Gonz‡lez Terriza, Alejandro Arturo. ÒLa Serrana de la Vera: constantes y variaciones de un personaje legendarioÓ. Culturas Populares. Revista Electr—nica 4 (enero-junio 2007).

http://www.culturaspopulares.org/textos4/articulos/gonzalezt.htm

 

ISSN: 1886-5623

 

 

 

La Serrana de la Vera:

constantes y variaciones de un personaje legendario*

 

Alejandro Arturo Gonz‡lez Terriza

 

Resumen

La Serrana de la Vera es uno de los personajes m‡s fascinantes del folklore espa–ol. Este art’culo propone una clasificaci—n de los distintos textos tradicionales relativos a la Serrana, as’ como una reconstrucci—n de los elementos que constituyen el nœcleo de estas tradiciones.

Palabras clave: Serrana de la Vera, romances, serranillas, seductora diab—lica, mujer salvaje, leyenda urbana.

 

Abstract

The Serrana de la Vera is one of the most fascinating characters in Spanish folklore. This paper attempts a clasification of the different traditional texts about the Serrana, as well as a reconstruction of the main elements of these traditions. 

Key words: Serrana de la Vera, Romances, Serranillas, Diabolical Seductress, Wild Woman, Urban Legend.

 

 

1. Introducci—n

E

n el Campo Ara–uelo, vecino a la tierra que le da nombre, la Serrana precisa poca presentaci—n. Como todos sabemos, es un personaje vinculado a la comarca de la Vera, especialmente a Garganta de la Olla y el Piornal. Desde all’ se ha extendido por Espa–a. Los folkloristas han recogido versiones del romance de la Serrana en zonas muy diversas: Canarias, Andaluc’a, Castilla la Vieja, Asturias... (y, por supuesto, Extremadura)[1].

            Esta ponencia tiene varios objetivos: compartir con la comunidad seis etnotextos inŽditos sobre la Serrana; ofrecer una clasificaci—n de los distintos textos relativos al personaje; reconstruir ordenadamente los elementos que constituyen el nœcleo de estas tradiciones y ofrecer ejemplos de c—mo la tradici—n, para mantenerse viva, altera los detalles superficiales del relato y ensaya nuevas funciones del mismo.

            Comencemos por lo primero. Desde el a–o 1999, en que lleguŽ al instituto August—briga de Navalmoral, una de mis aspiraciones ha sido incentivar en mis alumnos el interŽs por las tradiciones populares, empezando como es l—gico por las que les tocan m‡s de cerca. Con el tiempo, gracias a la colaboraci—n inestimable de Mari‡n Nuevo Marcos y FŽlix Contreras, esta actividad se ha convertido en un proyecto perseverante, La memoria sumergida, que ha dado ya muchos frutos: una p‡gina web monogr‡fica (http://www.augustobriga.net/memoria/index.htm), una ponencia sobre la copla popular morala en la dŽcima edici—n de estos coloquios, un art’culo sobre el proyecto en la revista Tribuna (Gonz‡lez Terriza y Nuevo Marcos 2005) y un Romancero y Cancionero de Navalmoral, inŽditos por el momento, pero que esperamos reciban en algœn momento el apoyo institucional que merecen[2].

 

2. Materiales inŽditos

2.1. Tres versiones del romance

En el a–o 99, animŽ a los alumnos que cursaban la asignatura de Mœsica en el Bachillerato nocturno a recoger romances y canciones populares. Silvia Gil me trajo a los pocos d’as una hoja manuscrita con la siguiente versi—n del romance de la Serrana de la Vera, publicada aqu’ por vez primera:

La Serrana de la Vera (R1)

 

Informante: Petra Borreguero, nacida en Trujillo.

Fecha de nacimiento: 1943.

Recopiladora: Silvia Gil.

Lugar: Navalmoral de la Mata.

Fecha: diciembre de 1999.

 

En Garganta de la Olla,

legua y media de Plasencia,

      se pasea una serrana

alta, rubia y sandunguera

5          con vara y media de espalda,

cuarta y media de mu–eca,

     con una mata de pelo

      que hasta el zancajo la llega.

     Cuando la da gana de agua

10        se baja pa la ribera,

     cuando la da gana de hombre

se sube en las altas pe–as.

     Vio venir a un soldadito,

licenciado de la guerra;

15        le ha agarrado de su mano,

      para su cueva le lleva.

     No le lleva por caminos

      ni tampoco por veredas:

     le lleva por un calvario

20      de cruces y calaveras.

     Le pregunta el soldadito

      que quŽ cruces son aquŽllas.

     —Veintinueve muertes que he hecho,

      la tuya me har‡n las treinta.

25        Ya llegaron a la cueva

      y empez— a poner la cena:

     era un guiso muy sangriento

      que daba pena comerlo.

     —Come, come, soldadito,

30        que est‡ muy rica la cena.

     —No, se–ora, no la quiero,

      porque me espera mi madre,

que tendr‡ la mesa puesta.

            Al terminar de cenar

35        se puso a dormir la siesta

y el soldadito valiente

      se qued— de centinela.

     Cuando la sinti— dormida,

            se ech— por la puerta afuera,

40        que corr’a como un gamo

pa abajo por la ribera.

     Cuando le ha echado de menos,

      relincha como una yegua:

            —Vuelve, vuelve, soldadito,

45        que te quedas una prenda,

     que es de rico pa–o fino

      y es l‡stima que se pierda.

     —No volverŽ yo, por cierto,

            ni aunque de oro se volviera;

50       mis padres me dar‡n otra

      y si no, andarŽ sin ella.

     Aqu’ termina esta historia

      de la Serrana de la Vera[3].

 

            Tres a–os despuŽs, mi vecina Guadalupe Alegre, de Jara’z de la Vera, comparti— conmigo otra versi—n del romance, la m‡s detallada que conozco:

           

La Serrana de la Vera (R2)

 

Informante: Guadalupe Alegre Garc’a, de Jara’z de la Vera.

Fecha de nacimiento: 1 de julio de 1955.

Lugar: Navalmoral de la Mata.

Fecha: Oto–o del 2002.

Recopilador: Alejandro Gonz‡lez.

  

        All‡ en Garganta la Olla,
        siete leguas de Plasencia,
        habitaba una serrana
        alta, rubia y sandonguera

5      con vara y media de pecho,
        cuarta y media de mu–eca,
        con una mata de pelo
        que a los zancajos la
llega.

        La serrana cazadora
10    gasta falda a media pierna,
        bot’n alto y argentino
        y en el hombro una ballesta.

