Zubillaga, Carina. ÒLa devoci—n a la Difunta Correa en el santuario de Vallecito (San Juan, Argentina): culto, identidad y religiosidad popularÓ. Culturas Populares. Revista Electr—nica 5 (julio-diciembre 2007).

http://www.culturaspopulares.org/textos5/articulos/zubillaga.htm

 

ISSN: 1886-5623

Recibido: 14/01/08    Aceptado: 20/01/08

 

 

 

La devoci—n a la Difunta Correa en el santuario de Vallecito

(San Juan, Argentina): culto, identidad y religiosidad popular

 

Carina Zubillaga

Universidad de Buenos Aires

 

Resumen

El santuario de la Difunta Correa en Vallecito, provincia de San Juan (Argentina), concentra un culto religioso masivo y popular. Su visita y el examen de los exvotos y las historias que relatan los creyentes permiten ahondar en una experiencia de devoci—n tanto individual como colectiva, b‡sica para la reafirmaci—n de la propia identidad.

Palabras clave: Difunta Correa; santuario; culto; religiosidad popular.

 

Abstract

The Difunta Correa sanctuary in Vallecito (San Juan, Argentina) concentrates a massive and widespread religious cult. In this article, the examination of votive offerings and the study of oral testimonies allow us to recognize the individual and collective devotion as a sign of popular identity.

Key words: Difunta Correa; sanctuary; cult; popular religiouness.

 

 

E

l culto a la Difunta Correa en el santuario de Vallecito, departamento de Caucete, provincia de San Juan (Argentina) –el lugar donde Deolinda Correa encontr— una muerte tr‡gica y fue enterrada–, puede calificarse como constante y masivo. En tres fechas especiales, sin embargo, se revitaliza particularmente: en marzo, cuando se efectœa la Cabalgata de Fe organizada por la Confederaci—n Gaucha Argentina y la Federaci—n Gaucha Sanjuanina; durante la Semana Santa y en la Fiesta Nacional del Camionero, que se lleva a cabo todos los a–os en el mes de noviembre. En esas festividades acuden a Vallecito visitantes de todas las latitudes, y el santuario desborda de centenares de veh’culos, carpas y devotos de idiosincrasias diversas. Los d’as de Semana Santa, en especial, desde la ciudad de San Juan la ruta se colma de personas a pie, en bicicletas, motocicletas, autom—viles y camiones que llegan hasta el lugar para cumplir sus promesas.

Las primeras peregrinaciones, si bien comenzaron en peque–o grado durante los a–os iniciales del siglo XX, se registraron en especial a partir de 1910, debido al impulso y la facilidad de acceso que le dio a la zona la llegada del Ferrocarril Central Norte Argentino. DespuŽs del a–o 1915 se construy— el primer oratorio, aunque la precariedad del lugar ampar— durante mucho tiempo una informalidad que favoreci— la pugna de intereses personales y sectoriales, hasta que la Fundaci—n Vallecito –una comisi—n integrada por diferentes instituciones y representantes sociales– asumi— la tarea de administrar las donaciones y organizar el funcionamiento general del santuario. A partir de 1970, y como resultado de la mayor divulgaci—n durante los a–os siguientes, se incrementaron tanto la popularidad del fen—meno de la devoci—n a Deolinda Correa como la concurrencia a su santuario.

La especificidad del culto a la Difunta Correa en la regi—n cuyana argentina, a pesar de su desarrollo en todo el pa’s e incluso en los pa’ses lim’trofes (sobre todo en Chile), promueve la concentraci—n simb—lica en el santuario de los registros externos de la creencia de los individuos: las numerosas expresiones de agradecimiento, los pedidos, las promesas y las ofrendas.

