Camarena Laucirica, Julio y José Manuel Pedrosa. “Más cuentos tradicionales de la provincia de Ciudad Real”. Culturas Populares. Revista Electrónica 5 (julio-diciembre 2007).

http://www.culturaspopulares.org/textos5/articulos/camarena.htm

 

ISSN: 1886-5623

Recibido: 01/02/08    Aceptado: 07/03/08

 

 

Más cuentos tradicionales de la provincia de Ciudad Real

 

 

 

Julio Camarena Laucirica

 

José Manuel Pedrosa

Universidad de Alcalá



Resumen

Informaciones sobre la biografía y sobre la actividad de registro y estudio de los cuentos tradicionales españoles de Julio Camarena Laucirica. Edición de varios cuentos inéditos, recogidos por él en la provincia de Ciudad Real: los números 774C, 898, 922, 1688 y 1960G + 1882 del catálogo Aarne-Thompson-Uther. Edición fotográfica de los números 1316 y 1358D.

Palabras clave: Julio Camarena Laucirica, literatura oral, etnografía, cuento tradicional, Ciudad Real.

 

Abstract

Reports on the biography and on the work of recording and study of Spanish folk tales made by Julio Camarena Laucirica. Edition of some never edited folktales, recorded by Camarena in the province of Ciudad Real: numbers 774C, 898, 922, 1688 and 1960G + 1882 of Aarne-Thompson-Uther catalogue. Photograph edition of numbers 1316 and 1358D.

Keywords: Julio Camarena Laucirica, oral literature, ethnography, folk tale, Ciudad Real.

 

 

 

La vida y la obra de Julio Camarena Laucirica

J

ulio Camarena Laucirica nació en Ciudad Real el 21 de febrero de 1949. Hijo de maestros, su familia paterna era manchega (del pueblo de Piedrabuena), y su familia materna era vasca. Ello explica que viviese casi toda su infancia y su juventud en Bilbao, aunque mantuvo siempre vínculos estrechos con su otro solar familiar, el manchego. Tras realizar estudios de Ciencias Económicas, y a poco de cumplir la veintena, ingresó en la administración del Estado, de la que fue funcionario hasta su muerte. En Madrid, donde vivió el resto de su vida con su familia: su esposa Mercedes y sus hijos Julio y Paula. Aquellos años de juventud, que coincidieron con los del final del franquismo y con los inicios de la transición democrática, fueron vividos por Julio con esperanzada ilusión y hasta con un intenso activismo político (progresista), que luego evocaba muchas veces con cierto desencanto, por más que sus sueños de entonces reflejaban muy bien lo que fue una constante de su carácter y de su actividad a lo largo de toda su vida: la entrega incondicional a lo que hacía y el compromiso individual puesto al servicio idealista de los demás.

            Asombra constatar que la inmensa obra científica de Julio Camarena se construyó siempre al margen o en la periferia de las instituciones académicas de España, desde esa actitud de compromiso personal con la sociedad que siempre le marcó. Durante toda su vida realizó sus funciones y cumplió sus horarios de funcionario de la administración, en puestos relacionados con la gestión económica de hecho, su carrera como funcionario no dejó nunca de ser tan intensa y entregada como brillante y fructífera, y solo en las horas que le quedaban libres, en los fines de semana o en las vacaciones, pudo consagrarse a lo que ninguna persona perteneciente al gremio académico logró realizar con la misma calidad e intensidad que él: a la recolección, la trascripción, la edición y el estudio de cuentos españoles de tradición oral. Su caso recuerda, visto desde esa óptica, el de Alexandr Nikoláievich Afanásiev, el gran editor de cuentos folclóricos rusos que a mediados del siglo XIX logró rescatar una de las colecciones más nutridas e importantes de cuentos folclóricos jamás documentados desde su discreto puesto de funcionario de la administración de su país. Salvando las distancias, porque la labor de Julio Camarena fue, en cualquier caso, mucho más esforzada y comprometida, ya que muchas veces se ocupó él personalmente de la siempre complicada y a veces arriesgada empresa de la encuesta de campo (algo que no hizo Afanásiev, quien se limitó a editar textos enviados por corresponsales de diversos pueblos de Rusia, o a publicar los que le entregó el ilustre lingüista, dialectólogo y etnógrafo Vladimir I. Dal) y porque trabajó con un método de análisis y de estudio obviamente mucho más exigente y perfeccionado que el decimonónico del editor ruso.

