Agúndez García, José Luis. “Cuentecillos españoles (II). El Averiguador”. Culturas Populares. Revista Electrónica 4 (enero-junio 2007).

http://www.culturaspopulares.org/textos4/articulos/agundez1.htm

 

ISSN: 1886-5623

 

 

Cuentecillos españoles (II). El Averiguador

 

José Luis Agúndez García

Fundación Machado (Sevilla)

 

Resumen

El Averiguador fue una revista quincenal que arrancó al iniciarse el año 1868 con el bienintencionado propósito de satisfacer la curiosidad de los lectores que se interesasen sobre cualquier tema no político o religioso. Cualquier lector podía contestar a las cuestiones planteadas en números anteriores. Desafortunadamente, su vida fue efímera, pues no llegó a cumplimentar el mínimo ciclo de medio año; de esta forma, su contribución a las diversas disciplinas no pudo representar nada más que una mínima aportación de cuanto prometía tan brillante idea, especialmente para el estudio de las tradiciones. Las manifestaciones de la tradición oral estaban presentes en el quehacer cotidiano; la memoria colectiva atesoraba acopios de conocimientos tradicionales; los estudiosos gustaban de acercarse a ellos; la curiosidad por las anécdotas y las explicaciones de expresiones, tras las que suelen ocultarse fábulas, cuentecillos y demás narraciones mínimas no podían tardar en presentarse, mas, inesperadamente, desapareció. Sin embargo, sería el germen de la revista que llegó una década más tarde, El Averiguador Universal.

Palabras clave: Literatura siglo XIX, literatura oral y escrita, folklore, tradición popular y literaria, cuentecillo, relato mínimo, anécdota, hecho histórico, lexicografia.

 

Abstract 

El Averiguador was a biweekly magazine that started at the beginnings of 1868. Its purpose was to satisfy the curiosity of readers interested in any theme except politics or religion. All readers were allowed to answer the posed questions in the previous issues. Unfortunately, the magazine didn’t last half a year, therefore its contribution to fields such as trandition research, was minimal. In that time oral tradition took part in daily activities; the collective memory accumulated large amounts of traditional knowledge; researchers studied these topics; the quest for anecdotes and the research towards the origins of oral expresions, in which fables, short tales and other minimal narrations are involved, was about to appear when the magazine disappeared. Nevertheless El Averiguador turned into the seed of a magazine to come a decade later, El Averiguador Universal.

Keywords: XIX Century literature, Oral and Written Literature, Folklore, Popular and Literary Tradition, Short Tales, Minimal Narration, Anecdote, Historical Event, Lexicography.

 

 

 

P

udimos comprobar en el artículo precedente (nº 2 de esta revista) la importancia que tuvo El Averiguador Universal para el acopio de materiales provechosos a la tradición de las literaturas oral y escrita. Por desgracia, no sucedió lo mismo con el período precedente a dicha revista. No fallaron los objetivos que directamente a veces, y muchas de forma indirecta, pudieron propiciar torrentes de materiales, falló el tiempo, el tiempo inexorable que suele precipitar el final de tantas revistas buenas o malas. El averiguador, semanario de artes y letras y medio de comunicación entre los curiosos y aficionados á toda clase de conocimientos, que con tal denominación se puso en circulación cuando nacía el año 1868, concluía su incipiente andadura en el mes de mayo del mismo año. Desgraciadamente, no hubo tiempo real para recibir aportaciones, ni el desarrollo material de la época podía permitirse prisas en traer y llevar mensajes; pero el resultado pudo ser esplendoroso porque se cumplían condiciones inmejorables: la tradición oral gozaba de magnífica salud y existía una inquietud y curiosidad por las anécdotas, los dichos y el cuentecillo, que fueron proverbiales durante toda la década de los 60. Tal vez debamos consolarnos pensando que sirvió para preparar la que vendría después, El Averiguador Universal.[1] La idea de la revista nos parece brillante: satisfacer la curiosidad del lector e informarle con la aportación de los que pudiesen tener las respuestas. Por fortuna, muchas de las cuestiones hacían mención a dichos y expresiones, al porqué de tal o cual frase, dicho, sentencia o refrán. Como tras muchas explicaciones a las mismas se mueven anécdotas, chascarrillos, pullas y demás narraciones sencillas, las posibilidades se presentaban inmensamente prometedoras; pero el fatídico final se presentó antes de tiempo cercenando toda esperanza; por suerte resurgiría más adelante, como vimos.

            El contenido de cada número de la revista fue muy escaso; al reducido tamaño se unía que las páginas venían a doble columna, cada una con un número de página distinto: con todo, al finalizar la revista se formó un tomito que no llegó más que a las 346 páginas (la mitad realmente, escaso bagaje).