        Si ten’a ganas de agua,
        se bajaba a la ribera;
15    si ten’a ganas de hombres,
        se sub’a a las altas pe–as.

        Pasan unos, pasan dos
        y no pasa el que ella espera
        y vio venir a un serrano
20    con una carga de le–a.
        Le ha cogido de la mano,
        pa la cueva se lo lleva.

        No le lleva por caminos
        ni tampoco por veredas,
25    le lleva por entre el monte
        por donde nadie les vea.

        Al entrar en la caba–a
        el serrano, ÁquŽ sorpresa!,
        y al resplandor de las llamas
30    vio un mont—n de calaveras.

        —ÀDe quiŽnes son estos huesos,
        cœyas estas calaveras?
        —Son de hombres que he matado
        pa
que no me descubrieran.

35    —Bebe, bebe, serranillo,
        bebe de esta calavera,
        que puede ser que algœn d’a
        otro de la tuya beba.

        Buenas noches, caminante,
40    buena noche nos espera
        de perdices y conejos
        y t—rtolas y arroyuelas,
        de plan blanco y de buen vino
        y de tu cara risue–a.

45    Si buena cena le di,
        mi mejor cama le diera
        y entre pieles de venado
        mi mantelina tendiera.

        La serrana al serranillo
50    le mand— cerrar la puerta
        y el serrano, como astuto,
        la dej— un poco entreabierta.

        —Serranillo, serranillo,
        Àsabes tocar la vihuela?
55    —S’ se–ora, s’ se–ora,
        y el rabel si usted me diera.

        Pens— adormecerle a Žl,
        mas le adormeci— Žl a ella.
        Por un cantar que ella canta
60    y Žl cantaba una docena.

        Cuando la sinti— dormida
        fue muy despacio a la puerta,
        las albarcas en la mano
        para que no le sintiera.

65    Media legua lleva andada
        y sin volver la cabeza,
        pero cuando la volvi—,
        como si no la volviera.
        Vio venir a la serrana
70    bramando como una fiera,
        saltando de cancho en cancho,
        brincando de piedra en piedra.
        Una china lleva en la honda
        que pesaba arroba y media.
75    Con el aire de la china,
        le ha derribao
la montera.

        —Vuelve, vuelve, serranillo,
        que te dejas tu montera,
        que es de pa–o rico y fino
80    y no es menester se pierda.

        Si es de pa–o rico y fino,
        y as’ se gasta en mi tierra.
        Mis padres me compran otra
        y si no, me estoy sin ella.

85    —Por Dios te pido, serrano,
        que no descubras mi cueva.
        —Descubierta no ser‡
        y hasta la primera venta.
        Cuando a Garganta lleg—,
90    enseguida fue a dar cuenta.
        Muy pronto los cuadrilleros
        de los pueblos de la Vera
        subieron a la monta–a
        y rodearon la cueva.

95    La toman declaraci—n
        por si ella lo deniega.
        —Y un desenga–o amoroso
        me hizo perder la cabeza
        y marcharme a la monta–a
100  y vivir como una fiera.

        En la plaza de Garganta
        fue la primera reyerta.
        La toman declaraci—n
        y la llevan a Plasencia;
105  por mandato del Supremo
        va y la cuelgan de una cuerda.
        Y aqu’ se acaba la historia:
        y aqu’ se acaba el romance,

        yo sos la canto, se–ores,

110  como la cant— mi padre.
 

            La tercera versi—n que les ofrezco, inŽdita, fue recogida en abril de este a–o por Leticia Collado Soleto, alumna de 2¼ de ESO. Dice as’:

 

La Serrana de la Vera (R3)

 

Informante: Mar’a Mateos Cerezo.

Fecha de nacimiento: 17 de abril de 1937.

Lugar: Robledollano.

Fecha: 19 de abril del 2005.

Recopiladora: Leticia Collado Soleto.

 

        En Garganta la Olla,
        siete leguas de Plasencia,
        habitaba una serrana
        alta, rubia y sanduquera

5      con vara y media de pecho,
        cuarta y media de mu–eca,
        con una trenza en el pelo
        que a los zancajos la
llega.

        A uso de cazaores
10    gasta falda a media pierna,
       
en la cintura, correa
        y en
los hombros, la ballesta.

        Cuando tiene gana de agua,
        se baja a la ribera;
15    cuando tiene gana de hombres,
        se sube a las altas pe–as.

        Pasa unos, pasan dos
        y no ha pasado el que ella quiera.
        Ha pasado un serranillo
20    con una carga de le–a.
        Le agarr— de la mano,
        para llevarle a su cueva.

        No le lleva por caminos
        ni tampoco por veredas,
25    le lleva por altos montes
        por donde nadie le viera.

        Ya llegaron a la cueva,
        le mand— cerrar la puerta
        y el serrano, muy astuto,
30    se la dej— entreabierta

        Al entrar en su escondrijo

        vio un mont—n de calaveras

        de hombres que hab’a matado
        aquella terrible fiera.

35    —AlŽgrate, serranillo,

        buena noche te espera

        de conejos y perdices

        te guisŽ una rica cena.

        —Bebe, serranillo, bebe,
40   agua de esa calavera,
        que puede ser que algœn d’a
        otros de la tuya beban.

        —Dime, serranillo,
        Àsabes tocar la vihuela?
45    —S’, se–ora, s’ lo sŽ,
        y el rabel si lo hubiera.

        —Tœ tocar‡s el rabel,

        yo tocarŽ la vihuela.

        Pens— dormir al serrano,
50    el serrano durmi— a ella.
        Apenas la vio dormida
        sali— corriendo hacia afuera,
        pero pronto despert—
        aquella maldita fiera.

55    Mucho rato va corriendo
        sin atr‡s volver cabeza,
        pero cuando la volvi—,
        como si no la volviera.
        Vio venir la serrana
60    saltando de pe–a en pe–a
        con una jonda
en la mano

        bramando como una fiera.
        Puso una china en la jonda

        que pesaba arroba y media
65    y con la fuerza que lleva

        la ha quitao la montera.

        —Vuelve, serranillo, vuelve,
        vuelve atr‡s por la montera,
        que es de pa–o rico y fino
70    y no es raz—n que se pierda.

        —Si es de pa–o rico y fino,
        as’ se estila en mi tierra.
        Mis padres me comprar‡n otra
        y si no, me estoy sin ella.