            El nacimiento de su hijo Julio coincidió con el despertar de su pasión por los cuentos folclóricos. Las primeras encuestas se desarrollaron en su pequeño pueblo manchego, Piedrabuena, entre familiares, vecinos y amigos de toda la vida. Poco a poco, su radio de acción fue ampliándose hacia los pueblos del entorno próximo, y llegó el día en que también alcanzó hasta el entorno un poco más lejano. Desde su casa en Madrid realizó también incursiones por los pueblos de la comunidad capitalina y de las provincias cercanas. Forzosamente autodidacta, en una España en que los registros y estudios serios y científicos sobre el cuento folclórico eran prácticamente inexistentes, Julio comenzó a acumular cintas grabadas, a realizar trascripciones fieles y minuciosas, a hacer lecturas (de libros y de autores por lo general extranjeros) sin tener al principio muy claro el objetivo ni el destino de todo aquello, aunque sí lo muy necesario y urgente que era hacerlo. Así fue reuniendo, paso a paso, cinta a cinta, encuesta a encuesta, una gigantesca colección de cuentos tradicionales de La Mancha, una parte de la cual vio la luz con el título de Cuentos tradicionales recopilados en la provincia de Ciudad Real (1984). Un segundo volumen, que dejó preparado y listo para la imprenta, está todavía inédito.

            Por aquella misma época, Julio Camarena se incorporó a un grupo de investigación en etnografía y antropología que dirigió Julio Caro Baroja en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid y que le dio la oportunidad de intercambiar opiniones, conocimientos, bibliografía, materiales, con otros colegas y científicos. También por aquellos años, él fue uno de los promotores de la recuperación y publicación de la monumental colección de Cuentos populares de Castilla y León (1988), en dos gruesos volúmenes, que en la época de la República y de la Guerra Civil había compilado en España el investigador norteamericano Aurelio M. Espinosa (hijo). De hecho, fue Julio Camarena quien perfeccionó sus aparatos críticos y cuidó su edición, en contacto y colaboración con el propio Espinosa, quien, ya muy anciano (falleció casi centenario, en California, poco antes de que lo hiciera Julio) vio cumplido el sueño de publicar una colección de cuentos que llevaba medio siglo inédita y que ahora se considera ya tan clásica como imprescindible.

            A finales de la década de 1980 y a comienzos de la de 1990 Julio Camarena colaboró también (siempre desde su muy singular estatus de investigador independiente) con la Cátedra-Seminario Menéndez Pidal de Madrid, que en aquellos años preparaba un gran romancero de la provincia de León. En 1991 vieron la luz los dos excepcionales volúmenes de Cuentos tradicionales de León, que Julio había registrado en pueblos y aldeas de aquella provincia en los años anteriores, aprovechando sobre todo los períodos de vacaciones. Esta obra es ya un monumental tratado de madurez, riquísimo en etnotextos de extraordinaria importancia, pero también en comentarios científicos y en aparatos críticos sin parangón, hasta entonces, en la bibliografía hispánica sobre el cuento tradicional.

            Por aquella época se había iniciado ya también la muy intensa y fructífera colaboración de Julio Camarena con el profesor francés Maxime Chevalier (quien fallecería en agosto de 2007), catedrático de la Universidad de Burdeos, sabio decano del hispanismo francés y especialista máximo en los cuentos folclóricos españoles de los siglos XVI y XVII, que algún tiempo después comenzó a dar más frutos excepcionales: entre 1995 y 2003 vieron la luz, en efecto, los cuatro primeros volúmenes del Catálogo tipológico del cuento folklórico español, obra de referencia absoluta de los estudios sobre el cuento español e hispanoamericano y, sin duda, uno de las más importantes (acaso el que más) catálogos regionales o sectoriales de cuentos que existen en el mundo, dado que en muy pocas tradiciones del planeta podrán encontrarse tanta variedad y tanta riqueza de relatos tradicionales como la que ha podido ser documentada en la encrucijada de culturas y de lenguas que es la península Ibérica.

Los dos primeros volúmenes estaban dedicados a los Cuentos de animales y a los Cuentos maravillosos. Fueron publicados por la editorial Gredos. El volumen tercero, consagrado a los Cuentos religiosos, y el cuarto, a los Cuentos-novela, fueron publicados por el Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares, ambos en 2003. Julio, ya muy enfermo, alcanzó a verlos publicados, y tenerlos en sus manos fue una de sus últimas grandes alegrías.

