados, leyendas, hechos, chistes. Ten’an en comœn que se agrupaban tambiŽn por temas o por personajes. Juntaban fantasmas y supersticiones; pero, en lugar de explicarlos, como har’a un antrop—logo, los pon’an en funcionamiento. Por ejemplo, no recuerdo haber o’do hablar de ninguna bruja, ni brujo; no es que se creyeran que no exist’an,  en todo caso eran personajes muy poco frecuentes, aunque temibles. En mi familia, concretamente, se sol’a repetir que nada puede contra un cristiano, que bastaba con pensar en Dios. Mi abuelo no cre’a en esas cosas, como aparecidos y luces malas, y se re’a de los que cre’an, pero no toda la familia era igual.

            Recuerdo, por ejemplo, escuchar a mis t’os o t’as, que si uno ve’a un ser extra–o o inusual, no hab’a que asustarse, porque esos animales que no eran animales, los hac’an aparecer los que estudiaban la magia. Porque, eso s’, hab’a, en el campo y en la ciudad, aprendices de brujos, menos peligrosos pero mucho m‡s fastidiosos que los brujos verdaderos porque no sab’an lo que hac’an. Estos personajes que trataban de aprender la magia con algœn fin m‡s vale modesto (como aprender a tocar la guitarra) eran bastante simp‡ticos, pero se pod’an meter en problemas, porque los libros de magia empezaban con cosas f‡ciles que hab’a que hacer, y se iban haciendo m‡s duros y exigentes.

De estos aficionados, hab’a un vecino de Entre R’os, que era conocido de la familia. Dicen que era muy bruto y que quer’a tocar la guitarra; hab’a tratado de aprender por mŽtodos convencionales, sin ningœn resultado, ni por mœsica, ni de o’do, ni practicando todo el d’a. Mis t’os dec’an que ten’a dedos de piedra y no hab’a forma; parece que fue Žl el que hac’a aparecer una comadreja que no era comadreja,[21] en la tranquera de entrada a las casas; por suerte, hab’a avisado que si ve’an algo raro que no se asustaran. En este punto ten’amos que interrumpir el relato, porque no ten’amos idea quŽ era una comadreja, a pesar de que aparec’a en varios relatos. Nos explicaban que era una especie de rata pero m‡s grande, casi como un perro chico, que andaba rondando las casas de noche y que se com’a a los pollos y los huevos. Explicaci—n con la cual volv’amos a objetar que por quŽ no pod’a ser una verdadera comadreja, entonces, las t’as, que eran las que usualmente contaban este tipo de historia, aclaraban que era muy grande para ser un verdadera comadreja; Òy ser’a un perroÓ supon’amos; y ellas, que no pod’a ser, porque no ten’a forma de perro, sino patitas cortas de comadreja, y era colorada como no hab’a ningœn perro en las cercan’as. Entonces segu’an las preguntas y las dudas; los relatos del abuelo era respetados porque Žl los contaba, pero estos de cosas extra–as aceptaban la incredulidad o m‡s bien la buscaban.  Pregunt‡bamos quiŽnes la hab’an visto, y eran los hombres de la casa: el abuelo y los t’os. A la cuesti—n de cu‡ndo, nos dec’an que s—lo se apareci—  durante un tiempo, y cuando ven’an de noche y a una sola persona. Suger’amos que, si ven’an tarde habr’an llegado con algunos vinos puestos, y as’ se puede ver cualquier cosa; esta œltima conjetura no se nos rebat’a, pero nos completaban que lo raro era que si el caballo iba al tranco, la comadreja que no era comadreja segu’a caminando al otro lado del alambrado (parec’a bastante astuta para ser comadreja fantasmal), y si el caballo iba al galope ella segu’a al pasito pero llegaba al mismo tiempo. Parece que, por un tiempo Òlos muchachosÓ (que por la Žpoca en que se contaba el sucedido ya andaban entre los 40 y los 50, pero que no pasar’an los 20 cuando aquello sucedi—), no quer’an salir por culpa de la comadreja que no era comadreja. Pregunt‡bamos quŽ hac’a, y nos dec’an que nada, s—lo les sal’a, y los acompa–aba hasta la entrada de la casa y ah’ desaparec’a.