75    —Por Dios te pido, serrano,
        que no descubras mi cueva,

        que si acaso la descubres

        puede ser que en ella mueras.
        Tu padre ser‡ el caballo,

80    tu madre ser‡ la yegua

        y tœ ser‡s el potrillo

        que relinche por las sierras.

        Ya la llevan por la ronda,

        ya la llevan prisionera,

85    que no falta ya mucho

        para que muera ahorcada

        en la cuerda.

 

2.2. Tres versiones de la leyenda

A estas tres versiones del romance tradicional, han venido a a–adirse tres versiones en prosa de la leyenda de la Serrana, recopiladas por alumnos del August—briga entre los a–os 2001-3 e incluidas tambiŽn en la p‡gina web.

La Serrana de la Vera (L1)

 

Informante: Enrique, nacido hacia 1956 en Talayuela.

Fecha: julio del 2001.

Lugar: Losar de la Vera (campamento)

Recopilador: Enrique Laso Quintana.

 

         Se cuenta que por la noche, en los alrededores de las sierras de la Vera, se escuchan ruidos extra–os, como chillos de personas.

Dicen que hace mucho tiempo, en un pueblo de la Vera, viv’a una joven muy hermosa, tan hermosa que todos los hombres se la disputaban. Pero la chica comenz— a agobiarse porque ve’a que los hombres s—lo la quer’an para mantener relaciones con ella y ya est‡, y esto hizo que  se volviese loca y buscase refugio en la sierra. Las personas del pueblo comenzaron a preocuparse por la tardanza de la joven y mandaron unos chicos a buscarla. Pas— un rato y uno de ellos la vio, pero le sorprendi— verla tan hermosa, y al ver que empezaba a seducirle y a hablarle desde lejos, la sigui—, creyŽndola    indefensa. La chica entr— en una cueva y el chico detr‡s, pensando en poder complacer sus deseos; pero se encontr— con una criatura loca, llena de odio, que le propin— golpes hasta la muerte.

De este modo, cada vez que ve’a a un joven por los alrededores de la sierra hac’a lo mismo. Y por esto se dice que las voces que se oyen por la noche son las voces de los j—venes que intentan buscar ayuda, pero es algo imposible de conseguir, porque la serrana est‡ ah’ y es imposible escapar de ella.

Esta historia me la cont— un cura en un campamento, cerca del pueblo de Jara’z de la Vera.

 

 La Serrana de la Vera (L2) 

Informante: Miguel Cajas Fern‡ndez, nacido en Villar del Pedroso en 1966.

Fecha: 6/6/2002.

Lugar: Villar del Pedroso.

Recopilador: JosŽ Miguel Cajas Jara. 

 

Un chico se iba a casar con una muchacha, pero el chico era infiel a esa muchacha. Entonces, esa muchacha se enter—, ya que se iban a casar pero ese chico no se present—. La muchacha entr— en una locura y cada chico que se echaba novia le mataba para que no les hiciera lo que le pas— a ella.

Adem‡s, le recordaba a su novio que la dej— en el altar.

   La muchacha mat— a varios muchachos hasta que la guardia civil la mat— al ver que mataba a todos los que pillaba.

 

La Serrana de la Vera (L3) 

Fecha: 2003.

Lugar: Navalmoral de la Mata.

Recopilador: JosŽ çngel Jara Rodr’guez. 

 

Desde hace ocho dŽcadas es conocida en toda la Vera la historia de una serrana que destacaba entre sus contempor‡neos por su exuberante belleza. Debido a su f’sico, no pas— desapercibida al rey, que visitaba en aquella Žpoca la comarca, pues observ— en ella una hermosura nunca vista en otra mujer. Esta situaci—n produjo un arduo deseo al rey de hacerse con ella, y tras varias insinuaciones por parte del soberano, la serrana acept— su mano. Pero, impredeciblemente, al poco tiempo el rey saci— su deseo y decidi— romper su uni—n con la serrana, porque Žsta le absorb’a los sesos de tal manera que le imped’a realizar las funciones propias de un rey. Ante esta situaci—n, la serrana reaccion— con un ataque de soberbia que la indujo a tomar una postura hostil hacia todos los hombres y a jurar vengarse de ellos. Para realizar sus prop—sitos se sirvi— de sus armas seductoras con la intenci—n de que los varones se rindiesen ante su belleza y ella pudiera manipularlos a su antojo. As’, se dedic— a enamorar a hombres, y no contenta con hacerlos sufrir sentimentalmente, los mataba para saciar su venganza y los escond’a en una cueva que actualmente se encuentra en una zona de la Vera, conocida como La Serranilla, en honor a este personaje.

 

 

3. Cronolog’a de los testimonios

Una vez aportados estos testimonios recientes, situŽmoslos dentro de la tradici—n centenaria de la Serrana. Cualesquiera que fueran sus or’genes, de los que luego hablaremos, en el a–o 1603 el personaje ya era bien conocido, hasta el punto de atraer la atenci—n de Lope de Vega, que compuso una comedia sobre ella, La Serrana de la Vera. Otro dramaturgo, Luis VŽlez de Guevara, se sinti— tambiŽn fascinado por aquella mujer de armas tomar, y redact— su propia versi—n de su historia, una tragedia de t’tulo idŽntico, cuyo texto manuscrito, fechado en 1613, conservamos.

            Tanto en la comedia de Lope como en la tragedia de VŽlez encontramos citado el inicio del romance de la Serrana: En Garganta de la Olla, / en la Vera de Plasencia. Adem‡s, el planteamiento de sus obras coincide en lo esencial con el del poema popular: la Serrana es una mujer montaraz, tan hermosa como varonil, que vive en una cueva en la sierra y arrastra hasta all’ a los viajeros que encuentra prometedoramente atractivos. VŽlez da al personaje un fin tr‡gico, en castigo a sus cr’menes, tal como sucede en las versiones m‡s prolijas del romance, como la segunda y tercera aqu’ editadas. Lope elige redimirlo por medio del amor, una innovaci—n que no ha tenido eco en la tradici—n posterior.

            A principios del XVII circulaba, pues, un romance sobre la Serrana que tanto en su argumento como en su formulaci—n (asonancia en Ž.a, primeros versos citados) era muy similar, si no idŽntico, al que hoy conocemos. Dado que para entonces el romance era ya material tradicional, es l—gico pensar que llevara tiempo de boca en boca, desde el siglo XVI o antes.