            El crecimiento incesante de la veneraci—n popular se manifiesta de manera concreta en los exvotos que, como innegables testimonios devocionales, se multiplican a–o a a–o y revelan –en un sencillo cotejo de los cambios tanto cuantitativos como cualitativos del santuario con el paso del tiempo– el desarrollo de esta manifestaci—n de religiosidad popular que trasciende, cada vez m‡s, las fronteras provinciales y congrega a promesantes de mœltiples y variadas regiones.

Visitar el santuario de la Difunta Correa en Vallecito lleva a adentrarse en los inefables y a la vez fascinantes caminos de la fe y la devoci—n popular que –como se expresa en las ÒestampitasÓ y las ÒoracionesÓ que los propios devotos dejan en el santuario en se–al de agradecimiento– rescatan de su tradici—n, de sus leyendas y de sus costumbres nativas a Deolinda Correa como Òsingular modelo de hija, de esposa y de madre, digna de ser imitadaÓ.

 

 

            En un art’culo anterior (ÒEl milagro del ni–o que se alimenta del pecho de su madre muerta: de una vida medieval de Santa Mar’a Magdalena (Ms. Esc. h-I-13) a la leyenda argentina de la Difunta CorreaÓ, Culturas Populares 4, enero-junio 2007), evaluamos la configuraci—n de la leyenda de la Difunta Correa, tanto en sus aspectos hist—ricos como ficcionales, estableciendo paralelos con modelos milagrosos y narrativos previos en la constituci—n legendaria particular. Pero, una vez analizadas las ra’ces de cualquier fen—meno de religiosidad popular, es esencial acercarse a la realidad concreta del culto, que lo reelabora una y otra vez en la actualizaci—n din‡mica de la creencia que se exterioriza como devoci—n. En este trabajo, entonces, intentaremos profundizar en las formas que asume el culto a la Difunta Correa en el santuario de Vallecito, en una doble contextualizaci—n –espacial y temporal– que ponga de manifiesto quŽ significa hoy la leyenda para sus devotos.

Cada palabra en Vallecito es una reafirmaci—n de fe, a pesar de la variedad de las versiones que se registran acerca de la leyenda y la forma que esas historias asumen cuando se individualizan como testimonios. La narraci—n de la muerte de Deolinda Correa se repite una y otra vez en su actualidad y cobra, en el desarrollo y el significado que cada creyente le asigna, detalles que dejan ver tanto el nœcleo esencial del milagro como su apropiaci—n y puesta al d’a a partir de la fe. As’, de este modo, las versiones se simplifican, se sintetizan o se extienden, llenas de matices, enriquecidas por la narraci—n oral.

Cada visitante que encontramos en el santuario tiene su versi—n de la leyenda de la Difunta Correa, integrada por su particular experiencia, por los relatos que ha escuchado en un lugar donde todos y cada uno sienten que la historia de Deolinda es parte de su pasado y su herencia territorial, por sus creencias religiosas no separadas de esta experiencia y por su propia manera de dar cuenta de esas creencias.

La mayor’a de los promesantes manifiesta no conocer todos los detalles de la historia de la Difunta, pero ponen Žnfasis en cambio en los milagros –sobre todo el inicial de mantener con vida a su hijo, amamant‡ndolo aun despuŽs de su propia muerte–, dando su peculiar interpretaci—n y destacando tanto el significado como la importancia que poseen para ellos. El milagro, como evento resultante de una intervenci—n divina, adquiere un fuerte car‡cter vivencial –adem‡s de discursivo– que desplaza parte de su contenido a la experiencia personal. Cuando el milagro se expresa a travŽs del lenguaje, necesariamente refiere a algo que permanecer‡ en œltima instancia, siempre, como indecible e inexplicable.

Es evidente, en l’neas generales, que los devotos que concurren a Vallecito son diferentes unos de otros, y que a pesar de poseer una percepci—n e identificaci—n similar del fen—meno como sagrado lo testimonian de maneras diversas. Aunque la fe sea en este caso un denominador comœn, no dejan de apreciarse las distancias debidas a la edad, el sexo, los impulsos particulares y multitud de otros factores.