Julio Camarena desapareció a los cincuenta y cuatro años de edad, en plena madurez humana y profesional, en el momento en que su memoria, su intuición y su esfuerzo estaban regalando a los estudios sobre el cuento tradicional español los frutos más brillantes, más originales, más elaborados que se habían visto hasta hoy. Los muchos meses de lucha contra la enfermedad no lograron arrebatarle, hasta las últimas semanas, la lucidez y las fuerzas para seguir avanzando en una obra monumental que no tuvo tiempo de rematar, pero que justo en aquel período de viacrucis personal experimentó un inmenso impulso. En el último año y medio de su vida, que pasó recluido en su casa con estancias esporádicas en el hospital, arropado en todo por su familia, pudo terminar de revisar y de corregir las pruebas de los volúmenes tercero y cuarto del Catálogo tipológico del cuento folklórico español (realizado en colaboración con Maxime Chevalier), de terminar por completo el quinto volumen (que se publicará pronto), de ultimar la revisión y edición de una magna colección de cuentos de Las Hurdes, de redactar varios artículos y estudios tan densos como profundos, y hasta de hacer breves y rápidos viajes para impartir conferencias en puntos diversos de la geografía española (desde Jerez de la Frontera hasta Barcelona). La conferencia del Caixafórum de Barcelona, que fue la última que dio en su vida, en mayo de 2004, dejó una impresión imborrable (por su erudición, por su finura) en todos cuantos tuvimos el privilegio de escucharla.

La última conferencia que tenía programada, unos días antes de su fallecimiento, en un magno congreso sobre el cuento tradicional organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Valencia, se quedó en sueño ansiosamente acariciado por él y por todos los que ansiaban escucharle. Las actas de aquel congreso, El cuento folclórico en la literatura y en la tradición oral, eds. Rafael Beltrán y Marta Haro (Valencia: Universidad, 2006) fueron dedicadas a su memoria. A él está también dedicado un Homenagem a Julio Camarena que, como volumen monográfico de la revista Estudos de Literatura Oral 11-12 (2005-2006), editado por quien fuera una de sus mejores amigas y colaboradoras, la gran folclorista portuguesa Isabel Cardigos.

Meses antes del fallecimiento de Julio quedó ultimada y me fue entregada la versión informática del quinto volumen, el dedicado a Cuentos del ogro tonto. Al mismo tiempo, Julio puso en mis manos los archivadores, llenos de fichas manuscritas en su letra pequeña y clara, de lo que debiera ser la sexta parte, la más extensa, la más compleja, la más difícil, de su obra magna: la dedicada a los Cuentos satíricos. Echar un vistazo a los materiales que Julio Camarena no pudo terminar de ordenar ni de editar causa no sólo asombro, sino también vértigo: es casi imposible entender que una persona que jamás pudo dedicarse profesionalmente a la investigación literaria, que siempre tuvo que depender de sus propios medios y fuerzas, que debió reservar a esta labor los ratos libres, los fines de semana, las vacaciones, pudiese acometer y sentar los cimientos de una empresa de tal envergadura, que a cualquier profesional de la investigación literaria, con dedicación exclusiva y respaldo de las instituciones académicas, le llevaría muchos años y enormes esfuerzos sacar adelante.

            Otros de sus títulos: los dos volúmenes de los Cuentos de los siete vientos de 1987-1988, los Seis cuentos de tradición oral en Cantabria publicados en 1994 en colaboración con Fernando Gomarín, el Repertorio de los cuentos folclóricos registrados en Cantabria, de 1995... Además de sus libros, Julio Camarena publicó una buena cantidad de artículos acerca del cuento folclórico español que hoy ya pueden considerarse clásicos: los dedicados a las reminiscencias de mitos clásicos en la tradicón oral moderna, a la mitología ibérica sobre el lobo y a las leyendas españolas sobre hombres-lobo, a las versiones españolas e hispanoamericanas de La bella durmiente, a la tradición cuentística vasca, a los cuentos insertos o reelaborados en las novelas picarescas de los siglos XVI y XVII, a los relatos tradicionales sefardíes...

En los últimos años, su proyecto más querido (aparte de su magno Catálogo) era una serie de artículos sobre los paralelos cuentísticos de los mitos bíblicos. Logró rematar tres, y tenía muchos más en su mente y en sus sueños. A ellos dedicó sus últimas fuerzas, que tampoco alcanzaron para rematar una empresa tan ingente como era ésa.

            La vocación, la tenacidad, la pasión, la capacidad de trabajo, no fueron las únicas cualidades que necesitó Julio Camarena para construir una obra científica como la que dejó. La que más le caracterizaba era, sin duda, otra: su absoluta generosidad, su total falta de envidia, su carencia de ambiciones personales. El hecho de haber trabajado toda su vida al margen de las instituciones académicas, de haber tenido que hacerse él mismo su método, labrado su formación y construido su obra, le mantuvo apartado de las rencillas y miserias del mundo universitario, que él tenía, seguramente, excesivamente idealizado y al que miraba desde una actitud de modestia y humildad tan sincera como injusta hacia sí mismo, ya que la labor científica que con sus fuerzas individuales realizó no desmerecía, en absoluto, de la que podía haber realizado todo un nutrido equipo de investigadores.