            A pesar de esta fecha temprana (hipotŽtica pero razonable) de composici—n, no se nos ha conservado ninguna versi—n completa anterior a 1667. En ese a–o, Gabriel Azedo de la Berrueza, un escritor interesado por promocionar la zona de la Vera, recogi— en su obra Amenidades, florestas y recreos de la provincia de la Vera Alta y Baja, en la Extremadura una versi—n del romance popular sobre la Serrana, acompa–ada de una versi—n en prosa de su leyenda y un romance culto, m‡s bien olvidable, de su propia invenci—n.

            Aunque no conservamos versiones del siglo XVIII, la abundancia de las recogidas en el XX indica que el romance fue moneda comœn en la tradici—n oral de amplias zonas de la Pen’nsula desde su composici—n hasta hoy mismo. En cuanto a las leyendas en prosa, el interŽs por el romance las ha oscurecido: con toda probabilidad, no han sido recopiladas con la atenci—n que merec’an. A la aportada por Azedo en 1667 siguen las publicadas por varios folkloristas del siglo XX, llegando a las tres actuales que hemos recogido antes, las cuales se acercan ya, tanto en su formulaci—n como en su funci—n, a las modernas leyendas urbanas.

            La antigŸedad relativa que asignamos al romance (siglo XVI) debe quedar prudentemente matizada por al menos tres observaciones:

á      En El libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita y en la obra del marquŽs de Santillana encontramos serranillas, poemas que describen encuentros amorosos con serranas: en la obra del Arcipreste, estas serranas son a menudo hombrunas y obligan a los viajeros a acostarse con ellas. La conducta es tan similar a la de la Serrana de la Vera que parece razonable pensar que antes de constituirse como romance la historia (o historias) en verso sobre la Serrana hubo de ser una serranilla m‡s, de forma mŽtrica similar a las que hallamos en el Libro del Buen Amor. Caro Baroja (1989: 289-91) se–ala varios pasajes en las obras de Lope y VŽlez que pueden interpretarse como fragmentos de cantares perdidos sobre el personaje, y, siguiendo esta interpretaci—n, JosŽ Mar’a Dom’nguez Moreno (1985: 113) da por segura Çla existencia de estos cantos sueltos en los siglos XV, XVI y principios del XVII, coexistiendo con la ya aludida forma romanceadaÈ;

á      en el momento en que alguien se decidi— a aprovecharlas para hacer una balada o romance, las historias o leyendas en prosa sobre el personaje llevar’an, probablemente, corriendo muchos a–os entre los lugare–os de la Sierra de los Tormantos;

á      los motivos folkl—ricos que aparecen combinados en los relatos de la Serrana, en los que nos iremos deteniendo, son de una antigŸedad enorme.

 

4. Tipolog’a de los textos

Recapitulando la historia que acabamos de trazar, tenemos por tanto cinco tipos de textos narrativos sobre la Serrana. Los tres primeros son textos tradicionales, an—nimos:

1.    Baladas tradicionales, relacionadas con las serranillas del Arcipreste: circularon, al parecer, entre los siglos XV y XVII. Aunque se han perdido, pueden rastrearse fragmentos de las mismas en las obras de Lope y VŽlez.

2.    Romance de la Serrana de la Vera (IGR 0233): Lope y VŽlez citan en sus dramas el inicio del mismo y recrean, tom‡ndose las libertades que estiman convenientes, su trama; Azedo edita en 1667 una versi—n completa que incluye los versos citados por ambos dramaturgos; desde finales del siglo XIX hasta hoy se han recopilado multitud de versiones orales.

3.    Leyendas en prosa: Azedo parafrasea con su propia dicci—n y estilo las que oy— contar en la zona de la Vera; en el siglo XX los folkloristas que han hecho trabajo de campo en la Alta Extremadura aportan algunas versiones orales; hemos recogido aqu’ tres ejemplos inŽditos.

Los otros dos tipos de texto son cultos:

4.    Romance culto sobre la Serrana: Azedo incluye uno de su autor’a en su libro. Es una iniciativa aislada, sin continuidad[4].

5.    Dramas inspirados en el romance y las leyendas: La Serrana de la Vera de Lope (escrita a finales del XV o inicios del XVI: entre 1595 y 1603), La Serrana de la Vera de VŽlez de Guevara (1613).

 

5. Origen de la Serrana: Àmito o historia?

El personaje ha sido abordado desde dos perspectivas principales: una hist—rica (Àcu‡l es su origen?) y otra tipol—gica (Àde quŽ tipo de personaje folkl—rico se trata?). El primer enfoque ha producido p‡ginas notables, pero no est‡ claro que aporte algo realmente œtil para la comprensi—n de los romances y leyendas sobre la Serrana. Se ha escrito m‡s de una vez que estamos ante la historia de una muchacha real que sufri— un desenga–o amoroso y se retir— a la sierra a vivir como una fiera; pero se ha sostenido tambiŽn que su protagonista es en realidad un numen o deidad de las monta–as, un ser de tama–o y constituci—n sobrehumanos, con cabeza y busto de mujer pero patas de yegua.

Ninguna de las dos explicaciones cuenta con evidencia suficiente como para desterrar a la otra. De hecho, nada impide que en los relatos que tenemos ante nosotros hayan confluido materiales de diversa procedencia: anŽcdotas reales exageradas y mitos que han perdido su condici—n sagrada.

Un sucedido real que se incorpora al repertorio de anŽcdotas o historias notables que se repiten oralmente puede (y suele) con el tiempo irse enriqueciendo con materiales cada vez m‡s alejados de los hechos realmente acaecidos: s—lo as’ pueden explicar los partidarios de una Serrana hist—rica que en el romance lleguen a atribu’rsele rasgos de giganta y cascos equinos.

En sentido contrario, quienes (como Julio Caro Baroja) ven en la Serrana original una diosa o hada maligna que ten’a encantada una cueva de la Sierra de los Tormantos han de admitir que en los textos que nos llegan ya no estamos ante un personaje propiamente sobrenatural, sino ante una mujer de carne y hueso, aunque estŽ dotada de rasgos desconcertantes, algunos de los cuales (aunque sin duda no todos) se explican como resultado de su alejamiento de sus semejantes humanos, su asalvajamiento, que la convierte en una fiera, literal (patas de yegua) o s—lo metaf—rica (conducta salvaje).

 

6. Tipolog’a: la Serrana, mujer fatal y salvaje

A nuestro entender, resulta bastante m‡s œtil abordar el personaje de la Serrana como un ejemplo de amalgama de al menos dos tipos bien definidos en el folklore universal: la seductora diab—lica (o femme fatale) y la mujer salvaje.