            Naturalmente, además, no todo iba dirigido a la literatura, la filología o el folklore; el campo al que se extendía la averiguación era muy amplio: había un vivo deseo de satisfacer el porqué de cuanto se circunscribe a la curiosidad de la cultura social. Manifestaba bajo el título:

 

            Se publicarán gratis cuantas preguntas se quieran hacer y las respuestas que se deseen dar relativas á literatura, música, artes bellas, suntuarias, de reproduccion mecánicas; historia, bibliografía, diplomática, geográfica, filología, arqueología, epigrafía, paleografía, usos y costumbres, arte militar, historia natural, economía política, administración, comercio, industria y á cuanto pertenezca al campo de la curiosidad y no se roce con la religión ni con la política.

 

            Y, en efecto, en espera de la llegada de las respuestas de los informantes a las cuestiones planteadas en artículos precedentes por otros lectores, se fueron insertando muchas curiosidades sobre cada uno de los temas expuestos anteriormente. Con todas estas circunstancias, fácil es entender la escasez de aportes a cada uno de los apartados.

            Ante este hecho, cabe preguntarse si merece la pena revisar El Averiguador en busca de los cuentecillos y todo tipo de narraciones (incluso en su mínima expresión), que es la tarea que nos ocupa en estos artículos. Tal vez no, si no hubiese nada tras ella; pero fue el germen de El Averiguador Universal, por lo que no podemos silenciarla, nos queda la labor de señalar las pinceladas, por limitadas que sean, trazadas con tendencia a nuestro campo, y, permítasenos, alguna incursión por terrenos aledaños pues, en estos temas de la anécdota, la historia y otras ciencias no siempre las fronteras están trazadas nítidamente.

            Afortunada y prometedoramente, la revista nos trae ya en el tomo 1º un cuentecillo que debió de ser conocido en la época, por lo que le bastó a un tal Quintín con unir a un dicho en cuestión el cuentecillo de sobra conocido. El tema a dilucidar era por qué se dijo Más duro que la pata de Perico. La siguiente fue su explicación:

 

Más duro que la pata de Perico.

 —Pág. 3, co. 1.ª, núm. prospecto.

            A esta frase le sobra una palabra, que es el artículo la. Este Perico no fue ni lo podrán ser todos los Pericos de su especie, aunque hablen sin cesar de la noche á la mañana y de la mañana á la noche. Porque este Perico, no es D. Perico, sino perico ó periquito, el pájaro que todos conocemos. La frase es originaria de América, donde quizá, es decir, hablando en hipótesis, aconteciera el cuento del inglés á quien una señora americana, su amiga, regaló un perico. Recibió nuestro hombre el regalo, gratificó largamente al demandadero y dio muestras inequívocas de la gran estimacion que hacia del presente. Al otro dia fue a visitar á la señora con el objeto de manifestarle su agradecimiento, y apenas se presentó, la señora le dijo: ¿Qué tal el perico, amigo mio? Oh, señora, bueno, magnífico, pero estar muy dura la pata de perico. Se lo habia almorzado!!!

            QUINTIN.

            (nº 1 [1868], p. 8; dom. 5-enero)

 

            Naturalmente, no vamos a entrar en lo acertado o no de la explicación que, por lo demás, se recrea con otras fórmulas (como estar más liado, tener más años, estar más frío, más seco que la pata de Perico, y seguramente no habremos agotado el repertorio); el tema ha sido tratado por algunos estudiosos que también rechazan historietas como que el tal Perico fue el que tenía una pata de palo; lo que nos interesa es que el cuentecillo apareciese en El Averiguador.                       

            No era nuevo en la tradición escrita que una valiosa ave fuese sacrificada; recuérdese la novela octava de la jornada V de Boccaccio, cuya sinopsis revela el contenido:

 

            Federigo de los Alberighi ama y no es amado, y con los gastos del cortejar se arruina; y le queda un solo halcón, el cual, no teniendo otra cosa, da de comer a su señora que ha venido a su casa; la cual, enterándose de ello, cambiando de ánimo, lo toma por marido y le hace rico (Decamerón, ed. de Pilar Gómez Bedate, Bruguera, 1983, pp. 387-392)

 

            Es claro que el amor surgió en la pretendida cuando esta pudo comprobar el intenso amor de su enamorado. Este romántico motivo aleja la historia de nuestro tema, evidentemente. Thompson recopila esta novelita en su índice de motivos como N345: The falcon of Sir Federigo. El mismo índice da noticia de otras versiones medievales más, que no revisaremos para no resultar reiterativos.