           

 

Los Cuentos tradicionales recopilados en la provincia de Ciudad Real

En 1984 publicó Julio Camarena el primer volumen de sus Cuentos tradicionales recopilados en la provincia de Ciudad Real. La edición vio la luz en Ciudad Real, publicada por el Instituto de Estudios Manchegos, institución dependiente del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Aquel libro fue, posiblemente, el más personal de los que publicó Julio Camarena, en primer lugar porque fue el primero de sus libros que salió a la luz, cuando era todavía un investigador tan joven como lleno de pasión y de ilusiones autodidactas (y, también, de una erudición y de unos conocimientos que eran ya más que notables); pero, además, porque contenía los cuentos que él había anotado y grabado a miembros de su familia, a amigos de su pueblo, a vecinos de muchos otros lugares de la provincia. Se trataba de una especie de paisaje oral, íntimo y deslumbrante al mismo tiempo, del mundo en el que él había nacido y vivido: un paisaje y un mundo orales que él luchó, rescatando estas voces y estos relatos, porque no se perdiese del todo en el olvido. Asombra lo nutrido del volumen, la calidad de sus etnotextos, el rigor de la edición.

Aquel primer volumen, el de 1984, de los Cuentos tradicionales recopilados en la provincia de Ciudad Real, es una de las recopilaciones de cuentos tradicionales de mayor importancia y calidad que se haya publicado nunca en España, comparable solo con las colecciones de Aurelio M. Espinosa, padre (Cuentos populares españoles recogidos de la tradición oral de España, 1946-1957), con la de Aurelio M. Espinosa, hijo (Cuentos populares de Castilla y León, 1987-1988) y con la colección de Cuentos tradicionales de León (1991) del propio Camarena.

            Por desgracia, el libro apenas fue distribuido y, por tanto, casi no alcanzó difusión, fuera de un círculo reducidísimo de especialistas. Julio siempre se lamentaba de que los ejemplares debían haber quedado olvidados en algún sótano o almacén de alguna institución, cosa que muchos más sospechamos. Es posible que pronto salga a la luz una reedición que devuelva a la luz y haga los honores a aquella cumbre, casi desconocida pero ineludible, de los registros y estudios sobre la cultura tradicional española.

            Si el primer volumen no tuvo demasiada fortuna editorial, el segundo la tuvo aún menor: quedó trascrito y encarpetado entre los muchos materiales de investigaciones en marcha que dejó Julio. La decepción que para él había supuesto el destino que corrió el primer volumen hizo que contemplase con desánimo las carpetas del segundo, y que casi desechase la idea de verlo publicarlo. Tras su desaparición, su viuda, Mercedes Ramírez, me confió una versión fotocopiada, en siete gruesos tomos, de las trascripciones que hizo Julio, pulcramente mecanografiadas, con algunas correcciones, anotaciones y añadidos a mano.

            Algunos de los cuentos integrados en este segundo volumen de los Cuentos tradicionales recopilados en la provincia de Ciudad Real, registrados la mayoría en los primeros años de la década de 1980 (aunque otros alcanzan al inicio de la década siguiente), fueron editados en los volúmenes que Julio Camarena (junto con Maxime Chevalier) llegó a publicar del Catálogo tipológico del cuento folklórico español, como ilustración de los diversos tipos allí indexados. O en alguno de los artículos científicos que fue publicando con el paso de los años. Pero muchísimos otros, la gran mayoría, siguen rigurosamente inéditos. El aparato de notas bibliográficas (concordancias con catálogos e índices, y con otras recopilaciones) que acompaña a cada cuento es nutridísimo, detalladísimo, abrumador. Gran parte de él fue aprovechado (actualizándolo, claro) en los tomos del Catálogo tipológico que Julio Camarena y Maxime Chevalier llegaron a publicar. Otra parte (la correspondiente sobre todo a los cuentos satíricos o chistes) jamás ha visto la luz.

            Como adelanto de la edición que pretendo hacer, tanto del primer volumen (el de 1984) como del segundo (el que todavía no ha visto la luz), ofrezco a los lectores una breve pero sustanciosa selección de etnotextos de este último volumen. Sobre el texto trascrito por Julio Camarena solo he hecho algunas casi insignificantes alteraciones, mayormente en la puntación. Para muchos, será una buena ocasión de asomarse al mundo, siempre sorprendente, siempre fascinante, de los cuentos tradicionales. Para otros, será una hermosa manera de recordar la pasión por los cuentos y por la vida a los que se entregó Julio Camarena.