 


6.1. Seductora diab—lica

En efecto, la Serrana es hermosa, despliega varias artes de seducci—n (muestra su cuerpo, ofrece sabrosa comida y bebida, canta), se acuesta con los mozos que ha elegido y despuŽs les da muerte: todos ellos rasgos propios del arquetipo de la mujer fatal, una seductora lasciva pero infecunda, que se alimenta de la energ’a vital de sus amantes y tras agotarlos los descarta y reemplaza por otros nuevos. Al obrar de este modo no hace sino reproducir, extrem‡ndolo, el patr—n del Don Juan masculino, que utiliza sexualmente a las mujeres y despuŽs las abandona.

De hecho, los romances y leyendas de la Serrana incluyen con cierta frecuencia un relato etiol—gico, que nos explica c—mo y por quŽ lleg— a ser la que es: siendo moza garrida, un joven sin escrœpulos la sedujo y despuŽs la abandon—. La Serrana jur— entonces vengarse de los hombres, se retir— a la monta–a y desde entonces, aplicando a su manera la ley del Tali—n, trata a los muchachos que le gustan como su seductor la trat— a ella.

 

6.2. Mujer salvaje

La mujer seducida y abandonada por un don Juan pierde la honra, pero no la vida. Sin embargo, cierto tipo de seductoras diab—licas (bien representadas en la mitolog’a grecolatina por las sirenas y las lamias) son m‡s radicales: con la sangre y la carne de sus v’ctimas no alimentan (como don Juan) su ego, sino su cuerpo. Son, por tanto, criaturas vamp’ricas o can’bales.

Lo sexual y lo digestivo, localizado en el hemisferio inferior del cuerpo, son dos dimensiones animales, fisiol—gicas, que toda ideolog’a tiende a contemplar con recelo como fuente muy probable de conductas antisociales. Lujuria y gula, los pecados con que el cristianismo demoniza el deseo desordenado en uno y otro ‡mbito, confluyen en una misma zona del cuerpo (el vientre, a la vez digestivo y sexual: si el primero es vientre sin m‡s, el segundo se distingue a veces como el bajo vientre, enfatizando aœn m‡s su car‡cter inferior o infernal). De una mujer lujuriosa se dice que es una devoradora de hombres; de una persona sexualmente atractiva, que est‡ para comŽrsela, m‡s buena que el pan o para coger pan y mojar.

Si lo propiamente humano es regular y limitar el instinto sexual, estableciendo limitaciones en los acoplamientos que se permiten (tabœ del incesto; rechazo religioso de toda relaci—n sexual distinta de la penetraci—n vaginal encaminada a la concepci—n; exigencia de consentimiento mutuo), lo animal, por contraste, es tener relaciones sexuales no ennoblecidas por otro prop—sito que el placer mismo, sobre todo si uno de los implicados se ve forzado a participar contra su voluntad.

Dado que la represi—n de la iniciativa sexual siempre ha sido mayor en las mujeres, la Serrana de la Vera transgrede con especial virulencia el comportamiento socialmente admisible, convirtiŽndose as’ de facto en una fiera, una mujer animalizada o asalvajada que obedece a sus instintos depredadores y caza a sus parejas, llev‡ndoselas a su guarida, dando all’ cuenta de ellas y dejando esparcidos sus huesos, como la alima–a que ha terminado su banquete.

Su alejamiento espacial de los seres humanos (vive en una cueva en lo alto de la sierra) se corresponde as’ con su alejamiento Žtico de ellos (no se comporta como se espera de una mujer como es debido: recatada, dŽbil, sexualmente pasiva, sino como una leona en celo o una mantis religiosa).

Dado que la Serrana actœa como una fiera sobre todo con la parte inferior de su cuerpo (digestiva-sexual) no puede sorprendernos que sea esta parte la que ocasionalmente se manifiesta como literalmente animal: bajo los pelos largos que le llegan hasta los zancajos o talones se ocultan patas o cascos de yegua.

Este tipo de h’brido, del que tantos precedentes y paralelos cl‡sicos se podr’an recordar (las sirenas: mujer-ave o mujer-pez; los centauros; los s‡tiros; las lamias y onoscŽlides; el demonio cristiano con rabo y patas de macho cabr’o), nos presenta en un eje vertical dos —rdenes considerados incompatibles: arriba lo humano, abajo lo animal; arriba el logos, abajo lo digestivo-sexual, el vientre. No se trata s—lo de alertar sobre lo monstruoso de tal mezcla. La disposici—n tiene tambiŽn un valor simb—lico: confirma la jerarqu’a (lo humano es superior, lo animal inferior) y establece de forma llamativa el contraste entre las dos categor’as, animando a la reflexi—n sobre ambas.

 

6.3. Castigo y muerte de la Serrana

El hecho de que la Serrana ocupe un espacio superior al habitado por los hombres y lleve la iniciativa en las relaciones que entabla con ellos invierte el orden socialmente establecido, que sitœa al hombre y a lo civilizado arriba; a la mujer, lo salvaje y lo animal, abajo. Segœn la leyenda jud’a medieval, la primera mujer, Lilith, se separ— de Ad‡n porque se negaba a que Žste se pusiera siempre sobre ella cuando hac’an el amor. Como Lilith, la Serrana es una transgresora, y en buena medida una transexual o travesti: viste como un hombre, se gana la vida como un cazador, lleva la iniciativa y, con su fuerza f’sica superior, domina sexualmente a sus v’ctimas.

Aunque el relato explore con evidente regodeo el ‡mbito de lo negado o reprimido (ÀquŽ pasar’a si una mujer se saltara todas las limitaciones que su rol social la impone?), est‡ obligado a cerrarse con una confirmaci—n de los valores tradicionales: una mujer as’ debe acabar sometida de nuevo al orden establecido, vencida por un hombre que la supera (si no en fuerza, s’ en astucia) y entregada al castigo de la justicia.

 

7. Estructura de las historias sobre la Serrana

Las historias que los romances y los textos en prosa nos cuentan sobre la Serrana contienen, consideradas en conjunto, informaci—n sobre tres ‡reas de la vida del personaje:

A.    C—mo lleg— a ser la que es (leyenda etiol—gica);

B.    Un d’a normal en la vida de la Serrana;

C.    La Serrana, burlada, capturada y destruida.

 

Cada una de estas secciones contiene a su vez distintas secciones descriptivas o narrativas. Veamos cu‡les son, orden‡ndolas cronol—gicamente:

A Leyenda Etiol—gica

1. La Serrana era una joven muy hermosa de Garganta de la Olla, un pueblo de comarca de la Vera, en la provincia de C‡ceres.