 

1.4 ÒEl sucedido del galloÓ

Siempre acompa–ada por nuestra incredulidad,  esta historia se continuaban con la de lo que le pas— al pobre Mariote, que era el presunto culpable de la aparici—n de la comadreja que no era comadreja, queda Žsta para otra vez , que ahora estoy cansada. [22]

Otro por el estilo, pero muy breve, lo contaba el t’o Domingo, uno de los hermanos mayores, que no se destacaba por su valent’a, y contaba esto en primera persona, lo que lo hac’a un poco  m‡s cre’ble, pero no tanto.  El relato era m‡s o menos as’: (lo voy a tratar de contar en primera persona porque me parece m‡s eficaz).

-Hab’a ido a la casa de Hilario [23]  y se me hab’a hecho muy tarde; por eso me quedŽ.

-ÀEstar’as medio adobadito[24] y no podr’as  ni subir al caballo?- agregaban sus hermanas, Žl como si no hubiera o’do continuaba.

-La cuesti—n es que, cuando me levantŽ, no hab’a nadie en la casa; se hab’an ido todos para el campo, as’ que me fui a la cocina para hacer mate. Y ah’ estaba preparando el mate cuando entr— el gallo y me dijo:

-ÁBuenos d’as!- yo pensŽ: Òme habr‡ parecido, tal vez haya hecho ruido y como estoy medio dormido...Ó

- He dicho buenos d’as... - repiti— el gallo.

- Buenos d’as - le dije, dejŽ el mate, ensillŽ el caballo y me fui para las casas.

- Y ÀquŽ pas—? ÀHab’a alguno escondido o quŽ?

- No sŽ nunca supe, yo me fui, que me salude un gallo fue mucho para m’.

- Y Ànunca les dijiste nada a los due–os de casa?

- ÀQuŽ les iba a decir? ÀQuiŽn le ense–— a hablar a ese gallo?

 

A esta altura del relato nos hab’amos olvidado de la extraordinaria situaci—n para preguntarnos quŽ habr’amos hecho si un gallo nos hubiera hablado. Posiblemente huir era una buena opci—n, seguirle la conversaci—n era temerario, sobre todo estando el gallo de tan mal humor, y mi t’o con resaca. 

 

Algo sobre el estilo

Hay ciertas caracter’sticas de estilo que se repiten en este tipo de relatos; y son, por ejemplo, la repetici—n de palabras. Repetir palabras en un texto escrito puede ser redundante: en un relato oral, esta repetici—n tiene una funcionalidad espec’fica, y es hacer el relato m‡s comprensible a su receptor, no confundirlo con un exceso de tŽrminos que no conoce. Repetir es un modo de reforzar cada idea importante para el desarrollo de la trama. Un texto escrito puede ser rele’do cuantas veces el lector decida o pueda hacerlo; el oral tiene un tiempo f’sico y material en el que varios receptores simult‡neamente lo reciben, y generalmente mientras hacen otra cosa; por lo tanto, la s’ntesis y la simplicidad en los recursos es importante.

Se pueden leer estas caracter’sticas como pobreza de recursos, pero creo que ser’a una lectura malintencionada y torpe. La radio y la televisi—n, y los que hacen los guiones lo saben, usan este recurso de la simplificaci—n y la repetici—n como propias de la comunicaci—n audiovisual, y se olvida que el recurso viene del relato tradicional.

Otra caracter’stica del estilo es el empleo de frases cortas; las oraciones suelen ser largas, pero con muchas pausas internas, y de un lenguaje coloquial que acerque a los receptores.

El empleo de f—rmulas para empezar y para cerrar, igual que el uso de frases repetitivas en los di‡logos, son frecuentes tambiŽn. Si tomo un ejemplo del relato de la gallina, recordar lo que la protagonista repet’a es muy f‡cil; aœn ahora, porque no es usual en el castellano de Argentina. ÒPues entonces, me lo comerŽ yoÓ presenta muchas peculiaridades que quisiera destacar. ÒPues entoncesÓ, en primer lugar, no es una forma de conexi—n que haya escuchado nunca fuera del cuento; aqu’ se usa para empezar las oraciones en que la gallina decide hacer el trabajo ante la negativa de sus compa–eros a ayudarla; ser’a m‡s usual si se empleara para unir dos proposiciones en la misma oraci—n; pero aqu’ se usa para introducir la afirmaci—n que sigue. Adem‡s, el uso del futuro imperfecto ÒcomerŽÓ es propio de textos escritos, por lo menos de Buenos Aires,  para expresar el futuro se  usa la forma perifr‡stica: Òvoy a comerÓ. Para terminar, con los elementos de esta oraci—n (que se repite insistentemente a lo largo del relato), est‡ el altamente inusual uso del pronombre al final de la frase. Es mucho m‡s f‡cil recordar una frase que suene c—mica, por lo cual, en el ejemplo que acabo de citar se da el empleo de la f—rmula caracter’stica del texto, Òpues entonces lo harŽ yoÓ, que organiza el relato, y, recordando el argumento b‡sico, y esta frase, se puede reconstruir el texto sin dificultad.