            Si la muerte de la preciada ave de Sir Federigo por amor recayese en la ignorancia, permutaríamos un tema de amor por uno jocoso, para el que cuadraría perfectamente un broche final con un comentario lleno de chispa: justamente lo que refiere el chascarrillo contado por Quintín. No es otro que una variante ya inventariada por Thompson como motivo J1826: The falcon not so good as represented, cuyo argumento relata que un noble alaba a su halcón; el bufón, que lo oye, cree que lo hace refiriéndose a las cualidades culinarias del mismo, por lo que no duda en sacrificarlo y preparárselo a su señor: a éste le decepciona el gusto de aquella carne. El propio Thompson da noticias de algunas versiones.

            Poco antes, en aquella asombrosa década de El Averiguador, Rafael Boira (El libro de los cuentos, Madrid, 1862, III, p. 276) había recopilado una versión semejante bajo el título El loro con arroz. En esta versión, un colono regaló un loro, traído de La Habana, valiosísimo por la infinidad de cosas que sabía, a una señora amiga. Al día siguiente ella dijo que el loro había sido bastante bueno, aunque algo mejor era la perdiz: lo había guisado con arroz. Evidentemente, además de la ignorancia como eje, también aparece aquí la sal final, en este caso de que mejor estaba la perdiz. Muy semejante es otra variante que recuerda Abraham Enberg (Chistes judíos que me contó mi padre, Madrid, Altalena, 1979, págs. 27-28: Un loro judío) de labios de su padre; en este caso la escena se sitúa en el moderno Nueva York; reunidos los hijos, deciden regalar a la madre un loro que hablase idish con el que se pudiera entretener. Tras gastar una fortuna por él, esperaron ansiosos todo el día la reacción de la madre, hasta que, impacientes, uno de los hijos decidió telefonear por la noche interesándose por el loro: “—Delicioso, hijo, delicioso. Nunca había comido nada más tierno...” El tema, no cabe duda, es folkórico y universal.

            José Mª Iribarren incluirá esta aportación de El Averiguador en su monumental obra (El Porqué de los Dichos. Sentido, origen y anécdotas de los dichos, modismos y frases proverbiales de España con otras muchas curiosidades, Madrid, Aguilar, 1955, p. 197) .

            No fue Iribarren, sino otro estudioso metido a los mismos quehaceres en los mismos tiempos, Dionisio de Nogales Delicado y Randón, quien bucea en otro tema abierto en El Averiguador, el dicho Nao quizo ser casteçao. Al parecer proviene de un epitafio portugués (¿o quizá más de uno?, ¿tal vez varios?), como explica nuestro El Averiguador:

 

El obispo Alfonso.—En la Santa iglesia parroquial de Lisboa existe entre otros un sepulcro con la siguiente inscripción: Aquí finca á meyor cosa de Castela, ó señor Obispo de Mérida natural D. Gonzalo Alfonso, naon quiso ser castesao por non caer en desgracia de Deus é de N. S. J. C.

            Aparte del lenguaje poco á propósito para las lápidas funerarias (...)

            (nº 5 [1868], pp. 66-67; dom. 2-febrero)

 

            El curioso lector, cuyas iniciales son N.D.P., continúa con su comentario, tras el que se interesa por el personaje.

            Nogales, en sus Dichos (Dichos españoles históricos, anecdóticos, populares y literarios que para apacible entretenimiento de lectores curiosos da a la estampa, Sevilla, Imp. F. Díaz, 1913-1915, II, p. 178), alude a otro personaje al que aplica idéntico epitafio:

 

            Nao quizo ser casteçao.

             “Aquí jaz, Don Gonçalo Yannes de Faria. Nasceu en Mérida, mais foé home tanto fidalgo é sabidor, que nao quizo ser casteçao, por non cahir en desgraça de Deus.”

 

            No es nuestro propósito dilucidar la veracidad de los datos, baste decir que no vamos a contradecirlos, con lo que tendremos que admitir que, tal vez, hagan referencia a una realidad, a alguna práctica lusitana o a alguna burla española, o quizás a ambas cosas surgidas a los dos lados de la frontera; pues es cierto que los españoles hicieron burla de los tan labrados epitafios portugueses. Sin ir más lejos, el propio mencionado Rafael Boira incluye en la señalada obra una serie de ellos (I, pp. 153-154: Epitafios portugueses), entre los que circunscribe uno que fue proverbial entre los españoles, el conocidísimo sobre Manuel de Madurreiras, al que Dios mandó tocar y callar a los ángeles, porque su música era mejor, tan celebrado entre los de este lado de la frontera que incluso llamarán la atención de autores como Fernán Caballero (La Gaviota, BAE, 136, p. 99), Juan Valera (Cuentos y Chascarrillos. Incluido también en Cuentos y chascarrillos andaluces tomados de la boca del vulgo...: El famoso cantor de Madureira) o Pío Baroja (Los Visionarios, en Obras Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1946-1951, VI, p. 541a). Boira mismo, incluso, dedicará otros tres títulos más a epitafios. Lo mismo podría decirse de tantos otros precedentes como Bernardino Fernández de Velasco, Arguijo, Salazar y tantos otros. Entre los refraneros contemporáneos de Sbarbi, por ejemplo, también tuvieron cabida los epitafios portugueses.