            Como apéndice, añadimos la fotografía de varias de las páginas mecanografiadas y anotadas a mano por Julio, correspondientes a cuentos diferentes de los que a continuación reproducimos, con el fin de que los lectores puedan hacerse una idea más amplia y representativa del detalle, la precisión y el escrúpulo con el que trabajaba el gran compilador y estudioso de nuestros cuentos.

            Todos los cuentos que editamos están concordados (las concordancias las estableció el propio Julio Camarena) con el gran catálogo internacional de tipos cuentísticos, al que Julio contribuyó personalmente (ofreciendo sus archivos al autor, Uther), del modo siempre generoso y desinteresado que fue típico de él. El catálogo vio la luz el mismo año en que Julio desapareció: Hans-Jörg Uther, The types of International Folktales. A Classification and Bibliography, Based on the System of Antti Aarne and Stith Thompson (Helsinki: Suomalainen Tiedeakatemia-Academia Scientiarum Fennica, 2004).

 

José Manuel Pedrosa

Universidad de Alcalá

 

 

 

Etnotextos

 

 

 

El hijo que no quiso agacharse una vez

[ATU 774C]

 

 

Esto era un padre y un hijo. Y iban caminando por un camino. Y resulta que hacía mucha calor, y el hijo llevaba una sed ardiente. Entonces, el padre, como entonces se estilaban tantas caballerías, pues el padre vio en el suelo, en el camino, una herradura, y le dijo al muchacho, como estaba más ágil:

            –Bájate, y coge la herradura esa.

            Y entonces dijo el hijo:

            –No, padre, no merece abajase.

            Y no se bajó.

            Pero el padre calló, y se bajó, y cogió la herradura. Entonces, andando, andando, andando, andando, iban fatigaos de sed; pero, en el primer pueblo que llegaron, el padre se bajó, cogió la herradura y la vendió por diez céntimos, lo cual, aquellos diez céntimos, los empleó en ciruelas.

            Bueno, pues como iban andando, iban caminando, caminando, pues el hijo llevaba una sed que pa qué, pero el padre cogió las ciruelas y las guardó. Pero, ya en el camino, como el hijo llevaba tanta sed, tiró una ciruela. Y, entonces, el hijo se bajó y cogió la ciruela. Andaban otro poco adelante, el padre volvía a tirar otra ciruela al suelo, el hijo se bajaba y la cogía. Entonces, ya el padre le dijo:

            –Si de primera vez, cuando te dije que te bajases por la herradura, te hubieras abajo, no te hubieras tenido que bajar veinte veces a por las ciruelas.

 

            RECOGIDO EN: Porzuna (Ciudad Real).

            A: Nemesia Sánchez Sánchez.

            FECHA: Mayo 1981.

            EDAD: 60 años.

            PROFESIÓN: Sus labores.

 

 

 

 

La reina de los siete siglos

[ATU 898]

 

Esto era una modista. Y resulta que no le salía ningún pretendiente. Y la pobre estaba tan aburrida, que ya toas las amigas se casaban...

–¡Oye! ¿Tú no te casas?

Dice:

–Sí. Yo me he casao. Es que mi marido se ha ido a la guerra –dice–, y no viene.

            Dice:

            –¿Y no vas a tener hijos?

            Dice:

            –Sí, estoy embarazada.

            Total, que les hizo ver que estaba embarazada. Y, cuando pasó el tiempo, pues hizo como que tenía una hija. Y, como era modista, pues hizo una muñeca de papel, y la vistió de niña, en un cochecito. Y fue haciéndola mayor, y cada día mayor, mayor... Hasta que la colocó como una mujer y la sentaba en el balcón toos los días.

            Y to el mundo, pues...

            –¡La hija de la modista!

            Pero nadie conocía a la hija de la modista.

            Total, que ya pasó por allí un príncipe. Y tos los días le decía cosas por el balcón. Y, claro, la hija no volvía la cabeza, porque era de papel. Y ya, desesperao, viendo que no le contestaba ni le decía nada, fue y le tiró una naranja. Y, al tirarle la naranja y darle en la espalda, se cayó la muñeca al suelo. Y, entonces, el príncipe, todo apurao, subió arriba, a casa de la modista. Y la modista sale, dice:

            –¿Qué pasa?

            –Nada, nada, que me quiero casar con su hija, y se ha debido desmayar o algo.

            Y dice:

            –Sí, pero la tengo acostada.

            –Quiero pasar a verla.

            Dice:

            –No, no, no. Imposible.

            Y todos los días iba a verla. Y la modista:

            –Está mejor, está mejor.

            Y ya, por fin, tan apurada estaba la modista, y tan acobardada, de las visitas del príncipe, que se quería casar con ella, que ya la modista le dijo que bueno; ya, por quitársele de encima, dijo que se casaría con ella.