2. La Serrana tuvo un problema amoroso grave:

2a. Se enamor— de un caballero, el cual, tras seducirla y gozar de ella, la abandon—.

2b. Se enamor— de un caballero, pero sus padres no lo aceptaron como yerno.

2c. Se vio acosada por muchos hombres, cuyas proposiciones deshonestas la asqueaban.

3. Como resultado de estos problemas, la Serrana se separ— de su familia y se fue a vivir a la monta–a, donde se convirti— en una fiera.

 

            B. Rutina de la Serrana

1. Descripci—n: la Serrana es una mujer alta, rubia y sandunguera, de enormes dimensiones, que vive en una cueva en la Sierra de los Tormantos y viste como un cazador.

2. Cuando tiene ganas de hombre, la Serrana acecha a los hombres que pasan por la sierra, escoge al que m‡s le gusta y se lo lleva a la fuerza a su cueva.

3. El cautivo se aterra al ver restos humanos (cruces, huesos) en el camino a la cueva o en el interior de la misma. La Serrana le aclara que son hombres que ha matado y que lo mismo har‡ con Žl.

3a. Adem‡s, le ordena hacer fuego con los huesos.

3b. Adem‡s, le invita a beber agua en la calavera de una de sus v’ctimas, como otros har‡n un d’a en la suya.

4. La Serrana ofrece una cena a su v’ctima.

4a. Se trata de una cena suculenta: perdices, conejos, t—rtolas halagŸe–as, buen vino.

4b. Es un guiso sangriento, casi crudo.

5. La Serrana pide a su huŽsped que toque y cante.

6. La Serrana ordena a su invitado que cierre la puerta y se acuesta con Žl.

7. Al d’a siguiente (o d’as m‡s tarde) lo mata y vuelve a empezar el ciclo (→B2).

 

            C. La Serrana burlada, capturada y destruida.

1. La Serrana captura a un joven excepcionalmente listo. Sigue los pasos habituales (→B1-B5).

2. La Serrana le ordena cerrar la puerta de la cueva. ƒl finge obedecerla, pero en realidad la deja entreabierta.

3a. El joven se acuesta con la Serrana, que tras hacer el amor, satisfecha, se queda dormida.

3b. El joven es inagotable cantando, por lo que adormece a la Serrana.

3c. El cautivo no prueba la cena. La Serrana, ah’ta y borracha, se queda dormida.

4. El joven huye. Avanza sin mirar atr‡s.

5. La Serrana echa de menos a su amante, se despierta y sale tras Žl. Casi lo alcanza con una enorme piedra.

6. La Serrana intenta convencer al joven para que vuelva, alegando que se ha dejado algo de valor (casi siempre, su montera). El joven se niega.

7. La Serrana ruega al joven que no la denuncie. El joven afirma que no lo har‡ hasta la pr—xima venta.

8a. La Serrana maldice al joven: Žl y su familia se convertir‡n en caballos.

8b. La Serrana revela que su verdadera naturaleza: es hija de un pastor y una yegua.

9. El joven denuncia a la Serrana.

10. Una partida sale en su busca y la captura.

11a. La Serrana es juzgada (en Plasencia) y ajusticiada (la ahorcan).

11b. Un joven se adelanta hasta la Serrana, rodeada en su cueva, y la decapita con un pu–al (o le dispara un carabinazo).

11c. Al ver a su anciano padre entre los hombres que rodean su cueva, la Serrana se suicida con unas tijeras.

 

8. An‡lisis de las versiones del romance

Volvamos ahora sobre las versiones del romance de la Serrana de la Vera que editamos y observemos quŽ elementos contienen. (Aquellos pasajes peculiares que aparecen desplazados de su lugar l—gico o comœn, que no contienen material narrativo o que utilizan la tŽcnica del flashback aparecen marcados entre corchetes.)

Primera versi—n

C1 (1-38)

            B1 Descripci—n de la Serrana (1-8).

            B2 Captura al soldado y lo lleva a la cueva (9-20).

            B3 Di‡logo sobre los restos humanos (21-4).

            B4b Cena sangrienta (25-34).

C3c Tras la cena, que el soldado no prueba, la Serrana se duerme (35-38).

C4 Huida del soldado (39-42).

C5 Persecuci—n (43-4).

C6 La Serrana intenta inœtilmente convencerle para que vuelva (45-52).

[F—rmula de cierre (53-4)[5]]

Segunda versi—n

C1 (1-48)

            B1 Descripci—n de la Serrana (1-12).

            B2 Captura del serrano; lo lleva a la cueva (13-26).

B3 Di‡logo sobre los restos humanos (27-34). B3b El serrano bebe agua de una calavera (35-8).

            B4a Cena suculenta (39-44).

            [La Serrana invita al serrano a su cama (ÀC3c?): 45-8.]

C2. El serrano finge cerrar la puerta, pero la deja abierta (49-52).

C3b. El serrano agota cantando a la Serrana y Žsta se duerme (53-60).

C4 Huida del serrano (61-8).

C5 Persecuci—n (69-76).

C6 La Serrana intenta inœtilmente convencerle para que vuelva (77-84).

C7 La Serrana le ruega inœtilmente que no la denuncie (85-8).

C9 El joven denuncia a la Serrana (89-90).

C10 Captura de la Serrana (91-4).

[A2-A3 La Serrana fue seducida y abandonada y huy— a las monta–as 97-100.]

C11a La Serrana es conducida a Plasencia, juzgada y ajusticiada (95-6, 101-6).

[F—rmula de cierre.]

Tercera versi—n

C1 (1-48)

B1 Descripci—n de la Serrana (1-12)

B2 Captura al serranillo y lo lleva a la cueva (13-26)

[C2 La Serrana le ordena cerrar la puerta, pero Žl la deja entreabierta (27-30)]

B3 Alusi—n a los restos humanos (31-4)

B4 Cena suculenta (35-8)

[B3b Colaci—n en la calavera (39-42)]

B5 La Serrana le invita a tocar la vihuela (43-48)

C3b La Serrana se queda dormida tras la velada musical (49-50)

C4 Huida del serrano (51-58)

C5 Persecuci—n (59-66)

C6 La Serrana intenta inœtilmente convencerle para que vuelva (67-74)

C7 La Serrana ruega al joven que no lo denuncie (75-78)

C8a Maldici—n: el joven y su familia se convertir‡n en caballos (79-82)

C10 Captura de la Serrana (83-4)

C11 Ajusticiamiento y muerte de la Serrana (85-7)

 

            Las tres versiones coinciden entre s’ y con las dem‡s conocidas en el planteamiento esencial: la acci—n comienza describiendo lo que parece que va a ser un d’a m‡s en la vida de la Serrana (B); sin embargo, el antagonista no es una v’ctima m‡s, y aquel d’a en particular va a tener un desenlace muy distinto (C): una o varias decisiones inteligentes (el cautivo deja la puerta entreabierta, deja sexualmente satisfecha a la Serrana, canta sin desfallecer hasta agotarla, se niega a probar la cena) le permiten escapar mientras la giganta duerme. Esta misma inteligencia le impide caer en la œltima trampa que la Serrana intenta tenderle: se niega a volver a la cueva, por m‡s que ella le prometa devolverle algœn objeto de valor o darle un encargo importante.