            Saltando a otro tema, en nuestros Cuentos populares sevillanos (en la tradición oral y la literatura) (Sevilla, Fundación Machado, 1996) recogíamos un cuento sobre San Cristóbal, el nº 137: [Cristobalito o Cristobalón]:

 

            Iba a pedirle a san Cristóbal. San Cristóbal dice que es un santo muy grandote que había en la iglesia. Yo no sé si estará ya, yo no sé si estará ya. Yo no sé, yo no conozco a ese santo; pero dicen que era un santo grandote que había, con unas manotas muy grandes. Y dice que era, ése era el que, ése era el rey de los novios. Ése les buscaba novio a todas las mozas duras que hubiera; ahí no había nada que decir.

            Pero dice que una mujer tenía una muchacha dura, y no le salía novio ni nada. Y dijo: "Pues yo voy a buscar a san Cristóbal, a ver si esta muchacha se casa. Yo me voy a morir..., yo a esta muchacha la dejo sola... ¿Cómo es eso?

            Bueno, pues fue. Se arrodillaba a él, decía:

             —San Cristobalito, manitas, patitas, dame un novio para una hija que tengo mocita.

            Bueno, pues le dio el novio. Se casó la muchacha. ¡Me cagüe la mar! Pero el yerno era tan malo como... ¡Vamos, eso es más malo que la grama! Y entonces, cuando ya vio lo malo que era el hombre, fue, dijo: "¡No se va a enterar san Cristóbal con lo que me ha mandado aquí!"

            Entonces fue un día a pelear con él, con san Cristóbal, y se puso delante de él y le dijo:

                                   —San Cristobalotas, manotas, patotas, cara de cuerno.

                                   ¡Como tienes la cara me diste el yerno!

                       (Amparo López Ojeda, El Palomar-Paradas, 1993)

 

            Se trata de un cuento bien conocido y catalogado (1476: The Prayer for Husband). Tras el estudio de distintas versiones, y el verdadero atributo del santo casamentero, hacíamos las siguientes anotaciones respecto al tamaño de la talla o imagen del santo:

 

            San Cristóbal, el santo grandote.-

            Nuestra informante menciona el tamaño del santo. A principios del siglo XVII, se recogió uno de los muchos dichos graciosos atribuidos a Farfán. Según tal dicho (Farfán, Dichos..., 5 y 6), el mencionado predicador recibió el encargo de platicar sobre S. Juan, con la condición de que diese a entender que era el más grande santo del cielo. En el sermón, dijo que había estado midiendo las figuras que aparecen en cierto cuadro del Convento, y que había hallado que “le llevaba mucho San Cristóbal en cuerpo a San Juan. Y así que pues querían que predicase del mayor, que éste era San Cristóbal, y así predicó de San Cristóbal y dejólas burladas”.

            Según anota la editora de los sermones de Farfán [Aurora Domínguez Guzmán], “si el sermón fue posterior a 1584, año en que Mateo Pérez de Alesio pintara su colosal imagen en la catedral hispalense, a nadie le quedaría la más mínima duda al respecto dada la popularidad que alcanzó y las chanzas que por su tamaño ha venido propiciando desde entonces”

 

            Pues bien, en El Averiguador se hace un pequeño bosquejo biográfico del santo, así como su repercusión en el ideario de los creyentes que concernió incluso al arte. Pretendemos hacer notar con estas citas la innegable vinculación que hay entre el cuento popular y la mentalidad, la cultura social y entre todas las disciplinas entre sí.

            Así se explicaba J.V. y C., desde Mondoñedo, a principios de 1868 en El Averiguador:

 

San Cristóbal. [En respuesta a por qué hay imágenes tan grandes en todas las catedrales, cuestión planteada en el nº 1, p. 5; dom. 5 de enero.]