Consultando a los promesantes acerca de los motivos de su visita al santuario, la mayor’a se–ala que, adem‡s de los pedidos concretos que los gu’an hasta all’, su intenci—n fundamental es agradecer y ÒcumplirÓ con la Difunta Correa, debido a que ella es muy cumplidora y espera lo mismo de sus devotos. Sus relatos est‡n llenos de gratitud y esperanza, e incluso repetir aquello que se ha escuchado de familiares u otros promesantes lleva a los devotos a sentirse tambiŽn parte de la historia de Deolinda y sus milagros.

Los testimonios unifican tanto lo que se extrae como central de la leyenda como las motivaciones individuales, los pedidos, las promesas que se cumplen, en una amalgama siempre œnica y donde se distinguen elementos de procedencia dispar. Algunos detalles se pierden y otros se agregan, segœn una visi—n personal y de conjunto que puede destacar ya sea el contexto geogr‡fico o hist—rico de la vida de Deolinda, los primeros milagros o el presente de la propia historia para, al contarla, intentar comprenderla.

Pero los relatos comienzan antes de llegar a Vallecito, en el mismo viaje que emprendemos desde la ciudad de San Juan. El escenario que recorremos en los m‡s de 60 kil—metros que separan la ciudad capital de la provincia del santuario de la Difunta Correa da la sensaci—n de que se est‡ atravesando un desierto. Los primeros d’as del caluroso noviembre de 2007 resaltan especialmente la aridez del paisaje, a medida que el pueblo de Vallecito se acerca m‡s y m‡s.

 

 

Mediando el camino, el conductor del autom—vil que nos lleva al santuario comienza a contar naturalmente diferentes experiencias de viajeros que ha conocido, sobre todo camioneros, que se suceden hasta desembocar de manera espont‡nea en su propia historia:

 

Cuando era joven, durante un tiempo manejŽ unos camiones que pertenec’an a mi familia. Yo no era para nada creyente, y en uno de los viajes como estaba apurado no entrŽ en Vallecito a saludar a la Difunta, y a los 10 kil—metros de donde deber’a haberme desviado para entrar pinchŽ una goma. Pero eso no fue todo, porque m‡s adelante tuve otros serios inconvenientes con el motor del cami—n. Desde ese d’a, nunca segu’ viaje sin entrar antes en Vallecito. (Mario, sanjuanino, 65 a–os)

 

Numerosos relatos de este tipo se escuchan no s—lo en el santuario sino en las calles de la ciudad de San Juan, acerca de camiones o veh’culos particulares que por algœn motivo pasan por el santuario sin detenerse y luego experimentan todo tipo de contratiempos. Tal vez por ello, impresiona mucho la llegada a Vallecito, por la caravana vehicular que se desv’a en la ruta y parece ser conducida por una fuerza extra–a hacia el mismo lugar, como si se tratara de una cita tan misteriosa como obligada.

Lo que se percibe ya all’, antes de ingresar en el santuario, es que la devoci—n como elemento aglutinante define este espacio como sagrado, como un lugar donde la experiencia de fe –a pesar de ser personal– adquiere el simbolismo propio de lo colectivo; un lugar de fe y de veneraci—n y, por lo tanto, de identidad y sentido, ya que al proyectar sobre s’ mismo la imagen de la pertenencia cimienta y construye la identidad popular sin que prime en el proceso ningœn tipo de regulaci—n externa. Esta identidad local se celebra, y al hacerlo se defiende y se conserva, a travŽs del festejo popular, ya sea en los eventos de congregaci—n m‡s amplia –como la Fiesta Nacional del Camionero– o en las reuniones menores donde las familias o los amigos visitan el santuario y se reœnen a comer un asado en algœn sitio cercano luego de dejarle sus ofrendas a la Difunta.