            Y ya, pues tuvo que, la modista, poner una fecha. Y ya, pusieron una fecha: que se iban a casar. Iban a casarse a un pueblo determinao. Pero las condiciones de la modista eran que el príncipe tenía que ir en un coche aparte del que fuera la hija, que era la muñeca de papel. Y cada uno iba en un coche.

            Conque ya, la mujer estaba tan desesperada viendo que se iba a casar, que, al pasar por el río, pos cogió la muñeca y la tiró al río, para librarse del compromiso de tenerle que decir al rey que ni había hija ni nada, y que no se descubriera el engaño de todos los años, de un marido que no existió, un embarazo que tampoco hubo, y de una hija que tampoco había nada.

            Total, que la tiró al río, pues para librarse. Y, al caer al agua la muñeca, pues se volvió una chica guapísima, rubia, con un pelo... Como ella la había imaginao, con los vestío y todo. Y empezó a gritos:

            –¡Mi hija! ¡Mi hija!

            Pararon los coches. Y, entonces, el rey, cuando la vio, dice que por la espalda le había gustao mucho, pero que nunca imaginó que pudiera ser tan guapa, y que...

            –Nada, ya estaba enamorao antes de verle la cara, y ahora con mayor motivo. Yo no la dejo y no quiero que ocurra ningún accidente. La llevo a mi coche.

            Se la lleva a su coche. Y ya llegan a un palacio. Y, entonces, dice la hija que quién la llevó allí.

            Dice:

            –A casarte.

            Dice:

            –Y ¿conmigo? ¿Es que yo no cuento? ¿No cuenta mi opinión?

            ¡Que no se casa! Dice el príncipe:

            –¡Pero, hombre! Después de todo lo que yo estoy pasando por casarme contigo, toda la vida pasando por delante de tu balcón, y ara dices que no te casas?

            Dice:

            –¡No me caso!

            Total, que ya van hacer una comida, y dice ella que hacía la comida. Se cortaba los dedos. ¡Como era mágica! Se cortaba los dedos, los echaba un poco de huevo, los freía, y salía un manjar exquisito. Y el rey...

            –¡Huy, qué comida! ¡Si esto no lo he comido nunca!

            Total, que venían las criadas y, haciendo lo que ella hacía, se cortaban los dedos... Toas morían, allí no quedaba nadie. Cuando se iba a peinar, se cortaba la cabeza, se peinaba, se hacía el peinao que quería, se la volvía a colocar, y, en fin...

            Y el rey ya estaba desesperao y embrujao. Decía que eso no lo podía consentir: que qué pasaba. Y ya le dijo ella un día:

            –Si tú me dices, siete veces, una palabra que yo deseo, yo me caso contigo.

            Y...

            –Yo, ¿qué le vi a decir? Si yo no sé por qué... Qué frase la vi a decir yo para que se case.

            Y entonces, ella, un día, al acostarse, dijo:

            –¡Oy! ¡Si supiera que a mí me tiene que decir “reina de los siete siglos”!

            Y él lo oyó. Como ya la observaba a todas horas, y estaba desesperao...

            Por la mañana dijo:

            –¡”Reina de los siete siglos”!

            Siete veces.

            –¡Hombre! ¡Ya has acertao! ¡Ya me caso contigo!

            Se casaron y vivieron felices.

 

            RECOGIDO EN: Piedrabuena (Ciudad Real).

            A: Mi tía Manuela Camarena García.

            FECHA: Septiembre 1980.

            EDAD: 63 años.

            PROFESIÓN: Sus labores.

 

 

 

 

 

 

El conde Corao

[ATU 922]

 

 

Bueno, pues este era un conde que le decían el Conde Corao. Y tenía un letrero en la puerta del palacio, con letras de oro. Y ponía:

 

Soy el Conde Corao:

me acuesto sin penas,

amanezco sin cuidaos.

 

Pues nada: pasa una vez el rey por allí con la escolta y...

–¡Cagüen la mar! ¡Joder, esto! “Soy el Conde Corao, me acuesto sin penas y amanezco sin cuidaos”. –Dice–. Pues yo te voy a poner en cuidao...

–Pues nada: llama al conde Corao, y le dice que en una semana tiene que decile lo que pesa la tierra, lo que pesa el agua del mar y lo que pesa la luna. Y, si no, que penaba la vida.

Pues nada, el conde, ¿a ver cómo iba a saber lo que pesaba la tierra? ¿Ni lo que pesa la luna, ni lo que pesa el agua del mar? Y ya no comía el conde. Le faltaban ya pocos días, y que...

