Hernández Fernández, Ángel. Sobre: José Manuel Pedrosa, coord. Cuentos y leyendas inmigrantes.

Culturas Populares. Revista Electrónica 6 (enero-junio 2008).

http://www.culturaspopulares.org/textos6/notas/hernandez.htm

 

ISSN: 1886-5623

 

 

José Manuel Pedrosa, coord. Cuentos y leyendas inmigrantes. Guadalajara: Palabras del Candil, col. “Tierra Oral”, n.º 2, 2008; 289 págs.

 

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eúne este interesantísimo libro nada menos que 385 etnotextos registrados a personas procedentes de diversos países de Hispanoamérica (sobre todo de México, Nicaragua, Guatemala y Perú) y también de Magadascar, que residen o residieron en Alcalá de Henares, población donde fueron realizadas las entrevistas durante dos meses del año 2003. La mayoría de los informantes fueron jóvenes estudiantes de la Universidad de Alcalá, y sus testimonios quedaron grabados y posteriormente trascritos gracias a la labor de unos cuantos alumnos de José Manuel Pedrosa, quien después revisó y corrigió los materiales para su edición en el volumen que ahora comentamos.

Se trata de una obra especialmente importante por la gran cantidad y calidad de etnotextos que contiene e indispensable para el conocimiento del folklore contemporáneo hispanoamericano y universal. En sus páginas encontramos productos de la cultura popular de muy diverso tipo, desde los más elaborados narrativamente y por tanto más ricos desde el punto de vista artístico (cuentos, leyendas), hasta otras de carácter más práctico y funcional (ritos, supersticiones variadas, recetas culinarias, remedios curativos…). Pero todos ellos se convierten en documentos etnográficos de auténtica importancia que dan fe de las creencias, prácticas y costumbres que se han mantenido vivas en las sociedades tradicionales hasta nuestro tiempo.

Además de este valor testimonial y revelador de las culturas populares, otra virtud (y no menor) del libro es la de servir de archivo de los cambios cruciales a los que estamos asistiendo en nuestra sociedad en la época actual. Efectivamente, y como José Manuel Pedrosa explica meridianamente en el Prólogo, España (y otros muchos países del llamado Primer Mundo) está experimentando un proceso de renovación demográfica y cultural provocado por la llegada de inmigrantes procedentes de muy variados lugares. Nuestra sociedad no será la misma dentro de unas décadas. De hecho, el tejido social, la apariencia de nuestras calles y barrios o las relaciones interpersonales se han visto sustancialmente modificados gracias a la confluencia de las diversas culturas que aquí se han aclimatado. Todo esto nos ha de abocar inevitablemente al mestizaje y a la creación de nuevas formas sincréticas de expresión que aúnen los heterogéneos factores culturales que ya conviven en nuestro suelo. Tal heterogeneidad no derivará en absoluto en que la cultura autóctona absorba o elimine a las otras, sino en que, al contrario (y lo sabemos por experiencia histórica), el encuentro entre pueblos y culturas diversos termina por la asimilación ecléctica de las diversas tendencias hasta alcanzar un grado de refinamiento cultural que hubiera sido imposible sin la alianza con las influencias externas.

Cuentos y leyendas inmigrantes posee por tanto el valor añadido de constituirse en archivo de los comienzos de esa nueva cultura mestiza que está naciendo, apasionante y esperanzadora, y que nos recordará otros momentos fecundos de nuestra historia cuando la convivencia pacífica entre razas y religiones diversas alimentó un brillante florecimiento espiritual.

Al asomarnos a las páginas de este libro nos introducimos en un mundo fantástico y realista a la vez en el que conviven seres inquietantes de ambigua apariencia antropomorfa que espantan a los borrachos noctámbulos, bestias imaginarias, duendes, fantasmas, santos, muertos que reclaman deudas, animales parlantes, curanderos y un amplísimo espectro de figuras míticas que el imaginario colectivo ha venido fraguando desde tiempos remotos. Imposible esbozar aquí ni siquiera un breve apunte de todas las posibilidades de la fantasía humana que estos textos nos ofrecen, pero al menos ofrezcamos alguna muestra de entre las muchísimas que se podrían proponer.

Así por ejemplo, los diez primeros etnotextos de la colección son cuentos folclóricos de animales protagonizados por el coyote y el conejo, personajes que más allá del Atlántico equivalen a nuestros muy castizos lobo y zorra respectivamente. El conejo es el animal astuto que compensa su inferioridad física respecto a su contrincante  con las armas de la trapacería y la astucia. Así ocurre en el conocido cuento del conejo que hace creer al coyote que en el agua hay un queso (la luna reflejada) con el fin de inducir a su incauto adversario a beber todo el líquido y tomar el alimento, tipo al que el catálogo de cuentos universales de Aarne-Thompson-Uther asigna el número 34 y que es conocido desde la fabulística clásica e india; o en el relato del conejo que subido a un árbol para coger los frutos, arroja el más verde y duro contra la boca del coyote y le quiebra los dientes para después burlarse agriamente de su mellado adversario (tipo 74C*); o también en el del conejo que se unta el cuerpo con miel y se revuelca en la hojarasca con el fin de no ser reconocido por los demás animales y que lo proclamen como rey, cuento que Julio Camarena y Maxime Chevalier catalogaron con el número [74F] en su índice de cuentos populares hispánicos; o el del conejo que no conforme con su naturaleza pidió a Dios que lo hiciese más grande y que recibió a cambio la dudosa recompensa de que le crecieran solo las orejas. Estos relatos y algunos más fueron catalogados hace ya bastantes años por Hansen y Robe en sus respectivos catálogos de cuentos hispanoamericanos, y Uther los incluye en el número 72D*, tipo misceláneo que lleva por título Cuentos sobre conejos.