 —Col. 5. –El motivo de haber en casi todas las catedrales de España, Francia é Italia, una imagen colosal de San Cristóbal no es otro que la creencia muy esparcida en la edad media y consignada en libros de oficio griegos, de que nadie moriria de muerte repentina el dia en que viera esa imagen. Por esta razon es de presumir que se harian de dimensiones tan enormes; en armonía por otra parte, con la talla elevada y aspecto terrible que, según la Leyenda dorada, tenia San Cristóbal, como que cuando fue presentado al emperador Decio, cayó este de su trono sobrecogido de espanto. En esto, como en todo lo que se refiere á San Cristóbal, entra por mucho más el simbolismo que la historia; pues es bien sabido que era llamado, y á sí mismo se dice se llamaba el reprobo; se asegura que sirviera al diablo antes que á Jesucristo; y se contaba del Santo en el siglo X, según un Menologio griego, cosas admirables y maravillosas, tales, como que al principio tenia cabeza de perro (y con ella abundan sus representaciones iconográficas en Oriente,) y devoraba á los hombres; mas habiendo creido en Jesucristo, cambió de forma.

            La leyenda de San Cristóbal es completamente una importación oriental, que al trasportarla á Occidente perdió mucho de su carácter, pero conservó íntegra su esencia y el mismo nombre griego del santo, cristóforo, como se le llamaba al santo (escribiendo æpóforo) hasta los tiempos modernos.

            Es opinión general que las imágenes de San Cristóbal estaban colocadas en la edad media en las puertas y al exterior de las iglesias, como en la catedral de Lugo, y después, para sustraerlos de los ultrajes del tiempo y de los hombres, se las colocó en el interior próximas á la entrada. Las de las catedrales de Francia han desaparecido todas casi, en el presente siglo.

            Créese que al principio eran de talla; pero hay noticias de algunas que fuéron pintadas ya en los siglos XI y XII. Por lo general se representaba á San Cristóbal con el Niño Dios á sus espaldas, haciendo alusion á la etimología de su nombre, apoyado en un robusto baston con ramas, porque dicen que por haber florecido su baston se convirtieron los soldados que en cierta batalla le hicieron prisionero; y caminando sobre las aguas, donde se dice hallara su dicha. Las dimensiones de algunas de esas populares imágenes llegaban á 13 metros, y la mayor parte, si no todas, de las que en España se conservan no datan sino del siglo XV ó XVI, ó aún del XVII.

            Mondoñedo                                        J.V. y C.

            (nº 3 [1868], p. 38-39; dom. 19-enero)

            (Hay una aclaración más en pp. 42-43, donde se dice que no sólo en los templos, sino que también en los libros, ilustraciones y otras partes existían dichas imágenes; además de nuevas observaciones.)

           

            En otro orden de cosas, es curiosa, aunque de poco jugo para nuestro propósito, la explicación que hace de Paquete:

 

Paquetes.—Núm. pros., pág. 3.—A falta de otra respuesta original, contentémonos por ahora con lo que el Diccionario de voces gaditanas, publicado en Cádiz (1857) por un individuo de la Academia española de Arqueología dice en la voz “PAQUETE” s. m. Hombre elegante. Tuvo orígen en cierto elegante que, cuando empezaron á venir los paquetes ingleses de vapor de tránsito á Gibraltar, decia que esperaba todas las cosas por el Paquete.”

            Medina Sidonia                      Mse. Sarmiento

            (nº 11 [1868], pp. 169-170; dom. 15-marzo)

 

            Dentro de las curiosidades que se insertaban entre preguntas y respuestas, figuran algunas aportaciones de la revista de indudable atractivo e interés general. No cabe duda de que muchas de ellas son extractos de libros o textos raros, como el siguiente, más tocante a la historia, pero con cierto encanto para el público popular por su sabor anecdótico:

 

CURIOSIDADES. Año de 1565.

En este año la señora Reina doña Isabel de la Paz, mujer del Sr. D. Felipe II, á instancia de Fr. Diego de Valbuena, religioso mínimo, su confesor, permitió que de una imagen de las Angustias que tenia en su oratorio pintada en tabla, y habia traido de Francia, se sacase copia de la escultura para darla al convento de la Victoria: encargóse labrar á Gaspar Becerra escultor famoso y gran pintor, discípulo de Michael Ángelo: hizo una cabeza y llevándosela á la Reina no le agradó: lo mismo secedió (sic) con otra segunda, con lo que el escultor quedó muy triste. Encomendó á Dios la obra, y estando una noche durmiendo le pareció que le decian: Despierta, levántate, y ve á la chimenea, y en ella verás un tronco grueso de roble, que se está quemando; mátale el fuego y prepárale, que de él sacarás la imagen que deseas: levantóse espavorido, y ejecutó lo que la voz le habia mandado, y al otro dia reconociendo el madero, halló ser muy á propósito, en el que empezó á trabajar, y sacó una cabeza suya á su satisfacción: agradó mucho á la Reina, encargóla y púsola en perfeccion (…)

            (Ms. de la propiedad de los Sres. viuda é hijo de Cuesta)

            (nº 18 [1868], pp. 283-284; dom. 3-mayo)

 

            Menor interés tiene el siguiente fragmento por lo insustancial de la anécdota, también extractado de una obra rara.