Con respecto a la estructura narrativa, se ha dicho que los relatos se unen por tema o personajes o similitud de situaciones b‡sicas, por lo cual se suelen hacer transiciones introductoras. Como  muchas veces no tienen t’tulo, se recuerdan por su tema o hecho central; as’, muchas veces se anuncia en esta conexi—n cu‡l es el elemento central de la historia, ya sea que lo anuncie el narrador o su pœblico.

La historia en s’ misma suele tener bien marcados la tradicional introducci—n, nudo y desenlace. La caracterizaci—n de los personajes es concisa, y en general, se trata de tipos como ÒprincesaÓ Òpr’ncipeÓ ÒcampesinoÓ ; no es nadie, es cualquiera, (as’ permite la identificaci—n) lo que contrasta a los cuentos y con los sucedidos, donde a los personajes se los nombra con detalles que permitan identificarlos y se trata de individuos particulares bien diferenciados. Se puede hablar de una oposici—n en el modo de construir  los personajes en los dos tipos de relatos. La descripci—n de lugares sigue la misma regla, muy genŽrica en el caso de los cuentos y mucho m‡s espec’fica en el caso de los sucedidos o en la narraci—n de hechos hist—ricos. Pongo Žnfasis en este enfrentamiento porque las caracter’sticas diferenciadoras son permanentes, si bien unos y otros se dan en el mismo c’rculo de los relatos, y el tema los agrupa tambiŽn, a travŽs del estilo se pueden diferenciar en cualquier parte de su estructura interna.

 

Patrimonio intangible

Cada pueblo tiene derecho a conocer su historia y a guardar los documentos que la prueban y mantener los edificios, monumentos, castillos, iglesias, casas particulares; en fin, el conjunto de lo que se puede llamar patrimonio tangible. Del mismo modo, la gente tiene derecho a que se preserve su patrimonio intangible, el conjunto de los juegos, poemas, cuentos, creencias, pr‡cticas del pueblo, objeto de estudio de la ciencia a la que llamamos folklore.  Ideol—gicamente esta conservaci—n tiene como primera consecuencia la apertura de lo digno de ser estudiado. Valorar el conocimiento del pueblo, de los grupos subalternos o no dominantes, traer‡ aparejada una nueva sensibilidad y sin duda una nueva mirada sobre la literatura, la cultura, los bienes culturales. Esta visi—n basada en las producciones hasta ahora marginadas permitir‡ una comprensi—n m‡s integral de muchos de los elementos simb—licos que hermanan pueblos distantes. Si los humanos somos una especie simb—lica, algunos de los universales de la cultura que hemos detectado al estudiar diferentes producciones nacionales, pueden provenir de esta inagotable fuente de conocimientos populares.

Para concretar estas ideas algo abstractas,  quisiera  repetir que los creadores de los relatos populares son los que cuentan y los que escuchan; que todos los elementos del circuito de comunicaci—n est‡n presentes en el mismo momento. La acci—n de contar est‡ relacionada con la de recordar, con la de organizar y adaptar a la audiencia que var’a de instancia en instancia. El uso de las f—rmulas ayuda al mismo tiempo al  que cuenta, porque le da un marco sobre el cual  organizar cada historia y les ayuda a los receptores a comprender de quŽ tipo de relato se trata, el tiempo que diferencian una historia de otra parecida porque cierta parte de los componentes formulaicos son para cualquier historia y otros elementos son particulares de cada historia.