Es curioso que en estos cuentos el personaje del conejo resulte funcionalmente equiparable al del burlador que protagoniza un buen número de relatos sobre los ardides de este consumado embaucador, siempre airoso en sus contiendas con otro u otros rivales mucho más torpes que él. Así, el etnotexto nº 7 cuenta cómo el conejo quiere robar la miel a un campesino y para ello deja un zapato en el lugar por donde este va a pasar. Cuando el hombre lo encuentra, lo deja allí por inservible, pero entonces el conejo lo coge, se adelanta y vuelve a ponerlo en el camino. Ahora el campesino regresa para recuperar el supuesto par que le falta pero abandona todas sus pertenencias en ese lugar para no acarrear con tal lastre, momento que el astuto ladrón aprovecha para quedarse con todo. Tal episodio se narra en los cuentos adscritos al tipo 1525D, El ladrón maestro, con protagonista humano en lugar de animal, pero como vemos las acciones realizadas son las mismas, lo que nos demuestra una vez más lo arbitrario de clasificar los cuentos atendiendo a sus personajes y que en realidad los cuentos de animales constituyen un subgrupo dentro de los de burla o engaño.

Otros etnotextos del libro actualizan en forma de leyenda viejos cuentos universales presentes en todas las latitudes del planeta. Así ocurre por ejemplo en el n.º 213, La carreta nagual que deambula por la noche, que relata el castigo divino de deambular por toda la eternidad infligido a un conductor de carretas por despedirse sin utilizar la fórmula “si Dios quiere”. Tal cuento está catalogado como tipo 830C, Si Dios quiere, y de él se conservan muchas versiones hispánicas, entre ellas la conocida del maño testarudo que fue convertido en rana por el mismo pecado y que luego, transcurrido el tiempo y devuelto a su forma humana, volvió a encontrarse con la divinidad que antes le castigara pero, lejos de mostrar arrepentimiento, le contestó a la pregunta de hacia dónde se dirigía: “¡A Zaragoza o al charco!”

Un etnotexto muy interesante es el n.º 226, El delirio del borracho y el tesoro del cerro. Está contado por un joven guatemalteco que atribuye lo sucedido a su maestro, quien había escuchado que en un cerro estaba enterrado un tesoro. Se dirigió entonces con un amigo al lugar soñado, pero después de cavar durante mucho tiempo no encontró nada. Sin embargo, comprendió que el tesoro buscado era precisamente el propio cerro, es decir, la tierra, porque es lo más valioso para el hombre. Pues bien, a poco que reflexionemos sobre esta fábula descubriremos el viejo cuento del padre que deja escrito en testamento a sus ociosos hijos que en su heredad hay enterrado un tesoro. Los hijos cavan la tierra en cuanto muere el padre y consiguen así hacer germinar y reverdecer lo que antes no era más que un erial debido a la desidia de los jóvenes. Por lo tanto el trabajo y la tierra son los auténticos tesoros. Este cuento está inventariado en el índice general como tipo 910E.

Podemos reconocer también entre las páginas del libro cuentos tradicionales, disfrazados como chistes, de dilatada repercusión en el folklore y la literatura hispanoamericanos. Un significativo ejemplo lo constituye el etnotexto n.º 363, Quevedo y la reina coja, cuento al que Camarena-Chevalier le asignaron el n.º [921L]: el pícaro, para burlarse de la reina sin ser reprendido por ello, le ofrece dos flores y le dice que es-coja entre ellas. O (y es un buen ejemplo de la capacidad de conversión y moldeabilidad de las formas folklóricas a distintas funciones dentro de la comunidad en que se transmiten) el n.º 380, El juego de la chivita, que aplica en forma lúdica un cuento de fórmula de secuencia acumulativa y progresiva: un niño, que representa a la chiva, se esconde y los demás buscan al lobo para que la saque, pero el animal se niega; entonces se dirigen hacia el hombre para que golpee al lobo, pero también se niega; al palo para que golpee al hombre, al fuego para quemar el palo, al agua para apagar el fuego, etc.

Pero baste con lo dicho hasta aquí como somero apunte de todo lo que el lector puede encontrar en estos Cuentos y leyendas inmigrantes. Un libro necesario para entender mejor la compleja sociedad en la que vivimos y para valorar el legado cultural que nos regalaron nuestros mayores, herencia que perdurará, siempre dinámica y cambiante, en los que han de venir después de nosotros.

 

Ángel Hernández Fernández