Una vez que se llega a Vallecito, fundamentalmente en las ofrendas –como testimonios palpables del culto– se descubre la forma en que los propios creyentes interpretan la leyenda de la Difunta Correa, as’ como el significado personal que tiene para ellos. Son impactantes, en este sentido, las placas de agradecimiento que decoran cada una de las capillas del santuario, cubriŽndolas casi por completo.

 

 

            La relaci—n vital que el creyente establece con el santo popular de quien es devoto asume tanto un poder transformador sobre el fiel, ya que el santo es considerado un mediador entre el cielo y la tierra, como sobre la figura misma del santo que sintetiza la manera particular de cada localidad o regi—n de experimentar y vivir la religiosidad. Las ofrendas de los fieles delimitan de ese modo las siempre renovadas propiedades, cualidades y milagros atribuidos a la Difunta Correa, en una incesante reformulaci—n tanto de su leyenda como de la identidad popular.

            En ese proceso de construcci—n de la identidad, es destacable el papel de los s’mbolos femeninos en las manifestaciones de veneraci—n popular de gran parte de la Repœblica Argentina, en especial a travŽs de las diferentes denominaciones locales que asume la Virgen Madre: la Virgen de Itat’ en Corrientes, la Virgen de Luj‡n, la Virgen de San Nicol‡s. El culto a la Difunta Correa, no como virgen pero s’ como madre capaz de un amor y de una entrega incondicionales, podr’a considerarse en este sentido como parte de una tendencia devocional mayor que asume caracter’sticas regionales a lo largo de todo el territorio nacional.

Las capillas construidas por la Fundaci—n Vallecito a lo largo de los a–os para albergar las ofrendas de los fieles reflejan el tipo de milagros m‡s asociados a la figura de la Difunta Correa: la cura de los enfermos, testimoniada en la capilla que reœne muletas, pr—tesis y otras piezas similares; la protecci—n de las viviendas, lo que se destaca en la capilla que contiene maquetas de variados tipos de construcciones; el amparo de los viajeros, lo que se atestigua en la cantidad de chapas patentes de veh’culos y reproducciones de camiones y otros medios de transporte; y la ayuda a los novios que quieren casarse, lo que se comprueba en la que es quiz‡s la m‡s llamativa de las capillas.

En esa capilla, conocida como Òcapilla de las noviasÓ, existen multitud de ofrendas de trajes y vestidos que se prestan –en un proceso actualizador simplemente impresionante– a aquellas novias prontas a casarse que los solicitan. TambiŽn hay all’ zapatos y numerosas placas de agradecimiento de los contrayentes, as’ como fotograf’as y cuadros de bodas que se superponen en una muestra que abarca desde dŽcadas pasadas hasta celebraciones sumamente recientes, con semblantes, gestos y cuerpos que uno no conoce pero que irremediablemente lo acercan a la materialidad de la promesa cumplida.

 

 

Entre las ofrendas tambiŽn se destacan numerosos trofeos deportivos: guantes de boxeo de varios campeones mundiales de la disciplina, pelotas y equipos de fœtbol de clubes que han ganado competencias a nivel provincial y nacional, bicicletas de campeones argentinos, etc.

Llaman la atenci—n, asimismo, las maquetas de casas y establecimientos, as’ como las reproducciones a escala de camiones, que testimonian el agradecimiento tanto de particulares como de empresas constructoras y del transporte automotor, lo que se–ala la magnitud y alcance de la devoci—n a la Difunta Correa y de los pedidos asociados a su poder milagroso.

 

 

Luego de visitar cada una de las capillas tem‡ticas donde se agrupan los exvotos –similares debido a las categor’as que representan, aunque diferentes por su marcado car‡cter intransferible y personal–, cada promesante inicia el camino de subida, en un ascenso simb—lico que al mismo tiempo que refiere al cielo recuerda, en medio del calor agobiante, una m’nima parte de las penurias que llevaron all’ mismo a Deolinda a la muerte. Muchos promesantes, incluso, realizan de rodillas la ascensi—n por la escalera que posee las estaciones del v’a crucis, expresando su fe mediante exvotos de sacrificio en lugar de ofrendas.