            Para pasar de la categor’a de receptor a la de emisor, hay que aprender las historias y encontrar tambiŽn el propio estilo que permita aprehenderlas definitivamente. Los turnos dependen del interŽs de lo contado y la asociaci—n tem‡tica tambiŽn permite que se pase de receptor o receptora a emisor o emisora, en un momento. Los mensajes que circulan pueden ser cuentos, leyendas, f‡bulas, sucedidos, chistes, cualquier material que sea aceptado por el grupo que lo presencia.

El respeto a los mayores se aprende junto con la participaci—n en grupo, las historias son lo que reœne a la gente que se ofrece palabras en ramilletes; los cuentos, nadie sabe de d—nde vienen, pero tienen que seguir caminando porque cada relato nuevo enriquece al que lo cuenta como a los que escuchan. Porque los cuentos son de quienes los cuentan y quiz‡s, quiŽn sabe, todos los pueblos sean un solo pueblo, junto a un mismo fuego eterno, cont‡ndose las mismas historias, una vez y otra, encontr‡ndose en ellas, cada vez que el prodigio se repite. S—lo para eso escribo estas p‡ginas, para contar los cuentos que me contaron. Y color’n colorado, este art’culo se ha acabadoÉ

 



[1] Ana Mar’a Shua. Como  agua de manantial. Antolog’a de la copla popular (Buenos Aires: Editora Ameghino, 1998) 13. VŽase adem‡s: Ram—n MenŽndez Pidal, ÒPoes’a popular y poes’a tradicional en la literatura espa–olaÓ Los romances de AmŽrica y otros estudios (Madrid: Espasa Calpe, reed.  1972) 52-87. Apunta Pedrosa en ÒEl cuento, lo popular y los Siglos de Oro: herencia y originalidad Ó Los cuentos populares en los Siglos de Oro (Madrid: Arcadia de las Letras, 2004) 15-65, que MenŽndez Pidal fue el primero en diferenciar los dos tŽrminos en el trabajo citado y ofrece una serie de definiciones particularmente œtiles para este trabajo.

[2] Ver: John D. Niles Hommo Narrans. Poetics and Anthropology of Oral Literature (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1999) 1.

[3] Julio Camarena. Maxime Chevalier. Catalogo tipol—gico del cuento folkl—rico espa–ol. Cuentos maravillosos (Madrid:Editorial Gredos, 1995). Este cuento es el cuento tipo 302, en la versi—n publicada por A. M. Espinosa: Cuentos populares espa–oles (Madrid: CSIC, 1946) tiene el nœmero 141 y se lo llama ÒLa princesa encantadaÓ. Apuntan Camarena y Chevalier que el tipo tiene versiones en castellano, catal‡n, gallego, vascuence, agregan que aparece en los ’ndices hispanoamericanos, Hansen registra una versi—n argentina. 

 

[4] VŽase: JosŽ Manuel Pedrosa ÒÀD—nde est‡n las cosas? Una canci—n-cuento tradicional en Navarra y sus paralelos hisp‡nicos, europeos y ‡rabes (AT 2011)Ó Cuadernos de Etnolog’a y Etnograf’a de Navarra 30:71 (1998) 19-37. Dice all’ que: ÒCanciones-cuentos similares se hallan difundidos en tradiciones de todo el mundoÉÓ. Adem‡s en: Las dos sirenas y otros estudios de literatura tradicional (Madrid: Siglo XXI de Espa–a editores, 1995) 108, ver la nota 12 en donde se hace referencia una abundante bibliograf’a sobre la cancioncita y sus variantes. 

 

[5] Hay que considerar lo que explica Jean Franco: Òçfrica, el Caribe, la AmŽrica latina pasaron por la experiencia de la colonizaci—n. La cultura escrita fue para ellos algo que les impon’an los conquistadores europeos y se convirti— en distintivo de una Žlite y en algo opuesto a la cultura oral de siervos y esclavos. Esta es la causa de que determinadas polarizaciones que se encuentran en las literaturas europeas entre tradiciones populares y minoritarias aqu’ adquieran mayor intensidad y se repitan insistentementeÉÓ Jean Franco Historia de la literatura hispanoamericana ( Barcelona: Editorial Ariel, 1990) 11.

 

[6] Ver: Vladimir Propp. Las ra’ces hist—ricas del cuento. (Madrid: Editorial Fundamentos, 1981).