 

Carta de Cornelio Tácito al conde Claros, sobre las cosas de la córte de Felipe IV.

(…)

            Hallé en palacio mucho que atender y poco atendido, y menos entendido: después fui al Retiro, y extrañé una cosa notable; sin qué ni para qué, vi allí trabajar las fiestas, como si fuera obra santa.  —Avia en mi aldea un hombre que hacia grandes diligencias para ser rico, y nunca lo pudo conseguir; y lamentándose de ello, le dijo un loco: ¡ah¡ fulano, trabajais las fiestas? En el Retiro hay mucha fábrica y poco necesaria; para habitación de invierno es un Guadarrama, para de verano un Mongibelo; que los arenales (como es aquel sitio) tienen las calidades de la paja, que son aquello á que se avecindan: si frio, frio; si calor, calor (…)

            (nº 3 [1868], pp. 44-46; dom. 19-enero)

 

            Menos ligada a libro antiguo es un relato extendido sobre la invasión francesa relacionada con un acontecimiento acaecido en Tarragona, un intento de explosión frustrado. Los sucesos, aún relacionados con hechos históricos, parece que circulaban de viva voz. Según la leyenda, fue S. Magín quien, por tres veces, apagó la mecha encendida por los franceses, sin embargo, El Averiguador refleja lo contado desde Tarragona por T.R. y O., que después complementa E. S.:

 

            Dos varones ilustres.—(…)

            Al desocupar los franceses la plaza de Tarragona, al amanecer del dia 19 de Agosto de 1813, regresando á la ciudad las personas que por las amenazas de los franceses habian estado fugitivas ó ausentes de ella durante la tarde y noche anteriores, pernoctando en los campos y vericuetos del rededor, pudieron observar un espectáculo ciertamente muy interesante y establecer un parangon entre extraño y chusco. Mientras los últimos militares del ejército invasor que salieron de la plaza, se ponian en marcha para la capital de Cataluña, y cuando ni apenas tiempo tenian para alcanzar el meson ó ventorrillo denominado la Cadena, sito junto á la carretera de Barcelona no muy léjos de la ciudad evacuada; dos jóvenes y vigorosos paisanos, ascendiendo como por ensalmo por las murallas de la parte oriental, consiguen ganar muy pronto el baluarte de San Magin, y en el ángulo saliente de él, clavando en tierra un alto palo con honores de asta, ó utilizando tal vez una verdadera que su buena suerte les deja hallar al paso, como parece lo más verosímil, izaron los primeros, con el espíritu más varonil que imaginarse pueda, y llevados en alas de un patriotismo refinado, una anchurosa y juguetona bandera nacional, única quizás de su clase que en las plazas del antiguo Principado saludó el hermoso sol de aquel dia memorable é inmortal por muchos conceptos. Tan bellísima accion, que registra con orgullo la historia de España, aunque desgraciadamente con pocos datos, es fama que tenia lugar tambien mientras el inícuo y presuntuoso Bartolleti, y último y el más aborrecido bajá que en la plaza esencialmente patricia, tuvo la odiada guarnicion francesa, pronunciaba entre dientes así… con cierto intranquilo énfasis, y una especie de orgullo estrambótico, pero que no debia tener mucho de envidiable, y mucho menos de satisfactorio: Plutot nous aurions sortis…!!!”

             [Desde Tarragona, T.R. y O., pregunta sobre los personajes y otros datos.]

            (nº 5 [1868], pp. 70-71; dom. 2-febrero)

 

Dos varones ilustres.— [Contestación con ratificación en nº 11 (1868), pp. 168-169; dom. 15-marzo]

            (…) Cuando los franceses evacuaron la plaza, tenian órden de demoler las fortificaciones, y para completar su obra con poco trabajo, pusieron unos hornillos en la puerta de la muralla de San Magin y aplicaron mecha que les diera tiempo de alejarse de Tarragona lo bastante. Pero se hallaba fuera toda la division, cuando unos soldados rezagados á lo que se dice, á los favores y buen trato que habian recibido de varios vecinos, hicieron saber á dos paisanos que se hallaban á la puerta el hecho y les dieron señas del sitio donde ellos mismos habian puesto la mecha. Corrieron los dos animosamente á salvar la ciudad de la explosion, arrancaron la mecha de su sitio y levantaron esa bandera en señal de triunfo y seguridad, pues ya la noticia habia corrido. La mecha se conserva en la iglesia de San Magin, cuya fiesta se celebraba precisamente aquel dia, fiesta que tanta devocion inspira á toda la gente de aquel campo, especialmente la marinera. E.S.