 

 

El ascenso a la loma donde se dice fue enterrado el cuerpo de Deolinda Correa est‡ marcado por la hilera de los visitantes que suben rodeados por chapas patentes de veh’culos de casi todas las provincias del territorio nacional –e incluso de otros pa’ses– y rŽplicas de casas en miniatura, como si la variedad de escalas y coloridos resultara una comprobaci—n fehaciente de la multiplicidad de extracciones sociales y fisonom’as de los creyentes.

 

 

La cercan’a indiscutible de Deolinda Correa a los sectores populares rurales, sin embargo, se da a partir de su propia pertenencia a ella, lo que juega un papel fundamental en la configuraci—n de su historia de mujer acosada por el deseo sexual de hombres que representaban hacia el a–o 1840 tanto el poder pol’tico como la riqueza m‡s inescrupulosa, quienes en muchas de las versiones de la leyenda son los principales responsables de la huida que la llevar‡ a la muerte. El proceso de identificaci—n de los excluidos o marginados de toda ’ndole con esta mujer de origen rural que decide huir antes que ceder al dominio del poderoso, incluso sabiendo que deber‡ enfrentar el inclemente desierto cuyano, permite reconocer al sufrido pueblo sanjuanino como protagonista indiscutido del culto a la Difunta.

Un matiz de resistencia propio de la identidad popular puede extraerse de este nœcleo central de la leyenda, reflej‡ndose en el culto a travŽs de la identificaci—n del creyente con la figura de Deolinda Correa, quien se rebela con su propia muerte contra la opresi—n del dŽbil. La santificaci—n de una figura como la de la Difunta sin dudas sigue remitiendo a un orden social y pol’tico injusto, redefiniendo y actualizando la posibilidad de rebeld’a y utop’a popular. Se–al de ello es que, en los relatos que se repiten en el santuario, los promesantes se refieren a la dif’cil situaci—n socioecon—mica y pol’tica que la provincia atravesaba en el momento de sus luchas intestinas, estableciendo paralelos con la que hoy –aunque sean otras las dificultades– todav’a atraviesa.

La estrecha relaci—n entre la devoci—n del pueblo sanjuanino y la leyenda de la Difunta Correa se exalta en los folletos que se venden en Vallecito, donde incluso se destaca a los creyentes como art’fices privilegiados de la transformaci—n de la leyenda en una realidad.

 

 

Nada expresa mejor que ese testimonio comunitario, que incluso se ha puesto por escrito, el significado m‡s profundo de este tipo de creencias populares como construcciones culturales: el dar sentido a la realidad, a la totalidad de la experiencia humana anclada hist—rica y geogr‡ficamente.

A pesar de esta identificaci—n primaria, el dolor y el sufrimiento –que no conocen distinciones– diversifican a la concurrencia, al mismo tiempo que la aœnan en su devoci—n. La fe de los promesantes, adem‡s, unifica los detalles variables en su reconocimiento invariable como devotos de la Difunta Correa.

El paisaje, una vez arriba, es tan ‡rido como hermoso, y hasta el sonido de los p‡jaros como œnico ruido de fondo se transforma, inevitablemente, en algo subjetivo. All’, una roca con cruces y una gruta con una figura de la Difunta y el ni–o, en un lugar venerado como sagrado, definen una imagen de conjunto tan simple como impresionante. Adem‡s de las velas y de las flores que los promesantes acercan como sencillas donaciones, se destacan las botellas y todo otro tipo de recipientes con agua, en una muestra representativa de la resignificaci—n de una ofrenda segœn los componentes de la leyenda de un santo determinado.