            La leyenda etiol—gica (A) generalmente no aparece en los romances. Nuestra segunda versi—n (R2) es excepcional en ese punto: en los versos 97-100 incorpora, a modo de flash-back, una brev’sima explicaci—n del pasado de la Serrana, que supuestamente constituye su declaraci—n (y autojustificaci—n) ante los hombres enviados para prenderla.

            El car‡cter excepcionalmente detallado de R2 se observa en varios puntos: 4 versos m‡s que R1 en la descripci—n de la Serrana (B1); detalle de la colaci—n fœnebre, ausente en R1 (B3b); cuatro versos inusitados en los que la Serrana desplaza al narrador y cuenta en primera persona c—mo dio a su cautivo mi mejor cama (lo que corresponder’a a C3c, pero aqu’ aparece desplazado, de manera algo incongruente, antes del concurso musical de C3a); relato rico en pormenores de la huida (C4) y la persecuci—n (C5). Mientras que R1 concluye con el di‡logo en que el cautivo se niega a volver a la cueva (C6), R2 prosigue con el ruego desesperado de la Serrana de que no la descubra (C7), la denuncia del joven (C8), la captura de la fiera (C9) y su ajusticiamiento (C10), incluyendo adem‡s, como ya hemos dicho, cuatro versos en los que se recapitula la leyenda etiol—gica sobre la Serrana (A2-A3).

El car‡cter incongruente de los versos 45-8 (Si buena cena le di, / mi mejor cena le diera. / Entre pieles de venado / mi mantelina tendiera) exige un doble comentario: por una parte, la Serrana cobra de repente voz, como si fuera ella quien narra lo sucedido (lo que contrasta con la narraci—n en tercera persona del resto del texto); por otra, sorprende la menci—n a la cama cuando en realidad los personajes no se acuestan en ese momento, sino que proceden a intercambiarse canciones hasta que la Serrana cae rendida y se duerme. El motivo del concurso de canto aparece en versiones posteriores al primer texto conservado como sustituto del encuentro amoroso de los personajes: en nuestro esquema, C3 corresponde a las distintas explicaciones de un mismo hecho: la Serrana se queda dormida mientras el cautivo permanece despierto, lo que le permitir‡ escapar.

El sopor de la Serrana, debido en principio a la satisfacci—n sexual (C3a)[6], se explica, en versiones m‡s pudorosas, como consecuencia de la agotadora sesi—n de canto, en la que el cautivo le da ciento y raya (C3b), o de la copiosa cena, que el prisionero se abstiene de probar (C3c). En este caso, las explicaciones tienden a funcionar como posibilidades mutuamente excluyentes: sin embargo, en la segunda versi—n aqu’ recogida, pese a optar por la explicaci—n del canto (C3b), se ha querido conservar una referencia al m—vil lujurioso de la Serrana. Aunque captora y cautivo no llegan a yacer juntos, al menos queda claro que Žse era el objetivo frustrado del secuestro.

 

9. An‡lisis de las versiones en prosa (leyendas)

Si ahora volvemos la vista al material en prosa, son evidentes las innovaciones audaces que los narradores han introducido en el relato tradicional sobre la Serrana. Entre otras cosas, eso nos permite apreciar mejor, por contraste, el car‡cter fundamentalmente conservador y arca’sta del romance. Los cambios obedecen a un prop—sito claramente discernible: que la historia de la Serrana funcione aqu’ y ahora, no como una reliquia curiosa de tiempos pasados, sino como una historia actual, vigente, en pie de igualdad con cualquier leyenda urbana contempor‡nea.

Esquem‡ticamente, la versi—n primera contiene el siguiente material (marcando entre corchetes lo que se aparta de la tradici—n o no tiene precedente exacto en ella):           

 

[En la sierra de la Vera, de noche, se oyen ruidos que parecen gritos].

A1 En un pueblo de la Vera viv’a una chica muy hermosa.

A2c Se vio acosada por muchos hombres, cuyas proposiciones deshonestas la asqueaban.

A3 Por ello enloqueci— y huy— a la sierra.

[Enviaron una partida a buscarla: cf. C10]

B2 La chica se aparece a uno de los que la buscan y lo conduce a su cueva.

B6-B7 El joven cre’a que iba a acostarse con la muchacha, pero en realidad Žsta le da muerte.

B2-B7 Otro tanto pas— con otros muchos j—venes.

[Por eso se escuchan ruidos: son las almas en pena de los j—venes asesinados.]

 

            La leyenda combina elementos de A (c—mo lleg— la chica a convertirse en una asesina que vive en una cueva) y B (quŽ rutina sigue la chica con sus v’ctimas). No hay rastros de C (los cr’menes quedan impunes, el ciclo de v’ctimas no se interrumpe). Los ruidos que se escuchan de noche en la Vera dan fe de que la historia sigue abierta: aunque la muchacha ya no estŽ viva (se habla de ella siempre en pasado), los fantasmas de sus v’ctimas continœan activos. Cualquiera que pasee de noche por la zona puede o’r los ruidos en cuesti—n e (interpretaci—n supersticiosa mediante) sentirse part’cipe de la leyenda. ƒsta no s—lo se cuenta como algo cierto, sino (en parte al menos) corroborable por la propia experiencia.

            El nombre de la Serrana y el del pueblo en que vivi— han desaparecido del texto (aunque el primero se conserve en el t’tulo). La historia se ha convertido en una conseja disuasoria sobre las relaciones sexuales entre adolescentes, muy adecuada a los prop—sitos del cura que actœa como informante: las muchachas honestas, si se sienten acosadas sexualmente cuando aœn no est‡n preparadas, pueden llegar a enloquecer; y en cuanto a las chicas f‡ciles, tras cualquiera de ellas puede esconderse una fiera corrupia, dispuesta a hacer pedazos a los mozuelos incautos. Una prudente abstinencia y un noviazgo casto encaminado al matrimonio son el œnico camino hacia la felicidad.