[7] Pedro Grillo es un personaje del que debo ocuparme m‡s extensamente en otro art’culo. Me permito acotar aqu’ que es diferente de Pedro Urdemales o Urdimales, otro personaje comœn en la narrativa tradicional hispanoamericana con quien se lo podr’a confundir. La diferencia entre los dos est‡ en sus caracter’sticas esenciales, ya que mientras Pedro Grillo es un inocente (un personaje b‡sicamente sin maldad) Pedro Urdemales es un tramposo que llega a prevalecer sobre sus oponentes con ingenio y malicia al tiempo que Grillo acierta por casualidad o es premiado por la ausencia de c‡lculo. Dada la sintŽtica caracterizaci—n de los personajes populares esta diferencia es decisiva para diferenciarlos. Es muy probable que el personaje aqu’ retratado provenga de Pero Grillo, m‡s tarde Pero Grullo, al que me refiero m‡s  adelante en otra nota.

 

[8] Ver JosŽ Manuel Pedrosa El cuento popular en los Siglos de Oro (Madrid: Colecci—n Arcadia de las Letras, 2003) 30.  Pedrosa define al primer tipo de relato como consejas  ÒLa palabra conseja se identific—, a finales de la Edad Media y a durante todo el siglo de oro con cuento tradicional de animales, maravillosoÉÓ Segœn este estudio en oposici—n se conoc’an otro tipo de historias sucedidas, que insist’an en su veracidad, dentro del mismo relato. En la cuent’stica tradicional argentina a este segundo tipo se lo llam—: sucedido.

[9] Prenda de vestir tradicional del campo argentino, en general de cuero con varios bolsillos, m‡s ancha que un cintur—n con un medall—n adelante y monedas como decoraci—n, se prende atr‡s y sirve para sostener la bombacha o los pantalones. Reœne las caracter’sticas de la faja de lana  y el cintur—n de cuero.

[10] Segœn JosŽ Manuel Pedrosa  el personaje de Pedro Grillo es un personaje muy raro y antiguo en la cuent’stica espa–ola. Algunos autores piensan que devino en Pero Grullo, de donde viene la palabra ÒperogrulladaÓ que designa algo demasiado obvio. Arturo Ortega Mor‡n autor de: Hasta que me cay— el veinte! ÀPorquŽ decimos las cosas que decimos? (Monterrey,NL MŽxico, 2001) explica el origen de  la expresi—n ¬perogrullada¬ y para hacerlo se refiere a Pero Grullo. Afirma que el documento m‡s antiguo donde aparece el personaje de Pero Grullo es un texto firmado por Evangelista que se llam— Profec’a  aparecido por primera vez en 1460 y reeditado en el siglo XIX. Pedrosa comparte esta suposici—n sobre el origen de Pedro Grillo como proveniente del documento al que Mor‡n hace referencia. En este texto breve, es donde a un personaje se le aparece un gallo vestido de ermita–o que le hace una serie de anuncios profŽticos burlones como que el primer d’a de enero empezar‡ el a–o, si nadie lo impide. Todo el texto es de este tenor y muy interesante para el estudio exhaustivo, lo que es crucial para este estudio es que en este corpus recogido en Buenos Aires, Argentina en la segunda mitad del siglo XX aparecen elementos muy similares a los de este texto publicado en los principios del siglo XV. Especialmente en dos de los relatos: ver el cuento de Pedro Grillo y el ¬sucedido¬ del gallo.

[11] Ver Pedrosa ÒEl cuento ndowe de El p‡jaro y la princesa embarazada (AT 900A), dos poemas de C‡tulo y dos cuentos del Decamer—n: de la literatura comparada a la antropolog’a Ó.  Es este art’culo, Žl analiza la presencia de Òun tipo cuent’stico, muy escasamente documentado en otras partes del mundo, que ha recibido el t’tulo de: El novio rechazado y que tiene el nœmero 900AÓ. Este parece ser el tipo presente en la primera parte del cuento. Lo curioso es que Grillo sin tocar a la princesa la embaraza (con la mirada y el deseo), esto lo hace diferente a los otros personajes,  pero del mismo modo que en los ejemplos que menciona Pedrosa, es rechazado por la princesa por ser pobre, s—lo su capacidad de responder a los acertijos y de presentar un acertijo que nadie adivina es lo que le gana el favor del rey primero y de la princesa despuŽs. En los casos que Pedrosa comenta tambiŽn es el ingenio de los personajes para inculpar a las j—venes que pasaron tiempo con ellos, lo que vence la resistencia del rey. En esta versi—n que estudio es el anillo en la mano del bebŽ que solamente el padre puede recuperar, la prueba de la paternidad de Grillo. El anillo como s’mbolo er—tico puede verse en JosŽ Manuel Pedrosa  ÒLa Lozana andaluza, El corregidor y la molinera y un manojo de f‡bulas er—ticas viejas y modernas Ó Las dos sirenas y otros estudios de literatura tradicional (de la Edad Media al siglo XX). (Madrid: Siglo XXI, 1995) 253-281.