 

            Saltando a otro tema, un lector se interesó por cierto pasaje de la vida del Gran Capitán. (Cuya crónica había aparecido en Sevilla, en 1582, con adición de los hechos de otros ilustres: Diego de Mendoza, don Hugo de Cardona, el Conde Pedro Navarro y otros, además del portentoso Diego García de Paredes. Las anécdotas del Gran Capitán y los hechos extraordinarios del último mencionado fluyeron incesantemente por las florestas de nuestros escritores.) Aprovechando una pregunta sobre un personaje, J. S. A, desde Vigo, nos refresca con una de las hazañas reflejadas en la famosa Crónica.

 

Un soldado español desconocido.—Cuando el ejército francés salió de Canosa, al mando del virey de Nápoles para cercar al Gran Capitán que se hallaba en Barleta con todas sus fuerzas, esperando auxilios del rey D. Fernando y del emperador Maximiliano, cuenta la crónica que no queriéndose detener á sitiar á Audria –que no pudieron fácilmente tomar por el esfuerzo con que D. Diego de Orellano que la guardaba– los franceses “vieron ir por el camino a Barleta seis infantes españoles y una mujer y arremetieron contra ellos. Los españoles como vieron los caballos franceses, temiendo de no ser de ellos presos ó muertos, recogiéronse todos en dos torres que allí habia, de que en las viñas de aquellas tierras hay mucha abundancia… y en la una de las torres se metieron los cuatro soldados y en la otra los dos con la mujer: y los caballos franceses ligeros que todavía los siguieron, llegaron á las torres á donde los españoles estaban retraidos, y tras ellos, desde á poco, llegó todo el campo y comenzaron de poner no menor diligencia en prender aquellos seis infantes que si la hubieran de haber con igual número de gente que la suya. Las cuales luego comenzaron á bombardear las torres y hacer otras cosas para tomar los seis infantes españoles… Los dos soldados que con la mujer estaban en la torre, aunque fuéron con la artillería bien bombardeados, no hicieron muestra de se dar por razon que la torre era fuerte y ellos no de menos ánimo, en especial que en aquel dia mostró bien el uno de ellos su valor, porque dándose el compañero á los suizos que aquella torre combatían, le hirieron malamente dándole muchos golpes en todas las partes del cuerpo; de lo cual, escarmentado el otro soldado que solo quedó en la torre, determinó morir antes que darse en poder de los franceses, esperando que lo mismo harian dél, que del compañero que se dio, habian hecho. Y con determinación de morir se estuvo solo en la torre, á donde hizo maravillas de su persona hasta tanto que no le pudieron entrar los franceses siguieron su camino, y el soldado español por su buen corazon y ánimo que en aquel dia mostró, quedó libre juntamente con la mujer… el cual despues que vido el campo seguro salió de la torre y se tornó con la mujer á Adria que estaba como á una milla de agua, lugar do aquello había pasado.”

            ¿Es cierto este hecho que relata la Crónica del Gran Capitán? Y de ser cierto, se sabe ¿quién fue este valeroso soldado español?

            Vigo                                                   J.S.A.

            (nº 17 [1868], pp. 259-261; dom. 26-abril)

 

            Interesándose por un capítulo de la vida de Cervantes que había recordado Buenaventura Carlos Aribau, un lector, M. V., nos entretiene con aquellos hechos acaecidos al final de su cautiverio en Argel, donde el renegado murciano Morato le ayudó, como lo hiciera con otros muchos cautivos. El propio Cervantes lo había mencionado en Quijote (I, 40), donde explicaba que algunos renegados solían auxiliar a los cristianos, a la vez que pedían referencias y firmas de los cautivos socorridos para utilizarlos en caso de volver a su tierra con el fin de que diesen fe de cómo “el tal renegado es hombre de bien y que siempre ha hecho bien a cristianos y que lleva deseo de huirse en la primera ocasión que se le ofrezca”. El tal moro se llamaba Morato, conocido como Maltrapillo, su oficio era arráez, o capitán morisco de galeras, de donde tal vez el apellido. No obstante, también habla de él en La Gran Sultana Doña Catalina de Oviedo, donde explica cómo la niña española fue capturada por Morato, vendida al rey de Tetuán y recomprada años más tarde por el mismo Morato, deslumbrado por la belleza de la aún niña. Llevada a Constantinopla prendó al sultán que la elevó a Gran Sultana, a quien se quiso llamar Zoraida, y que sería benefactora de los cristianos (cf. sobre el personaje, Martín Fernández de Navarrete, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid, Imprenta Real, 1819, p. 381 especialmente, y precedentes). No serán las únicas obras donde aparecerá el citado personaje: “...Si él es Morato Arráez, es atrevido...”, se presentará en la primera jornada de Los baños de Argel...