            Examinemos ahora, con el mismo mŽtodo, el contenido de la segunda leyenda:

A2a Una muchacha fue abandonada por su novio el d’a de su boda.

            A3 Por ello, enloqueci—.

            B2 Ahora, busca a otros chavales ennoviados.

            B7 Y los mata, porque le recuerdan al que la abandon—.

            C10 La guardia civil la mata.

 

            La tendencia a eliminar detalles y a modernizar los que se conservan llega aqu’ al extremo: la protagonista y su seductor no tienen nombre propio ni viven en ninguna comarca concreta; la actividad de la asesina se simplifica al m‡ximo: no seduce a sus v’ctimas ni las traslada a su guarida, sino que practica un literal aqu’ te pillo, aqu’ te mato. La historia no queda abierta, sino que se cierra con el castigo de la criminal (C); se cuenta, eso s’, como si hubiera podido transcurrir en fecha muy reciente: los encargados de localizar a la asesina y castigarla son fuerzas de seguridad comunes hoy en d’a (la guardia civil). No hay conseja moral obvia: en todo caso, se ejemplifica la reprobable incapacidad de algunas mujeres para reponerse de un abandono sin perder por ello la raz—n ni pagar su enojo con terceras personas inocentes; se muestra cu‡n peligrosa puede ser una mujer traumatizada por el rencor.

            Analicemos, por œltimo, el contenido de la tercera leyenda:

            A1. En la Vera vivi— [hace ocho dŽcadas] una muchacha muy bella.

            A2a. El rey, de visita por la zona, la sedujo y despuŽs la abandon—.

            A3 La muchacha jur— vengarse de los hombres.

            B2 Desde entonces, se dedic— a seducirlos...

            B7 ...para despuŽs hacerlos sufrir y finalmente matarlos...

            B3 ...y enterrarlos en una cueva de la Vera (la Serranilla).

 

            En este caso, la tendencia a actualizar la leyenda lleva a situarla a principios del siglo XX, a distancia suficiente para que los nietos puedan creer que sus abuelos o bisabuelos fueron coet‡neos de la Serrana. El seductor de la joven cobra un rostro inesperado: por las fechas que se citan, no puede ser otro que el rey Alfonso XIII, cuyas visitas a Extremadura (en especial la realizada a las Hurdes) tanto revuelo despertaron en su momento. Concretamente, a finales de los a–os 20, como nos recuerda la p‡gina web dedicada a promocionar el lugar (http://www.notodohoteles.com/index.php?link1=c_hotel&idhotel=1483),  el monarca estuvo alojado en el castillo (hoy parador) de Jarandilla de la Vera. No fue este rey menos mujeriego que otros tantos de su noble estirpe o cala–a, lo que quiz‡ hizo correr rumores veros’miles sobre sus amor’os fugaces con alguna moza local. Dado que la conducta donjuanesca es cosa muy estereotipada, la conexi—n con aquella otra historia de la gargante–a seducida y abandonada por antonomasia estaba bastante a la mano.

            La segunda y tercera leyendas se mantienen en el terreno de lo veros’mil, mientras que la primera reintroduce en la historia el elemento numinoso: si Žste estuvo anta–o en la naturaleza sobrenatural de la Serrana (giganta o mujer-fiera), ahora se aprovecha el venerable t—pico segœn el cual las almas en pena de quienes han muerto violentamente quedan ligadas al terreno que les vio morir y no pueden pasar satisfactoriamente al M‡s All‡. La Autoestopista Fantasma y otras leyendas de las llamadas urbanas dan fe de la persistencia de esta creencia supersticiosa, que en este caso ha venido a vivificar inesperadamente una historia abocada a renovarse o morir.

 

 

Bibliograf’a 

Caro Baroja, Julio (1989): ÇLa Serrana de la Vera, o un pueblo analizado en conceptos y s’mbolos inactualesÈ, en Ritos y mitos equ’vocos, Madrid: Istmo, pp. 259-338.

Dom’nguez Moreno, JosŽ Mar’a. (1985): ÇEl mito de la Serrana de la VeraÈ, Revista Folklore 52: 111-120. 

Gonz‡lez Terriza, Alejandro y Mar’a Angustias Nuevo Marco (2005): ÇA saber cantares: rescatando el folklore extreme–oÈ, Tribuna de la Caja de Extremadura septiembre 2005: 113-6.

Hern‡ndez Hern‡ndez, Delf’n (1993): La serrana de la Vera: antolog’a y romancero, Jarandilla: Asociaci—n Cultural "Amigos de la Vera".


 



* Este estudio fue publicado por primera vez en Ponencias presentadas en los X Coloquios Hist—rico-Culturales del Campo Ara–uelo. Homenaje a los medios de comuniaci—n de Navalmoral, Navalmoral de la Mata: Ayuntamiento, 2006, pp. 139-165, y obtuvo el Primer Premio de dichos Coloquios.

[1] Los grupos y solistas folk han grabado varias versiones notables del romance de la Serrana. Recordemos, entre otras, las de Mayalde, Joaqu’n D’az, Acetre, Almadraba y Odres.

[2] Este trabajo vio finalmente la luz en 2006, en formato CD-ROM: Cancionero y romancero del Campo Ara–uelo, Navalmoral: Arjabor.

[3] El texto, tomado al dictado por la recopiladora, presenta bastantes irregularidades. El verso 28, que daba pena comerlo, deber’a en principio llevar rima en Ž-a; tal vez proceda de una versi—n anterior con hipŽrbaton (que comerlo daba pena). A partir del verso 33, la rima se traslada de los versos pares a los impares, seguramente porque en la secuencia 31-32 se ha perdido o a–adido un verso, alterando la alternancia t’pica del romance.

[4] Tal vez deba considerarse en la misma categor’a la versi—n del romance que suele interpretar el cantautor Miguel çngel Naharro, que se mantiene fiel a la historia pero var’a a su gusto la expresi—n.

[5] Esta f—rmula marca el final del romance sin a–adir material narrativo al mismo.

[6] As’ en la primera versi—n que conocemos: ÇDesnud—se y desnudŽme / y me hace acostar con ella. / Cansada de sus deleites / muy bien dormida se quedaÈ (cit. en Caro Baroja 1989: 272, versos 35-8).