[12] Aurelio M. Espinosa, registra en su obra: Cuentos populares espa–oles. Recogidos de la tradici—n  oral de Espa–a  y publicados con una introducci—n y notas comparativas.  (Stanford: Stanford University Press, 1923) 41-49, cuatro versiones de la misma historia a las que llama: ÒLa adivinanza del pastorÓ en  ellas es la princesa la que debe adivinar el acertijo que el pastor le propone, y en tres de ellas se casa con Žl porque el pastor consigue vencer a la princesa, y en la cuarta versi—n el pastor les descubre el acertijo pero se niega a casarse con la princesa, dej‡ndolos muy avergonzados al rey y a la princesa. La versiones fueron recogidas en: C—rdoba, Toledo, Granada y Atarfe (Granada).  Esta recopilaci—n muestra que en los principios del siglo xx la historia segu’a circulando por Espa–a, aunque el personaje central era un pastor y no se llamaba Pedro Grillo. Aunque la tradici—n vive en sus variantes, es posible que la que aqu’ se registra sea m‡s antigua que las que Espinosa registr—. 

[13] Gur’ es como se les dice a los chicos, ni–os en el habla rural de Entre R’os, Argentina.

[14] En Cuentos extreme–os selecci—n y notas: Carmen Fern‡ndez-Daza çlvarez (Madrid: Editorial Castalia, 2003) 178. Aparece esta parte del texto, es la œnica referencia que he encontrado hasta ahora de la historia pr‡cticamente igual, el personaje se llamaba ¬Grillo¬ lo que podr’a ser un apellido o un sobrenombre, pero las caracter’sticas centrales son las mismas que aparecen en la historia recopilada aqu’. El personaje es un inocente y adivina por casualidad el mismo acertijo. Puede ser que el que cuenta la historia s—lo recuerde una parte de la historia total o que la versi—n aqu’ contada con los dos acertijos y el tercero que nadie puede resolver sea una recreaci—n del cuento extreme–o. Ya sea que en esta recopilaci—n de cuentos extreme–os aparezca solamente una parte de la historia o que la versi—n argentina haya fusionado varios tipos, lo cierto es que la familiaridad es indiscutible entre las dos historias y es un ejemplo que nos permite deducir que en la tradici—n espa–ola existi— un tal Grillo.

[15] Julio Camarena y Maxime Chevalier en su monumental Cat‡logo tipol—gico del cuento folkl—rico espa–ol. Cuentos-novela (Madrid: Centro de Estudios Cervantinos, 2003) 26-32,  registran una historia parecida donde el que pone adivinanzas que nadie puede adivinar sin su ayuda es un tonto, que termina cas‡ndose con la princesa. Este cuento es el tipo 851 ¬ La princesa que no supo resolver el acertijo ¬. La historia es m‡s larga y m‡s complicada pero los acertijos que les da el tonto tienen parecidos con los que presenta Grillo ya que ambos personajes usan la experiencia inmediata para hacerlos. Segœn el estudio de Camarena y Chevalier este tipo de cuento presenta caracter’sticas especiales en las versiones espa–olas, aqu’ aparecen interesantes transformaciones de algunos de los tipos. En los ’ndices hispanoamericanos Chertudi y Vidal registran versiones argentinas del tipo que habr’a que cotejar con Žsta. Es notable que en el acertijo aparece el p‡jaro que muere, que menciona Pedrosa en su estudio sobre el tipo 900 A en ÒEl cuento ndowe de El p‡jaro y la princesaÉÓ Los tres cuentos a los que primero se refiere Pedrosa est‡n tomados de: Jacint Creus, Cuentos de los Ndowe de Guinea Ecuatorial (Malabo: Centro Cultural Hispano-Guineano Ediciones, 1991) num. 79.