 

 

 

 

Las donaciones que no se ven son las que permiten, sin embargo, tanto el mantenimiento del santuario como una obra que sigue orientando el crecimiento del pueblo de Vallecito, al posibilitar adem‡s que los peregrinos accedan a los servicios b‡sicos que faciliten su estancia. El agua no es tampoco en la actualidad un tema menor, debido a su escasez, aunando como s’mbolo indiscutido el mito y la realidad de una regi—n con dificultades concretas; su provisi—n es todav’a hoy determinante para la subsistencia de Vallecito e incluso de otros poblados cercanos, y una de las tareas fundamentales llevadas a cabo por la Fundaci—n.

Dos actitudes dominantes han guiado, en general, la reflexi—n sobre los fen—menos de religiosidad popular en Argentina, tild‡ndolos de superstici—n enajenante o bien –desde los ‡mbitos acadŽmicos anclados ya sea en los saberes positivistas o en las pr‡cticas reduccionistas de cierto relativismo cultural– de alienaci—n funcional al sistema de dominaci—n o expresi—n de ignorancia. Ambas consideraciones, obviamente, parten de una condena previa del fen—meno que ha impedido durante mucho tiempo ahondar en el significado profundo y complejo de estas creencias devocionales populares para sus verdaderos protagonistas.

Si bien la Iglesia Cat—lica mantiene su reticencia frente a Žsta y, en general, otras manifestaciones de piedad y religiosidad popular, ya no predomina –al menos no en todos sus representantes– la actitud intransigente del pasado de reprobarlas como pr‡cticas supersticiosas. Es innegable, adem‡s, que el culto a la Difunta Correa comparte las principales manifestaciones externas asociadas a la devoci—n cat—lica: las estampitas presentes en las capillas del santuario, con la imagen de la Difunta Correa y una oraci—n en el reverso que reprodujimos al inicio del presente trabajo, las velas encendidas por los promesantes, las flores, los exvotos, etc.

La religiosidad popular posee una autonom’a creativa que escapa a las regulaciones de la Iglesia y que revela una riqueza aut—ctona que se consolida como patrimonio cultural, con una din‡mica propia inscripta en el desarrollo legendario. La cercan’a de los fieles a la Difunta Correa, que proviene del mismo territorio y de una historia comœn a la de ellos, afianza la memoria comunitaria de todo un pueblo al mismo tiempo que determina una instancia de mediaci—n privilegiada entre los asuntos terrenales y la divinidad.

La particular configuraci—n de los santos populares a partir de las confluencias y los cruces entre historia y leyenda, como sucede con la Difunta Correa, pone de manifiesto el dinamismo de un culto que fundament‡ndose en –y no a pesar de– los sucesos poco comprobables, las contradicciones, los silencios u oscuridades documentales se sigue enriqueciendo con versiones que se recrean, se relatan una y otra vez y de ese modo trascienden los l’mites entre las tradiciones heredadas, el propio presente y las expectativas del porvenir, tanto personal como comunitariamente.

Las pr‡cticas del culto, en su contexto local, no s—lo son testimonio de la veneraci—n de un pueblo, sino que rememoran tanto la historia como las costumbres tradicionales rurales, reelaborando y reafirmando –en el relato continuado de sus or’genes, su desarrollo y su actualidad– la identidad popular.

El santuario de Vallecito, como espacio sagrado, es un lugar de encuentro comunitario de los actuales devotos no s—lo con otros como ellos, sino tambiŽn con las generaciones pasadas y con las futuras –con los padres o los abuelos que los iniciaron en la devoci—n y con sus propios hijos o nietos, a quienes transmitir‡n la continuidad del culto a la Difunta Correa. El lazo social que se construye a partir de la veneraci—n compartida y de la identificaci—n por la fe, m‡s all‡ de que existan o no marcos doctrinales espec’ficos, constituye un fuerte v’nculo de identidad que debe ser reconocido y valorado como tal.