Pues nada: viene un pastor y le dice:

            –Mi señor, está usté muy malo. ¿Qué le pasa?

            Dice:

            –¿Que qué me pasa? –Y se lo contó. Dice:– Ha pasao el rey por aquí, y me ha dicho que en una semana tengo que decile lo que pesa la tierra, lo que pesa el agua del mar y lo que pesa la luna. Y me mata: yo no lo sé, eso no lo puede saber nadie.

            Dice:

            Usté no se preocupe, yo lo defenderé. Yo me pondré la ropa suya, y yo iré a palacio.

            Pues nada, va. Dice:

            –Mi Majestá, vengo a decile las tres adivinanzas que usté me dijo.

            –Vamos a ver –dice el rey–, ¿cuánto pesa la tierra?

            Y dice:

            –Cuando usté me la dé espedragá, yo se la daré pesá.

            Le dijo al rey. Porque el rey dijo “la tierra”, no dijo “las piedras”. Porque la tierra tiene piedras.

            Entonces dice:

            –Bien, bien. –Dice: –Y el agua del mar, ¿cuánto pesa?

            Dice:

            –Cuando usté me la dé pescá, yo se la daré pesá.

            Claro, estaba bien.

            Dice:

            –Está bien. –Dice: –Y la luna, ¿cuánto pesa?

            Dice:

            –La luna pesa una arroba.

            –¿Una arroba?

            Dice:

            –Sí, señor, porque tiene cuatro cuarterones porque es que la luna tiene cuatro cuartos, tiene cuarto menguante, cuarto creciente..., o sea, tiene cuatro cuartos.

            Y no pudo nada el rey. Dice:

            –Pues vaya, se puede marchar.

            Entonces el conde, en agradecimiento porque le había perdonao la vida, pues le mandó al rey tres brevas. Tenía una higuera, tenía una higuera en el palacio, el conde. Y cogió tres brevas. Y le dice al pastor:

            –Le llevas al rey estas tres brevas –y le dio una esquela como diciéndole que le mandaba tres brevas.

            Pues nada: en el camino, el pastor se come una, se come una breva. Llega allí y dice:

            –Mi Majestá, me manda mi señor para que le dé estas brevas.

            Entonces, claro, cuando lee la esquela, y ve que le pone dos brevas encima de la mesa, dice:

            –Aquí ponen tres; en la esquela pone tres brevas, y usté solo me trae dos.

            Y dice:

Pos dos –el pastor.

Dice:

–Pero es que aquí pone tres.

Dice:

–Pero es que usté solo me trae dos.

Dice:

Pos dos.

Dice:

–¡Pero si es que aquí en la esquela vienen tres!

Dice:

Pos tres.

Y ya dice el rey.

–¿Y no ha tenío su amo a quien mandar na más que a un tonto como tú –le dice al pastor.

            Dice:

 

                       Pos todo se anduvo,

                       y todo se miró,

                       pero para quien eres tú,

                       de más era yo.

 

O sea, quiero dicir que como el rey lo nombró de tú, pos el pastor también lo nombró de tú al rey.

 

RECOGIDO EN: Terrinches (Ciudad Real).

            A: Manuel Jimeno Patón.

            FECHA: Agosto 1981.

            EDAD: 45 años.

            PROFESIÓN: Trabaja en un almacén de Palma de Mallorca.

 

 

 

El pastor que fue a disculpar a su hijo

[ATU 1688]

 

 

El pastor es que iba a un convento toas las mañanas, el chiquillo, y salía el fraile. Y una mañana estaba un poco abierto y se pasearon allí dos o tres monjas, y le dice al fraile:

            –¿Qué le dan ustés a esas tías, que están tan gordas y tan blancas?

            Dice:

            –Ea, pos que comen bien y están gordas, y como no les da el sol, pues están blancas.

            Dice:

            –Tampoco les da el sol a las pelotas de mi padre, y las tiene más negras que la pez.

            Dice el fraile:

            Veste... veste de aquí ande no te vea, y no güelvas más.

            Va el padre...

            –¿Qué pasó con el muchacho?

            Dice:

            –Pues esto...

            Dice:

            –Si mi muchacho es un sinvergüenza, hombre; el otro día le dije que me hiciera unas sopas y las hizo tan gordas como mis pelotas.

            Dice:

            –Márchese usté también... que aquí no queremos cuentos.

 

RECOGIDO EN: Villamanrique (Ciudad Real).

            A: Víctor Medina Felguera.

            FECHA: Agosto 1982.

            EDAD: 72 años.

            PROFESIÓN: Jubilado (anteriormente, cazador de profesión y guarda jurado).