            El texto de El Averiguador es el reflejado por Aribau, sobre el que el lector hace sus pesquisas:

 

Morato Raez.—En la Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, de D. Buenaventura Cárlos Aribau, inserta en el tomo primero de la Biblioteca de Autores españoles, pág. 16, dice lo siguiente:

            “mas pocos dias después oyó publicar por las calles de Árgel el pregon que declaraba su fuga, é imponia pena de la vida á quien le ocultase; pero queriendo que nadie padeciera por su causa, y mucho menos su generoso amigo y encubridor, salía al momento de su asilo, y juntándose al paso con Morato Raez, por sobrenombre Maltratillo, renegado murciano y amigo del Rey, se presentó impávido á este para que dispusiese de su vida. Irritado Azan, mandó atarle las manos atrás y ponerle un cordel á la garganta, como para ahorcarle, si no confesaba. Nada bastó para que nombrase á persona alguna: echó toda la culpa sobre sí y sobre cuatro caballeros que estaban ya en libertad, hasta que cansado Azan de sus inútiles pesquisas, ó vencido á los ruegos de su amigo Morato, ó cediendo á la fascinadora influencia de un esclavo, cuya superioridad no podia menos de reconocer, dispuso que le encerrasen en la cárcel de moros que estaba en su mismo palacio, y desterró a Giron al reino de Fez.”

            M. V.

                       (nº 14 [1868], pp. 211-212; dom. 5-abril)

 

            Menor interés aún posee un episodio de la vida de Zurbarán que nos recuerda otro lector, excusable aquí por lo que pueda tener de tradición, pues tal vez no le falte razón cuando afirma que “por tradición cuentan en este país...”

 

Casa de Zurbarán.-En 1640 regresó el célebre pintor español Francisco Zurbarán y Márquez á su pueblo natal, Fuente de Cantos (Extremadura), y por tradición cuentan en este país, que á los pocos dias de llegar á su casa el pintor cometió un homicidio en las persona de uno de sus primos. De estas resultas marchó huido al Portugal, donde permaneció hasta su muerte… En efecto, respecto á esto último no nos cabe duda…

[El lector pregunta sobre estas circunstancias, y si consta algo por escrito.]

            (nº 4 [1868], pp. 51-52; dom. 26-enero)

 



[1] El propio José Mª Sbarbi, que sería el director de El Averiguador Universal, nos explicará el nacimiento, progreso y vicisitudes de El Averiguador, que precedió a su revista:

 

            Esta primera época [1868, que nos ocupa] fue dirigida por D. Gregorio Cruzada Villaamil. Suspendida la publicación de esta obra periódica en el mes indicado arriba [mayo] reanudó su hilo el año de 1871, habiéndose dado á luz dos tomos más, correspondientes á dicho año y al de 72, y quedando de nuevo interrumpida á principios del 73, en el que sólo se publicó cuatro números correspondientes á los meses de Enero y Febrero; números que faltan en la mayor parte de los ejemplares. Esta segunda época salió á luz bajo la dirección de Don Eduardo de Mariátegui.

            Trascurrieron tres años (1876), y tocó su turno á la tercera época de la publicación que nos ocupa; pero fue ésta tan lamentable, que sólo llegó a dar 11 números, y, para eso, en el espacio de dos años, careciendo del debido índice, con lo que se hace de todo punto inmanejable tal linaje de obras. Fue el director de esta tercera época D. Mariano Vergara.

 

Pasa a dar noticias de lo efímero de este tipo de publicaciones; explica que El Consultor Universal, que fue el verdadero iniciador de este género de lecturas, se publicó en Barcelona durante la primera mitad de 1865 (con únicamente doce números), y que El Investigador de Buenos Aires, desde 1880, no llegó a cumplir los dos años. Pese a todo, él se lanzó a la aventura de reiniciar una nueva época de El Averiguador, desde entonces Universal: “A pesar de todo, mi afición decidida á semejante linaje de estudios, fue móvil poderoso para arrastrarme á la prosecución de El Averiguador, dando ésta por resultado la que se describe en el artículo siguiente.” (Monografía sobre los refranes, adagios y proverbios castellanos y las obras ó fragmentos que expresamente tratan de ellas en nuestra lengua, Madrid, Imp. y Lit. de los Huérfanos, 1891, pp. 72-73).