 

[16] Joaqu’n D’az. Cuentos en castellano (Madrid: Ediciones de la Torre Colecci—n Alba y mayo. Serie Narrativa; nœmero 7, 1988) 50-51. Se la llama ÒLa flor de liolarÓ. La versi—n aqu’ registrada es pr‡cticamente igual por el argumento a la recopilada en Argentina. Es interesante adem‡s la nota de D’az que aclara: ÒEste cuento recibe diversos nombres, aunque todos ellos aluden a la flor de lirio, de lis, del limonar, etc. , que el rey pide a sus hijos. Tal flor tiene propiedades maravillosas y provoca que los hermanos mayores asesinen al peque–o y le entierren para rob‡rsela. Lo que viene a continuaci—n recuerda un relato similar en La Eneida: Eneas, al arrancar un arbusto del suelo para ofrecer un sacrificio, contempla horrorizado que de Žl salen gotas de sangre negra; entonces se oye una voz que explica al hŽroe la historia: es Polidoro, a quien el rey de Tracia ha degollado para robarle. Otras versiones: Almod—var, 27; CortŽs, 74; Grimm.Ó 50.

 

[17]  Las historias de tesoros escondidos forman todo otro ciclo sobre el que me propongo trabajar porque encuentro fascinantes diferencias entre las historias de tesoros de Espa–a y las de HispanoamŽrica,  los que recib’ por v’a oral son demasiados y no me alcanza el espacio del que hoy dispongo.

[18] Este es un cuento tradicional muy comœn en la tradici—n en espa–ol y en inglŽs. Algunos autores dicen que se origina en un cuento tradicional ruso, otros que viene de la tradici—n irlandesa, lo cierto es que presenta muchas versiones. En Estados Unidos sigue siendo un cuento usado en la escuela y circulan innumerables versiones literarias, por ejemplo, Paul Cardone The Little Red Hen (New York: Clarion Books, 2001).

 

[19] Esta es una curiosa subversi—n del motivo del zorro listo y el lobo (u otro animal) tontoÉ aqu’ el tonto es el zorro que pretende imitar a otro animal y resulta vencido. Otro tema que me propongo investigar es el origen de la amistad entre el zorro y el quirquincho. 

[20] El tipo del socio injusto est‡ profusamente registrado, pero en este caso es el zorro el que resulta burlado por quererse aprovechar del trabajo del otro. Se podr’a decir que se trata del burlador burlado, o una recreaci—n m‡s del mundo del revŽs. Si las variaciones del cuento tradicional son funcionales, encuentro una l—gica irreproachable al castigo del zorro al que no le gusta trabajar, y el que trinfa es el t’mido y trabajador quirquincho, figura con la que los campesinos podr’an sentirse m‡s identificados.

[21] Muchas veces la tradici—n oral transmite escenas o historias sin dar una detallada explicaci—n sobre su significado. Detr‡s de este evento podr’a estar la creencia de que un ser humano puede, mediante el uso de la magia transformarse en un animal. La relaci—n de esta y otras formas de shamanismo han sino profusamente estudiadas. Pero en este caso es interesante la elecci—n del animal, ya sea que se trate del mismo aprendiz de brujo que se transforma o que hace aparecer al animal como ejercicio de magia, en cualquiera de los dos casos la comadreja es un animal negativo, parecida a una rata, predadora de gallinas y pollos, inofensiva con el ser humano, pero desagradable. La comadreja que trae mala suerte es una superstici—n que se registra en partes de Espa–a segœn anotan Margarita Cand—n  y Elena Bonnet en: ÁToquemos Madera! Diccionario e historia de las supersticiones espa–olas (Madrid: Anaya & Mario Muchnik, 1995) 348.

[22] Hab’a muchos relatos de aprendices de brujos, pactos con el Diablo, y modos de desarmar estos pactos pero merecen un estudio aparte. Especialmente lo referente a los libros de magia y los cursos de magia negra por correspondencia.

[23] En verdad, no me acuerdo de quiŽn era el visitado, podr’a ser otra persona, pero se lo nombraba con nombre y apellido y se aclaraba donde viv’a, esto era lo que diferenciaba a los sucedidos de los cuentos.

[24] borracho.