 

 

El molinerito en el pino que llega al cielo

[ATU 1960G + 1882]

 

Pues era yo un muchacho que tenía yo ocho años, y había un molinero ahí, en unos montes, que le dicen el Molino Rajamantas, en el río Gualmena [se refiere al río Guadalmena]. Y mi padre era muy amigo del molinero: siempre que venía, venía a mi casa, que entonces la casa esta era mu chiquitilla; y venía aquí el molinero a hacer la cibera..., el candeal, pa llevar pa moler. Y ya viene un día el molinero, y le dice a mi padre:

            –¿No podía buscar yo un muchacho aquí pa los gorrinejos? –en fin, las gallinas, y los gorrinos, y los pavos... allí, en la huerta del río...

            Pos sí.

            Y yo estaba sintiéndolo. Y a mí me ha gustao mucho el monte, y me gusta; y yo le digo a mi madre:

            –Madre, tenía yo que irme con el molinero.

            –Muchacho, que tú eres mu chico...

            Pues ya viene el molinero y le dice:

            –Mire usted lo que dice: que se va él.

            Y dice el molinero:

            –Mejor, mejor que él nadie –porque nos llevábamos mu bien.

            Y a la mujer le decían María. Y llegamos, yo ¡más contento allí! ¡Montao en el borrico! Y estaba la hermana María, la mujer, estaba renegando...

            –¿Qué le pasa a usté, hermana?

            Pos que he echao una llueca, y toas las lluecas que echo no me saca ninguna pollos.

            Digo:

            –Pues, hermano, mi madre toas las que echa sacan tos pollos: tos, tos los huevos.

            –¿Y cómo las echa, hijo mío? ¿Lo sabes tú?

            –Yo sí.

            –Pues vamos a echar una cada uno.

            Echamos una llueca; eché yo una con veinte huevos, el molinero una con veintiuno y la molinera una con veintidós; toas a la misma vez. Llega la hora de sacar las lluecas, y la molinera le saca un pollo na más, y salió tuerto; y el molinero otro: de los veintiún huevos, sacó otro y salió cojo; y yo, de veinte huevos, salieron veintiún pollos. La mujer estaba loca de contenta; decía:

            –Pero, ¿cómo puede ser esto?

            –Pues ya iba con los pollos por allí, por aquella cuerda, los pavos... Y yo, ¡un cuidao con los pollos...! Y al más chiquitillo le sale una cosa encima de la cabeza. Como hay tantos pinos ahí, yo digo:

–Alguna simiente de pino.

            Empieza a crecer un pino, crecer, crecer, crecer, crecer; pues venga a crecer el pino p’ arriba, p’ arriba, y le digo a la hermana María:

            –Hermana María, yo me voy a ver a mi tío Dimas que tenía ya un tío en el cielo de zapatero–; voy a ver a mi tío Dimas, que está en el cielo de zapatero.

            –Pero muchacho, ¿estás loco?

            –Nada, que me voy.

            Pos un día que se escuidó la hermana María, pilló el pino arriba... el cielo. Tenía yo una fajilla colorá que me había hecho mi madre de retales, de cachos, ¡más contento yo con mi fajilla...! Y antes de llegar al cielo, me da un olor de melones...

            –Algún melonar hay por aquí.

            Tropiezo en mi melonar, y había allí un abuelete con su chozo, sus melones...; digo:

            –¡Hermano! Pare allí. ¿Quiere que me coma un melón?

            –Sí, hombre, lo que quieras.

            Y ya que me como el melón, digo:

            –¿Quiere usté que le lleve a mi tío dos o tres melones?

            –¿Ánde los vas a llevar?

            –Entre la faja.

            Pos me meto cuatro melones entre la faja, de agua, que pesaban ocho arrobas cada uno. Conque salgo pino arriba, al cielo, ande estaba mi tío; y, antes de llegar al cielo, se quiebra el pino, ¡mecó!, y voy a caer a un risco que le dicen el Charco del Resquicio; ¡unas risqueras mu grandes! Y caí encima de aquello; y que se mete la cabeza en el risco. Y tirar, y tirar, y tirar, y nada, que no podía sacar la cabeza de ninguna de las maneras. Y estaba mu cerca de Terrinches; digo:

            –Pues como no puedo sacar la cabeza, yo voy a Terrinches a por una almaina pa sacar la cabeza.

            Cogí paso, fui a Terrinches y me traje una almaina; y después, a almainazos, pude sacar la cabeza.

 

RECOGIDO EN: Puebla del Príncipe (Ciudad Real).

            A: Juan Ramón Villareal González.

            FECHA: Agosto 1981.

            EDAD: 75 años.

            PROFESIÓN: Santero de la ermita (anteriormente, gañán y piconero).